Todo era llanto en la estancia de las mujeres. Desde que la tragedia se desatara en el palacio, no había día sin lágrimas o lamentos. La vida al interior de los lujosos muros era una condena indescriptible.Arrodillada en el suelo, una de las bailarinas le suplicaba a Nov no ser la elegida para satisfacer el apetito carnal de la bestia que arrancaba cabezas con la fuerza de sus dedos. Irritado y con los oídos llenos de tanto grito y llanto, Nov agarró del brazo a otra y el mismo escándalo se repitió.—¡Ustedes son esclavas del rey! Desobedézcanlo y acabarán colgadas o desmembradas en la arena. ¿Es lo que quieren? —¡Satisfacemos al rey, a él nos entregamos con honor, no a esa bestia inmunda! ¿Y qué si el rey nos mata? ¡Se quedará sin bailarinas! Todas se agruparon, cogidas de los brazos. Nov intentó jalar a una, pero no pudo separarla de las demás. Hasta la vara más débil era fuerte cuando se juntaba con otras, pensaba Eris, viendo a las mujeres luchando unidas.—El rey levanta una
El tibio calor que manaba del cuerpo del Asko le daba a Eris el valor para continuar. Aunque había visto al rey fornicar con sus mujeres, ser ella la que recibía tales atenciones era muy diferente. La sangre le ardía en las venas, su cuerpo entero había caído bajo los encantos del prisionero bestial, que arrancaba cabezas con sus manos, pero que a ella la acariciaba con una delicadeza conmovedora. La veneraba con sus besos, la extasiaba con su toque. Un sonido que Eris no reconoció como suyo brotó de su boca cuando las manos del Asko le acariciaron las piernas bajo el vestido. Sintió vergüenza, pero al ver que él respondía con sonidos similares de gozoso placer, le dio libertad a su boca de sonar como le naciera. Eris gemía, con los dedos del prisionero tocándola donde nunca nadie había estado. Fue sutil primero y al ver que ella era receptiva, la invadió con ellos, acabando así con su pureza. Los dedos del Asko entraban y salían del cuerpo de Eris, que había empezado a mover su
Como una mujer nueva se sintió Eris al salir de su lecho por la mañana. En su encuentro con el Asko había dejado atrás a la joven sacada de su frío hogar y llevada a un palacio más frío todavía. Era una mujer más fuerte ahora, una con un propósito más claro y determinada a cumplirlo sin miramientos. Mientras las dos esposas empalidecían y apenas probaban bocado en la mesa, Eris se aseguraba de alimentarse como era debido, para que sus piernas y brazos, lejos de la vida dura de las montañas, no se convirtieran en los escuálidos y enclenques miembros de una reina. Las esposas hermanas se habían rendido y ya sólo aguardaban la muerte, mientras ella había encontrado una razón más para vivir.Eladius volvió al palacio y esperó a que Eris fuera con él para retomar las clases de lectura. Se encontró a la mujer inmersa en labores de jardinería, frente a las puertas del palacio.—¿Has cambiado las letras por las plantas? Tienes una mente inquieta a la que es difícil seguirle el ritmo —coment
En el mundo siempre ha habido decisiones que pueden cambiar la vida de alguien por completo. La joven Eris jamás imaginó el rumbo que tomaría su destino al someterse a la prueba de Qunt’ Al Er. Toda su infancia la había pasado esperando hacer algo importante por su familia, por ella y por su honor. Y coronarse como vencedora no sólo le permitiría ganar un cordero gordo y enorme, también la convertiría en una muchacha atractiva para los señores más importantes de la región y de las aldeas cercanas. Le daría poder, eso quería ella, el poder para tomar decisiones en una tierra donde la libertad era escasa y abundaban el hambre, la nieve y la muerte. Y la gente de la aldea Forah, en las montañas de Balardia, estaba acostumbrada a las pruebas, a demostrarle a la muerte que merecían vivir. La primera era al nacer, nada más abrían los ojos debían sobrevivir a ser lanzados a las aguas gélidas. Dos hermanos y una hermana de Eris no lo habían logrado. Luego, las jóvenes debían someterse a
—¿Por qué no estás feliz, hija? Todo ha salido mejor de lo que esperábamos. Desposarte con el rey no se compara a hacerlo con Darko. Darko era el dueño de la taberna de la aldea. Había hecho fortuna vendiendo aceite de pescado y guardaba tiernas miradas para Eris. Era un hombre mayor, de modales burdos y aroma a pescado rancio, pero era lo mejor a lo que una mujer en aquella aldea podía aspirar. Eris se había resignado a convertirse en tabernera y llenarse de críos con aroma a pescado. Su familia se lo agradecería y no faltaría pan en la mesa para sus hermanos. —Ya no tendrás que oler a pescado —le dijo su hermana menor—. El rey debe oler muy bien y dicen que es muy guapo. —Huele a sangre —afirmó Eris—. No tengo pruebas, pero estoy segura. Lo persigue el tufo de la muerte y a través de su hombre ha hecho que yo huela a lo mismo. Oler a pescado sería una bendición. Una bofetada de su madre la hizo callar. —No hables así de tu futuro esposo, insensata. Le deberás honor, obedi
La esperanza chorreaba del corazón de Eris como el hielo que se aguaba en los techos al menguar el frío.El rey hizo llamar a alguien y volvió a tener frente a ella a la bestia que la había convertido en una. Las sombras de su antiguo mundo se negaban a dejarla ir. —¿Me habías dicho que la chiquilla había matado a otra con sus propias manos, Nov? —cuestionó el monarca, enarcando una ceja. —Así fue, majestad. La vi con mis propios ojos rebanarle el cuello sin piedad. —¡¿Y por qué huele a perfume?! ¿Acaso con ese vestido escaló el monte arrastrando una roca? ¡Te pedí una hembra silvestre y me has traído a una princesa! La furia en su potente voz hizo a Eris parpadear. —Majestad, así ha sido, ella es una fiera. Su naturaleza indómita se oculta bajo esos finos ropajes. Debe haber sido obra de las siervas, han querido que estuviera presentable para usted. —Las siervas, ¿eh? Ya hablaré con esas insensatas. He sido muy blando con ellas y puede que contigo también. El hombre salió, con
Aquella mañana Eris dejó su lecho creyendo que se convertiría en reina y sería la mujer más poderosa de toda Balardia. Ella, Eris, la de los cabellos negros, había sido solicitada por el mismísimo rey para convertirla en su consorte. Honor y gloria para su familia, que ahora recolectarían oro; poder y riquezas para Eris, que sería coronada reina. Desde la ventana de sus aposentos había seguido los cambios de la luna, sin que de sus pensamientos saliera el rey. Se vio a sí misma añorándolo mientras la luna menguaba. Pronto estaría oscura y volvería a verlo. Con la nueva confianza que le daba su posición, ella se había aventurado a recorrer el palacio y descubrió que estaba en una pequeña residencia apartada del edificio principal. Ella no podía salir, pero las siervas llegaban para servirla a la hora de las comidas. —¿Cómo está el rey? —les preguntó mientras ellas ponían la mesa. Vio a Dara rodar los ojos y fue Sora quien contestó. —Él está muy bien, como siempre. Muy ocupado co
Los sueños de Eris de convertirse en reina seguían floreciendo a mediodía, cuando Sora y Dara llegaron a buscarla para escoltarla al palacio. Dara la miró con sorpresa, Sora no se atrevió a mirarla. —¿Qué te pasó en el ojo, Sora? ¿Acaso lo mismo que a Dara en la oreja?Ninguna de las siervas contestó y siguieron caminando delante de ella como un par de hormigas.—No he hecho con el rey lo que hacen los hombres y las mujeres, pero sí que se encargó de manchar con sangre el vestido. Creo que he visto su peor cara, el lado oscuro de su corazón.Las siervas la ayudaron a instalarse en los nuevos aposentos, tan finos y bellos como los anteriores. Cuando salían, Dara la miró de reojo y murmuró.—¿De verdad crees que el rey tiene corazón?El sueño de Eris de convertirse en regia soberana acabó al atardecer, con la puesta del sol. El ocaso la encontró en una sala, en el área del palacio donde compartiría habitaciones con cinco mujeres más. Eris se había convertido en la sexta esposa del rey