XIV Su magia

La mesa del comedor de las mujeres permaneció vacía todo el día y la estancia siguió silenciosa incluso cuando Dara y Sora llegaron a limpiar. De tantas mujeres que alegraban el funesto palacio con sus voces, las tres que quedaban intentaban, con su silencio, que nadie se percatara de su presencia.

Las esposas hermanas lloraban abrazadas en la misma habitación, recordando los días felices que pasaron como privilegiados miembros de la nobleza. No conocían el dolor ni el miedo y creyeron que jamás lo harían cuando el rey desposó a la mayor.

Pero luego él fue por la menor y la alegría de vivir se extinguió.

En sus aposentos, Eris se abrazaba las rodillas, encogida sobre su lecho. Frente a ella, el frasco roto de la poción le recordaba que sus esperanzas eran una débil flor como las que a veces crecían en la montaña. Crecían hasta que el inclemente frío las quemaba.

Sin poción, todo su avance con el prisionero bestia se perdería. No tendría aliado ni poder ni posibilidades de salvarse
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