01 - Valery

"Ser

consiente

que

hacemos

dañono

es suficiente...

Tratar

de

no

hacerloes

imposible...

Pero

estar

junto

a

ese

alguien

cuando

lo

necesitavale

oro..."

Hoy empiezo mi segundo año en la universidad. No es algo que me emocione particularmente, pero tampoco es que tenga otra opción. La rutina sigue su curso, y yo me limito a seguirla. No hay reencuentros emocionantes para mí, ni charlas nostálgicas sobre las vacaciones. Prefiero mantenerme al margen, como siempre lo he hecho. La gente es efímera. ¿Para qué encariñarse con alguien cuando sé exactamente el momento en que dejará de existir?

Me observo en el espejo del baño mientras el vapor de la ducha aún cubre parte del reflejo. Mi cabello, largo y rubio como hilos de oro, cae húmedo sobre mis hombros, formando ondas naturales que brillan bajo la luz del tocador. Es de un tono peculiar, no demasiado claro ni demasiado oscuro, con reflejos dorados que parecen cambiar dependiendo del ángulo en el que caiga la luz. A veces me pregunto si realmente se ve tan brillante o si es solo un efecto de mi propia percepción. Paso los dedos entre los mechones, deshaciéndome de algunos enredos mientras mis ojos azules, fríos como el hielo, analizan cada detalle de mi rostro.

Tengo la piel pálida, sin imperfecciones visibles, aunque nunca he sido del tipo que se preocupa demasiado por ello. Mi expresión es neutral, casi indiferente. Me he acostumbrado a verme así: inquebrantable, impenetrable. La frialdad como mi mejor amiga dada mi sangre.

Salgo del baño y me dirijo al clóset. No me tomo demasiado tiempo para elegir qué ponerme; ya tenía en mente mi elección desde antes. Me coloco una falda rojo sangre, mi color favorito, que llega hasta la mitad de mis muslos. Su tela se ajusta perfectamente a mis caderas, resaltando mi silueta de manera sutil pero elegante. La combino con una camisa blanca de encaje floral que contrasta con la intensidad de la falda, dándole un aire sofisticado a mi atuendo. Para protegerme del clima, me pongo un suéter gris de manga larga que cae hasta mis rodillas, envolviéndome con su tela suave y ligera.

Finalizo mi look con unas botas negras de cuero hasta la rodilla, con un tacón de diez centímetros que eleva mi estatura y me da un porte aún más imponente. Me miro en el espejo una última vez antes de tomar mi bolso y buscar las llaves del auto.

Hoy no usaré la moto. La falda lo hace incómodo y, sinceramente, no tengo ganas de lidiar con las miradas innecesarias de los idiotas en la universidad. Prefiero evitarme problemas. Tomo mi teléfono y salgo de mi departamento, dejando tras de mí el eco del silencio que siempre me acompaña.

Al llegar al garaje, mi mirada se posa en mi primera gran adquisición desde que llegué aquí: un auto lujoso de color rojo sangre, sin techo. Es una belleza, elegante y poderosa, exactamente como me gusta.

Me subo al asiento del conductor, dejo mi bolso en el asiento del copiloto y enciendo el motor. El rugido del auto me resulta familiar, casi reconfortante. Sin más preámbulos, arranco y me dirijo a la universidad.

Cuando llego, la escena es la misma de siempre: estudiantes entrando y saliendo del campus, algunos charlando animadamente, otros revisando sus teléfonos o caminando apresurados a sus clases. Nada ha cambiado.

A lo lejos, veo a Mariana y Michell esperándome con entusiasmo fingido. Las conozco lo suficiente como para saber que su efusividad no es más que una fachada. Son mis "amigas", pero en realidad, son solo dos personas con las que comparto espacios.

Junto a ellas está Erick.

Él es diferente. Él es mi único y verdadero amigo en medio de esta bola de humanos ignorantes que creen que le están viendo la cara al diablo cuando él les tiene el destino marcado.

Bajo del auto con calma, ignorando la emoción en los rostros de Mariana y Michell cuando se acercan corriendo para abrazarme. No comparto su entusiasmo. Su contacto me resulta innecesario, casi invasivo. Con un movimiento sutil pero firme, las aparto y camino directamente hacia Erick.

Al verlo, sonrío ligeramente antes de colgarme de su cuello en un gesto de confianza que solo le permito a él. Erick es alto, al menos veinte centímetros más que yo, lo que hace que, al abrazarlo, quede prácticamente suspendida del suelo.

Él solo ríe, divertido por la diferencia de estatura entre nosotros. Es una risa cálida, relajada… una risa que, por un momento, me hace olvidar lo que sé.

Porque yo sé cómo y cuándo morirá.

Sé que Mariana no pasará de los 26 años. Morirá al caer desde un séptimo piso en el edificio donde trabajará. ¿La razón? Pura imprudencia.

Sé que Michell morirá en un par de años, víctima de un robo. La asesinarán en un callejón oscuro porque, por alguna razón absurda, decidió caminar sola por ahí. Otro error más.

Y Erick…

Él vivirá 39 años más antes de morir de un infarto.

No sé por qué me duele más saber su destino que el de las demás. Quizás porque, a diferencia de ellas, él realmente me importa.

Erick me separa con facilidad, dejándome nuevamente de pie en el suelo. Luego, con la confianza de siempre, besa mi mejilla en un gesto familiar que no me molesto en rechazar.

Él es mi mejor amigo… pero también fue algo más.

Fue mi ex-crush. Mi ex-novio.

El muy idiota me engañó con Clara. Estaba borracho, sí, pero eso nunca fue una excusa suficiente. Una infidelidad es una infidelidad. No importa si fue intencional o no, si estaba consciente o no. Jamás se debe dejar pasar algo así.

—Buenos días —murmura, separándose de mi mejilla.

—¿Buenos días? —repito con burla, soltando una breve risa. No soy de hacerlo mucho. Me encojo de hombros—. Supongo.

—Hay un chico nuevo. En nuestro salón entrará uno —dice Mariana con evidente emoción.

No me molesto en responder. Me limito a encogerme de hombros otra vez.

—¿Vamos a clases? —le digo a Erick, ignorando por completo el comentario de Mariana.

Él asiente sin dudarlo y caminamos juntos hacia el edificio.

—Tan aburrida como siempre —comenta Michell con burla.

La ignoro. No vale la pena responder.

Simplemente sigo mi camino.

Voy a mi salón junto a Erick. Caminamos en silencio, aunque no es un silencio incómodo. Es un hábito, una costumbre entre nosotros. Detrás, Mariana y Michell nos siguen de cerca, parloteando sin parar sobre los chicos nuevos. Sus risas y comentarios emocionados me resultan lejanos, irrelevantes.

A mí ni me va ni me viene quiénes sean o de dónde hayan salido. Mientras no interfieran en mi vida, pueden hacer lo que quieran. No estoy aquí para hacer amigos ni para prestar atención a dramas que no me afectan.

Al llegar al aula, tomo asiento en mi lugar habitual, junto a Erick. Siempre ha sido así. Las chicas se sientan justo detrás de nosotros, seguramente seguirán con su charla hasta que llegue el profesor. Yo, por mi parte, solo quiero que esta clase pase rápido.

—¿Cómo has estado? —pregunta Erick, su tono es casual, pero sé que siempre intenta ir más allá de la respuesta automática.

—Bien —respondo sin pensarlo demasiado.

Pero la verdad es otra. A pesar de todo, él siempre fue el único con quien me permití ser dulce, con quien podía bajar la guardia sin sentir que tenía que protegerme de algo. Pero después de lo que pasó... todo cambió. Ya casi no me permito mostrarme así con él.

No quiero perderlo. Es la única persona en esta vida que realmente ha estado ahí, que no se ha ido ni me ha traicionado, al menos no de una forma irreparable. Nuestra amistad es lo único que todavía me mantiene en esta línea algunas veces.

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