No había habido nuevos combates en la arena y Eladius no necesitaba de más ingredientes para sus pociones que pudiera conseguir en las mazmorras, pero Eris se las arregló para convencerlo de acompañarla hasta allá de nuevo. El menjunje que había preparado para las heridas ayudaría a sanar a los guerreros del rey y seguirían dándole al monarca un buen espectáculo, aseguró. Nada sabía él del prisionero bestia y su encuentro con el león porque no asistía a los combates. Una vez en las mazmorras, Eladius fue al lugar donde entrenaban los prisioneros. Uno a uno se enfrentaban con espadas de madera en un campo bajo el sol ardiente. Sus pieles bronceadas brillaban, curtidas y sudadas y el muchacho se halló mirándose los brazos, tan pálidos y flacuchos en comparación. —Atención, prisioneros —Mort, el entrenador, detuvo los ejercicios—. Hoy tenemos el honor de ser visitados por un aprendiz de sacerdote, el más culto entre los suyos y con habilidades mágicas —así se había presentado Eladiu
De todas las esposas que el rey tenía, escogió a Eris para acompañarlo en su noche de bodas con la nueva. Como una estatua estaba ella sentada, vista al piso, dedos entrelazados sobre las piernas. Imaginaba lo que podría ocurrir y su corazón se aceleraba. El rey, sentado con relajo en su regio sillón, recibía las uvas que una de sus esclavas desgranaba y le daba en la boca, mientras la acariciaba. Era una de las bailarinas, creyó Eris en el breve lapso en que la miró. Otra mujer le ofreció vino y reconoció a la que el rey había fornicado entre sus piernas. Eris aceptó la copa y se obligó a beber un gran sorbo. Le había oído decir a su padre que el buen vino ayudaba a infundir valor en los corazones y se rumoreaba que éste era el mejor. Nov llegó y trajo consigo a la nueva esposa. Era una muchachita delgada, de caminar seguro, cabellos negros como los de Eris y ojos determinados, puede que tanto como los de ella. «Ha traído un reemplazo para mí», pensó de inmediato y se halló m
La cegadora luz del sol dio de lleno en el rostro del prisionero bestia cuando emergió de la oscuridad de las mazmorras. Tras él iba Kemp, todavía cargando la alabarda en sus manos.—¿Estás listo para servir al rey y ofrecer tu vida para el goce de las multitudes? —le preguntó Mort, el entrenador. Había sido él también un prisionero en su tiempo, obligado a volverse guerrero. Luchó con maestría y, al igual que el bestia, sobrevivió al ataque de un león. Sahar le había arañado el rostro, arrancado el ojo izquierdo y desgarrado la nariz y los labios. Su rostro, ajado por el tiempo y el sol, era un pergamino viejo, que contaba mil historias de vida y muerte. Luego recibió el perdón del rey y ascendió al puesto que ocupaba ahora. El prisionero bestia asintió, mientras recorría con la vista el lugar. A un costado vio los lavaderos y hacia allá dirigió sus pasos, abriéndose camino entre los guerreros, que se apartaban a su andar. Aunque sólo Alter había sido testigo de sus hazañas, los o
La mesa del comedor de las mujeres permaneció vacía todo el día y la estancia siguió silenciosa incluso cuando Dara y Sora llegaron a limpiar. De tantas mujeres que alegraban el funesto palacio con sus voces, las tres que quedaban intentaban, con su silencio, que nadie se percatara de su presencia. Las esposas hermanas lloraban abrazadas en la misma habitación, recordando los días felices que pasaron como privilegiados miembros de la nobleza. No conocían el dolor ni el miedo y creyeron que jamás lo harían cuando el rey desposó a la mayor. Pero luego él fue por la menor y la alegría de vivir se extinguió.En sus aposentos, Eris se abrazaba las rodillas, encogida sobre su lecho. Frente a ella, el frasco roto de la poción le recordaba que sus esperanzas eran una débil flor como las que a veces crecían en la montaña. Crecían hasta que el inclemente frío las quemaba. Sin poción, todo su avance con el prisionero bestia se perdería. No tendría aliado ni poder ni posibilidades de salvarse
Cada vez que el frío helaba los miembros de Eris y le castañeaban los dientes, ella usaba lo único que tenía para entretenerse en su morada en las montañas, la imaginación. Imaginaba ella que estaba recostada sobre un campo bordado de flores y bajo un sol abrasador donde el frío no existía. Imaginaba cada palmo de su piel siendo bañado por aquella calidez irreal y hasta le parecía sentir el aroma de las flores cosquilleándole la nariz.Aquel prado que se extendía únicamente en sus memorias era el lugar más bello del mundo para ella y la felicidad allí era infinita como el terreno sembrado de pasto siempre verde.Ahora, entre los brazos del Asko y con sus labios sobre los de ella, había regresado a aquel lugar y su corazón ardía de alegría.El frío tenía tanta cabida allí como el miedo. Ya no tenía miedo y acarició el suave rostro del muchacho que había emergido de debajo de los pelos enmarañados del prisionero bestia. Él también le acarició el rostro y Eris sonrió, incrédula, antes d
Todo era llanto en la estancia de las mujeres. Desde que la tragedia se desatara en el palacio, no había día sin lágrimas o lamentos. La vida al interior de los lujosos muros era una condena indescriptible.Arrodillada en el suelo, una de las bailarinas le suplicaba a Nov no ser la elegida para satisfacer el apetito carnal de la bestia que arrancaba cabezas con la fuerza de sus dedos. Irritado y con los oídos llenos de tanto grito y llanto, Nov agarró del brazo a otra y el mismo escándalo se repitió.—¡Ustedes son esclavas del rey! Desobedézcanlo y acabarán colgadas o desmembradas en la arena. ¿Es lo que quieren? —¡Satisfacemos al rey, a él nos entregamos con honor, no a esa bestia inmunda! ¿Y qué si el rey nos mata? ¡Se quedará sin bailarinas! Todas se agruparon, cogidas de los brazos. Nov intentó jalar a una, pero no pudo separarla de las demás. Hasta la vara más débil era fuerte cuando se juntaba con otras, pensaba Eris, viendo a las mujeres luchando unidas.—El rey levanta una
El tibio calor que manaba del cuerpo del Asko le daba a Eris el valor para continuar. Aunque había visto al rey fornicar con sus mujeres, ser ella la que recibía tales atenciones era muy diferente. La sangre le ardía en las venas, su cuerpo entero había caído bajo los encantos del prisionero bestial, que arrancaba cabezas con sus manos, pero que a ella la acariciaba con una delicadeza conmovedora. La veneraba con sus besos, la extasiaba con su toque. Un sonido que Eris no reconoció como suyo brotó de su boca cuando las manos del Asko le acariciaron las piernas bajo el vestido. Sintió vergüenza, pero al ver que él respondía con sonidos similares de gozoso placer, le dio libertad a su boca de sonar como le naciera. Eris gemía, con los dedos del prisionero tocándola donde nunca nadie había estado. Fue sutil primero y al ver que ella era receptiva, la invadió con ellos, acabando así con su pureza. Los dedos del Asko entraban y salían del cuerpo de Eris, que había empezado a mover su
Como una mujer nueva se sintió Eris al salir de su lecho por la mañana. En su encuentro con el Asko había dejado atrás a la joven sacada de su frío hogar y llevada a un palacio más frío todavía. Era una mujer más fuerte ahora, una con un propósito más claro y determinada a cumplirlo sin miramientos. Mientras las dos esposas empalidecían y apenas probaban bocado en la mesa, Eris se aseguraba de alimentarse como era debido, para que sus piernas y brazos, lejos de la vida dura de las montañas, no se convirtieran en los escuálidos y enclenques miembros de una reina. Las esposas hermanas se habían rendido y ya sólo aguardaban la muerte, mientras ella había encontrado una razón más para vivir.Eladius volvió al palacio y esperó a que Eris fuera con él para retomar las clases de lectura. Se encontró a la mujer inmersa en labores de jardinería, frente a las puertas del palacio.—¿Has cambiado las letras por las plantas? Tienes una mente inquieta a la que es difícil seguirle el ritmo —coment