"Ser
consientequehacemosdaño, noes suficiente...Tratardenohacerlo, esimposible...Peroestarjuntoaesealguiencuandolonecesita, valeoro..."Hoy empiezo mi segundo año en la universidad. No es algo que me emocione particularmente, pero tampoco es que tenga otra opción. La rutina sigue su curso, y yo me limito a seguirla. No hay reencuentros emocionantes para mí, ni charlas nostálgicas sobre las vacaciones. Prefiero mantenerme al margen, como siempre lo he hecho. La gente es efímera. ¿Para qué encariñarse con alguien cuando sé exactamente el momento en que dejará de existir?
Me observo en el espejo del baño mientras el vapor de la ducha aún cubre parte del reflejo. Mi cabello, largo y rubio como hilos de oro, cae húmedo sobre mis hombros, formando ondas naturales que brillan bajo la luz del tocador. Es de un tono peculiar, no demasiado claro ni demasiado oscuro, con reflejos dorados que parecen cambiar dependiendo del ángulo en el que caiga la luz. A veces me pregunto si realmente se ve tan brillante o si es solo un efecto de mi propia percepción. Paso los dedos entre los mechones, deshaciéndome de algunos enredos mientras mis ojos azules, fríos como el hielo, analizan cada detalle de mi rostro.
Tengo la piel pálida, sin imperfecciones visibles, aunque nunca he sido del tipo que se preocupa demasiado por ello. Mi expresión es neutral, casi indiferente. Me he acostumbrado a verme así: inquebrantable, impenetrable. La frialdad como mi mejor amiga dada mi sangre.
Salgo del baño y me dirijo al clóset. No me tomo demasiado tiempo para elegir qué ponerme; ya tenía en mente mi elección desde antes. Me coloco una falda rojo sangre, mi color favorito, que llega hasta la mitad de mis muslos. Su tela se ajusta perfectamente a mis caderas, resaltando mi silueta de manera sutil pero elegante. La combino con una camisa blanca de encaje floral que contrasta con la intensidad de la falda, dándole un aire sofisticado a mi atuendo. Para protegerme del clima, me pongo un suéter gris de manga larga que cae hasta mis rodillas, envolviéndome con su tela suave y ligera.
Finalizo mi look con unas botas negras de cuero hasta la rodilla, con un tacón de diez centímetros que eleva mi estatura y me da un porte aún más imponente. Me miro en el espejo una última vez antes de tomar mi bolso y buscar las llaves del auto.
Hoy no usaré la moto. La falda lo hace incómodo y, sinceramente, no tengo ganas de lidiar con las miradas innecesarias de los idiotas en la universidad. Prefiero evitarme problemas. Tomo mi teléfono y salgo de mi departamento, dejando tras de mí el eco del silencio que siempre me acompaña.
Al llegar al garaje, mi mirada se posa en mi primera gran adquisición desde que llegué aquí: un auto lujoso de color rojo sangre, sin techo. Es una belleza, elegante y poderosa, exactamente como me gusta.
Me subo al asiento del conductor, dejo mi bolso en el asiento del copiloto y enciendo el motor. El rugido del auto me resulta familiar, casi reconfortante. Sin más preámbulos, arranco y me dirijo a la universidad.
Cuando llego, la escena es la misma de siempre: estudiantes entrando y saliendo del campus, algunos charlando animadamente, otros revisando sus teléfonos o caminando apresurados a sus clases. Nada ha cambiado.
A lo lejos, veo a Mariana y Michell esperándome con entusiasmo fingido. Las conozco lo suficiente como para saber que su efusividad no es más que una fachada. Son mis "amigas", pero en realidad, son solo dos personas con las que comparto espacios.
Junto a ellas está Erick.
Él es diferente. Él es mi único y verdadero amigo en medio de esta bola de humanos ignorantes que creen que le están viendo la cara al diablo cuando él les tiene el destino marcado.
Bajo del auto con calma, ignorando la emoción en los rostros de Mariana y Michell cuando se acercan corriendo para abrazarme. No comparto su entusiasmo. Su contacto me resulta innecesario, casi invasivo. Con un movimiento sutil pero firme, las aparto y camino directamente hacia Erick.
Al verlo, sonrío ligeramente antes de colgarme de su cuello en un gesto de confianza que solo le permito a él. Erick es alto, al menos veinte centímetros más que yo, lo que hace que, al abrazarlo, quede prácticamente suspendida del suelo.
Él solo ríe, divertido por la diferencia de estatura entre nosotros. Es una risa cálida, relajada… una risa que, por un momento, me hace olvidar lo que sé.
Porque yo sé cómo y cuándo morirá.
Sé que Mariana no pasará de los 26 años. Morirá al caer desde un séptimo piso en el edificio donde trabajará. ¿La razón? Pura imprudencia.
Sé que Michell morirá en un par de años, víctima de un robo. La asesinarán en un callejón oscuro porque, por alguna razón absurda, decidió caminar sola por ahí. Otro error más.
Y Erick…
Él vivirá 39 años más antes de morir de un infarto.
No sé por qué me duele más saber su destino que el de las demás. Quizás porque, a diferencia de ellas, él realmente me importa.
Erick me separa con facilidad, dejándome nuevamente de pie en el suelo. Luego, con la confianza de siempre, besa mi mejilla en un gesto familiar que no me molesto en rechazar.
Él es mi mejor amigo… pero también fue algo más.
Fue mi ex-crush. Mi ex-novio.
El muy idiota me engañó con Clara. Estaba borracho, sí, pero eso nunca fue una excusa suficiente. Una infidelidad es una infidelidad. No importa si fue intencional o no, si estaba consciente o no. Jamás se debe dejar pasar algo así.
—Buenos días —murmura, separándose de mi mejilla.
—¿Buenos días? —repito con burla, soltando una breve risa. No soy de hacerlo mucho. Me encojo de hombros—. Supongo.
—Hay un chico nuevo. En nuestro salón entrará uno —dice Mariana con evidente emoción.
No me molesto en responder. Me limito a encogerme de hombros otra vez.
—¿Vamos a clases? —le digo a Erick, ignorando por completo el comentario de Mariana.
Él asiente sin dudarlo y caminamos juntos hacia el edificio.
—Tan aburrida como siempre —comenta Michell con burla.
La ignoro. No vale la pena responder.
Simplemente sigo mi camino.
Voy a mi salón junto a Erick. Caminamos en silencio, aunque no es un silencio incómodo. Es un hábito, una costumbre entre nosotros. Detrás, Mariana y Michell nos siguen de cerca, parloteando sin parar sobre los chicos nuevos. Sus risas y comentarios emocionados me resultan lejanos, irrelevantes.
A mí ni me va ni me viene quiénes sean o de dónde hayan salido. Mientras no interfieran en mi vida, pueden hacer lo que quieran. No estoy aquí para hacer amigos ni para prestar atención a dramas que no me afectan.
Al llegar al aula, tomo asiento en mi lugar habitual, junto a Erick. Siempre ha sido así. Las chicas se sientan justo detrás de nosotros, seguramente seguirán con su charla hasta que llegue el profesor. Yo, por mi parte, solo quiero que esta clase pase rápido.
—¿Cómo has estado? —pregunta Erick, su tono es casual, pero sé que siempre intenta ir más allá de la respuesta automática.
—Bien —respondo sin pensarlo demasiado.
Pero la verdad es otra. A pesar de todo, él siempre fue el único con quien me permití ser dulce, con quien podía bajar la guardia sin sentir que tenía que protegerme de algo. Pero después de lo que pasó... todo cambió. Ya casi no me permito mostrarme así con él.
No quiero perderlo. Es la única persona en esta vida que realmente ha estado ahí, que no se ha ido ni me ha traicionado, al menos no de una forma irreparable. Nuestra amistad es lo único que todavía me mantiene en esta línea algunas veces.
Suspiro pesadamente y decido devolverle la cortesía.—¿Y tú? —pregunto mientras saco un cuaderno de mi bolso.Él sonríe ampliamente, como si mi simple pregunta le alegrara el día.—Bien —dice, pero su mirada brilla con algo más—. ¿Qué harás esta tarde?Alzo una ceja, desconfiada.—Nada —respondo.—¿Quieres ir por un helado?Lo miro con más atención. Desde que terminamos, hace tres meses y medio, ha estado buscando la manera de acercarse otra vez. De alguna forma, intenta volver a "enamorarme". Lo peor de todo es que, en cierto modo, nunca dejó de tenerme.Aunque realmente jamás estuve enamorada de él.Pero no importa cuánto me agradaba, lo que pasó no se borra. Una infidelidad es una infidelidad, sin importar las excusas. No puedo hacer como si nada hubiera pasado.—¿En serio? —pregunto, cansada.Él asiente, pero su expresión cambia, se torna más seria, casi vulnerable.—Como amigos —dice en voz baja—. Al menos como eso.Baja la mirada, como si temiera mi respuesta.Respiro hondo. Sé q
"Amigos o enemigos...¿De que sirven si al final quedas solo y no hay nada que puedas hacer?Por eso... No te aconsejo querer de verdad porque al final te abandonan en el peor de los momentos"Llego al mismo lugar de siempre, el único sitio donde siento que realmente puedo desconectarme del mundo. Antes de acomodarme, saco mi teléfono y cambio la música a algo más intenso: Darkside, Who Am I, Tomboy, Control… canciones con las que, de una forma u otra, a veces me identifico.Camino con paso tranquilo hasta un gran árbol que ya considero mío. Me siento bajo su sombra, dejando mi bolso a un lado. Extraigo mi teléfono de él, más que nada para tener la hora a la vista, y luego me acomodo, cerrando los ojos. La brisa de la mañana/tarde acaricia mi piel, un contraste perfecto con la melodía que llena mis oídos. Es en momentos como este cuando disfruto la soledad más que nunca.Después de un rato en paz, un cosquilleo en mi nariz interrumpe mi tranquilidad. Arrugo la frente, casi segura de qu
—¿Hola? —me quito los auriculares, dejandolos en la palma de mi mano y los hago sonar con un movimiento impaciente—. ¿Interrumpo? —digo, casi sin interés, mientras camino hacia Erick. Mi voz es baja y calculada.Él no parece sorprenderse, pero aún así se acerca más y, sin previo aviso, besa mi mejilla con la misma familiaridad de siempre.—¿Qué mosco te picó? —suelto con sarcasmo, frunciendo un poco el ceño, pero sin desviar la mirada.El susurro del murmullo entre los estudiantes en el aula se hace más fuerte, y noto a Clara aún tirada en el suelo, sin mover un dedo, como si el mundo no fuera más que una obra para ella.—¿Y a ti? ¿Qué terremoto te tumbó que aún no te levantas? —mi tono es casi burlón, y no puedo evitar sonreír para mis adentros.Erick se endereza, como si una chispa le hubiera saltado de pronto, y me fulmina con la mirada. Me quedo impasible, apenas alzando una ceja.—¿Qué? —pregunto, con total indiferencia.No necesito esperar a que me conteste. En un abrir y cerrar
"De que le sirve tenerlo todo si le faltas tu"Ha estado siguiéndome, y trato de no ser grosera, de no decirle todo lo que realmente quiero decirle. Me conozco y sé que no solo le diría lo que tengo en la cabeza, sino que también descargaría todo el enojo que aún siento, ese enojo que me consume por dentro. Y sé que lo único que lograría sería desquitarme a golpes. Como antes.Pronto saldremos de clases, y aunque había jurado que no regresaría a las carreras de motos, la adrenalina me ayuda a relajarme, a calmarme, y sobre todo, a evitar que le parta la cara al primer imbécil que se cruce en mi camino.Suspiro pesadamente. Ha estado hablando todo el maldito camino, y mis ganas de no decirle nada se están desmoronando.—Entonces, ¿por qué te pusiste así? —sigue hablando sin parar.Apreté mis puños, buscando la manera de no gritarle.—La verdad no creo que haya sido por nada —insiste, sin entender que ya me estaba agotando.—¡Por Satán, callate de una maldita vez! —grito, deteniéndome en
Cierro el carro con un ligero golpe de la puerta y me dirijo hacia el garaje para estacionarlo, antes de sacar la moto y salir en busca de lo que me espera. El sonido del motor se apaga lentamente, pero dentro de mí sigue retumbando la vibración de la adrenalina que ya siento en el cuerpo. Al entrar a mi casa, el silencio me recibe como siempre. Vivo sola, y aunque a veces el vacío parece abrazarme con fuerza, me he acostumbrado. La soledad me permite estar conmigo misma, sin preguntas ni expectativas. El lugar está en orden, cada cosa en su lugar, tal como me gusta. Camino directo a mi cuarto, sin detenerme, mientras mis pensamientos empiezan a correr tan rápido como mi corazón.Al llegar a mi cuarto, lo primero que hago es sacar la flor del bolso. La observo un instante; la delicadeza de la flor intacta contrasta con la crudeza del mundo exterior, el mismo que me está esperando. No la guardo por sentimentalismo, más bien por costumbre. La pongo sobre la mesa de noche, sin darle más i
Me dirijo hacia uno de los lugares vacíos cerca de la línea de salida de la carrera. El ambiente está cargado de expectativas y la adrenalina comienza a recorrer mi cuerpo. Me quito el casco y sacudo el cabello, dejándolo caer de un lado a otro antes de pasármelo con la mano para que se acomode. Dejo el casco sobre la moto después de bajarme de ella, y me acerco a Xavier, quien está con Marina, su novia y también encargada de dar la salida a los corredores en la línea de salida y meta. Saco un fajo de dinero del bolso y me acerco a pagar mi primera carrera.—Hola —me saluda Xavier al verme. Se nota que ya ha comenzado a acomodarse en su rol, pero aún mantiene esa actitud relajada. —¿Te apuntas en la primera de la noche? —pregunta, viendo cómo saco el dinero y asiento.—¿Cuánto es? —le pregunto, mientras sigo mirando las apuestas y la gente que se empieza a juntar.—Son 20 mil —responde—. La verdad es que la apuesta está más alta ahora...Aparto la cantidad del fajo que necesito y se l
El golpe lo derriba de inmediato. Su cuerpo cae pesadamente junto a su moto, y por un segundo me quedo ahí, observándolo. No porque me preocupe si está bien, sino porque quiero asegurarme de que entienda lo que hizo.Pero no es suficiente. No después de lo que intentó.Aunque morir no es algo que me preocupe realmente.Lo agarro del brazo y lo arrastro lejos de la moto sin ningún cuidado. Apenas tiene tiempo de recomponerse cuando le suelto una patada en el estómago.—¿Querías matarme? —escupo las palabras con rabia, viendo cómo se retuerce en el suelo, luchando por recuperar el aire.El cabrón jadea, intentando decir algo, pero no me interesa escuchar excusas. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, la adrenalina sigue en mi sistema y todo en mí me pide seguir golpeándolo hasta que entienda lo que pudo haber causado. Si no fuera por mis reflejos, podría haberme estrellado contra el pavimento a toda velocidad. Podría estar muerta. De nuevo.—¡Valery!La voz de Xavier irrumpe en la escena
"El amor y el dolor son cartas con la misma fecha de entrega"Dos meses.Dos malditos meses ha estado jodiéndome.¿Es en serio? ¿No tiene nada mejor que hacer?Estoy cansada. No, harta. Desde que este puberto apareció en mi vida, no he tenido un solo respiro. Es como una sombra pegajosa que se aferra a mí sin importar cuánto intente deshacerme de él.—Y así fue como le dije a mi abuela que no quería a la chica que me metía hasta por donde no entra la luz —concluye su historia con tono divertido.Fuerzo una sonrisa, pero no estoy escuchando. En realidad, no he estado escuchando nada de lo que ha dicho en los últimos minutos. Ya sé cómo funciona esto: él habla, yo finjo que lo escucho y él sigue hablándome como si nada.Ha estado siguiéndome de un lado a otro durante dos meses.¿Y por qué no lo corro? Oh, ya lo intenté. De todas las maneras posibles.Lo ignoré. Lo insulté. Lo amenacé. Hasta le dije que me dejaría llevar por la violencia si seguía persiguiéndome.Pero nada.El cabrón sigu