—¿Hola? —me quito los auriculares, dejandolos en la palma de mi mano y los hago sonar con un movimiento impaciente—. ¿Interrumpo? —digo, casi sin interés, mientras camino hacia Erick. Mi voz es baja y calculada.
Él no parece sorprenderse, pero aún así se acerca más y, sin previo aviso, besa mi mejilla con la misma familiaridad de siempre.
—¿Qué mosco te picó? —suelto con sarcasmo, frunciendo un poco el ceño, pero sin desviar la mirada.
El susurro del murmullo entre los estudiantes en el aula se hace más fuerte, y noto a Clara aún tirada en el suelo, sin mover un dedo, como si el mundo no fuera más que una obra para ella.
—¿Y a ti? ¿Qué terremoto te tumbó que aún no te levantas? —mi tono es casi burlón, y no puedo evitar sonreír para mis adentros.
Erick se endereza, como si una chispa le hubiera saltado de pronto, y me fulmina con la mirada. Me quedo impasible, apenas alzando una ceja.
—¿Qué? —pregunto, con total indiferencia.
No necesito esperar a que me conteste. En un abrir y cerrar de ojos, Erick me agarra por la cintura, acercándome hacia él como si su mundo fuera mío. Como si mi mundo fuera suyo. Pero, al ver lo que está haciendo, mi paciencia empieza a agotarse.
Lo miro fijamente, sin moverme ni un centímetro, y luego bajo la vista hacia su mano, todavía firme alrededor de mi cintura.
—¿Disculpa?
Con un suspiro largo y molesto, suelta mi cuerpo y yo no espero ni un segundo para ignorarlo por completo. Sin prestar atención a su presencia, me pongo los auriculares nuevamente y subo el volumen de la música. Mi mente se desconecta de él.
—Bueno, largo —escucho la voz de Erick atravesando el sonido de la música—. No quiero que te vuelvas a acercar a mí.
Hago un gesto de indiferencia y, sin embargo, mi vista se va hacia la flor que llevo en mis manos. La orquídea roja, tan perfecta y delicada como una pieza de arte, gira entre mis dedos.
Me sumerjo en mi burbuja personal, la música se convierte en el único sonido que importa mientras comienzo a tararear la canción en mis auriculares.
"La niña tiene un lado oscuro... mejor créelo, ve más allá y verás..."
El suave vaivén de la flor me acompaña, y de repente, el silencio se ve interrumpido cuando Erick, de forma casi violenta, me quita la flor de las manos.
—¿Qué te pasa? —me quejo, visiblemente irritada. El gesto que hizo al arrebatarme la flor no me hace sentir otra cosa que rabia—. ¡Dámela!
Erick me lanza una mirada intensa, y, con voz tensa, pregunta:
—¿Te la dio el nuevo?
Frunzo el ceño, notando su actitud impertinente. No sé por qué, pero me molesta aún más de lo normal.
—¿Y qué si es así? —respondo, con una clara irritación en mi tono—. Dámela, Erick.
—No. —Su respuesta es firme, sin vacilar, como si tuviera algún tipo de derecho sobre mí.
La campana suena, y una oleada de estudiantes comienza a llegar al salón, pero no me importa lo más mínimo. Sigo mirando a Erick, sin moverme, sin apartar la vista de sus ojos desafiantes.
—Última vez... dámela —digo con firmeza, mis ojos afilados como dagas.
Alumnos se detienen en la puerta, se asoman y se acercan a nosotros, como si el espectáculo fuera de su interés. La tensión en el aire es palpable.
—¡No! —grita Erick, su frustración aumentada al ver que varios ya se han detenido a observar.
Una oleada de murmullos y risas surgen de las chicas que se acercan, sabiendo perfectamente que algo está a punto de explotar.
—Dámela, Erick. Tú y yo no somos nada para que te pongas a reclamarme —digo, sin vacilar, con un tono seco y sin piedad.
Un coro generalizado de "¡Uhh!" y "¡Eso debió doler!" llena el amplio salón de conferencias. Mi respuesta ha sido un golpe directo.
Erick, con rabia, tira la flor al suelo, haciendo que caiga con suavidad sobre el piso. Pero no termina allí. Va a pisarla, como si quisiera aplastar mi orgullo, como si fuera la forma de acabar con todo.
En ese momento, me doy vuelta de forma elegante, y con un movimiento rápido de mi pie, lo golpeo justo en su zapato. No lo esperaba, y, como resultado, se cae de culo al suelo.
El sonido de su caída es seguido por un silencio absoluto en el salón. Las chicas gritan, sorprendidas. Los chicos jadean, como si asistieran a un evento épico.
Desde arriba, lo miro fijamente, mis ojos brillando con desafío. La flor ahora está a mis pies.
—Que te quede claro algo... —mi voz es baja y segura, llenando el espacio vacío—. Lo que yo haga o deje de hacer es mi maldito problema.
Las chicas chillan, sus voces se mezclan con los murmullos de los demás estudiantes. Todos parecen haber olvidado su lugar en la clase.
Recogo la flor con calma, mis dedos tocando suavemente los pétalos rojos de la orquídea, que parece casi intacta a pesar de la escena.
—Y esto que acabas de hacer... —levanto la flor frente a él—. Cancela la cita que teníamos esta tarde. Y, de una vez por todas, acepta que terminamos, y fue tu culpa.
Erick permanece callado, viendo cómo la flor brilla en mis manos. La misma flor que realmente no significaba nada pero que no por eso dejaría que él hiciera lo que se le apeteciera.
—¡Solo es una flor! —interviene Michell, con una risa nerviosa.
Le lanzo una mirada glacial, sin moverme.
—Es mi maldita flor —digo, con voz firme y sin titubeos—. Y cállate, Michell. Como si no me hubiera dado cuenta de que siempre te has estado fijando en él desde antes de que termináramos.
Michell se queda sin palabras, y el ambiente se llena de tensión.
Vuelvo mi atención a Erick, que sigue sentado en el suelo, ahora avergonzado por su comportamiento.
—Y tú... solo somos amigos.
Recalco cada palabra, deletreándosela de forma lenta:
—A-M-I-G-O-S.
Su rostro se tensa, pero no dice nada. Solo me mira, como si intentara entenderme.
—Así que baja de esa nube de "tengo poder sobre ti". No lo tienes.
Hago una pausa para que lo procese, y luego, con una sonrisa irónica, añado:
—Y a las zorras que dicen ser mis amigas... no se me vuelvan a acercar jamás.
Recojo mis cosas, tirando una última mirada a la clase, llena de chismosos que no se atrevían a moverse.
—¿Qué? ¿No tienen nada mejor que hacer que ver esto? —digo con desdén, empujando a los que se me cruzan.
Los murmullos crecen, y me abro paso entre ellos.
—¡Ey! —escucho una voz tras de mí, llamándome.
No me detengo. Sigo caminando, sabiendo que estoy dejando todo atrás, incluso la última parte de mi historia con Erick.
Un paso más, y siento que alguien se acerca corriendo. Es el puberto.
—Hola de nuevo —dice con una sonrisa tonta, esa sonrisa que ya me tiene harta.
No respondo, simplemente respiro profundo y sigo caminando sin detenerme.
—Valery Reyes —le digo sin mirarlo, casi como un susurro, para que se quede con mi nombre al menos, aunque se que eso es un error.
—Adeus Shalow —dice mientras camina a mi lado, como si no tuviera ni idea de lo que acaba de presenciar.
Solo suspiro, sin detenerme. Mi mente está demasiado lejos. Ignorarlo es lo único que puedo hacer mientras sostengo la orquídea roja en mis manos.
"De que le sirve tenerlo todo si le faltas tu"Ha estado siguiéndome, y trato de no ser grosera, de no decirle todo lo que realmente quiero decirle. Me conozco y sé que no solo le diría lo que tengo en la cabeza, sino que también descargaría todo el enojo que aún siento, ese enojo que me consume por dentro. Y sé que lo único que lograría sería desquitarme a golpes. Como antes.Pronto saldremos de clases, y aunque había jurado que no regresaría a las carreras de motos, la adrenalina me ayuda a relajarme, a calmarme, y sobre todo, a evitar que le parta la cara al primer imbécil que se cruce en mi camino.Suspiro pesadamente. Ha estado hablando todo el maldito camino, y mis ganas de no decirle nada se están desmoronando.—Entonces, ¿por qué te pusiste así? —sigue hablando sin parar.Apreté mis puños, buscando la manera de no gritarle.—La verdad no creo que haya sido por nada —insiste, sin entender que ya me estaba agotando.—¡Por Satán, callate de una maldita vez! —grito, deteniéndome en
Cierro el carro con un ligero golpe de la puerta y me dirijo hacia el garaje para estacionarlo, antes de sacar la moto y salir en busca de lo que me espera. El sonido del motor se apaga lentamente, pero dentro de mí sigue retumbando la vibración de la adrenalina que ya siento en el cuerpo. Al entrar a mi casa, el silencio me recibe como siempre. Vivo sola, y aunque a veces el vacío parece abrazarme con fuerza, me he acostumbrado. La soledad me permite estar conmigo misma, sin preguntas ni expectativas. El lugar está en orden, cada cosa en su lugar, tal como me gusta. Camino directo a mi cuarto, sin detenerme, mientras mis pensamientos empiezan a correr tan rápido como mi corazón.Al llegar a mi cuarto, lo primero que hago es sacar la flor del bolso. La observo un instante; la delicadeza de la flor intacta contrasta con la crudeza del mundo exterior, el mismo que me está esperando. No la guardo por sentimentalismo, más bien por costumbre. La pongo sobre la mesa de noche, sin darle más i
Me dirijo hacia uno de los lugares vacíos cerca de la línea de salida de la carrera. El ambiente está cargado de expectativas y la adrenalina comienza a recorrer mi cuerpo. Me quito el casco y sacudo el cabello, dejándolo caer de un lado a otro antes de pasármelo con la mano para que se acomode. Dejo el casco sobre la moto después de bajarme de ella, y me acerco a Xavier, quien está con Marina, su novia y también encargada de dar la salida a los corredores en la línea de salida y meta. Saco un fajo de dinero del bolso y me acerco a pagar mi primera carrera.—Hola —me saluda Xavier al verme. Se nota que ya ha comenzado a acomodarse en su rol, pero aún mantiene esa actitud relajada. —¿Te apuntas en la primera de la noche? —pregunta, viendo cómo saco el dinero y asiento.—¿Cuánto es? —le pregunto, mientras sigo mirando las apuestas y la gente que se empieza a juntar.—Son 20 mil —responde—. La verdad es que la apuesta está más alta ahora...Aparto la cantidad del fajo que necesito y se l
El golpe lo derriba de inmediato. Su cuerpo cae pesadamente junto a su moto, y por un segundo me quedo ahí, observándolo. No porque me preocupe si está bien, sino porque quiero asegurarme de que entienda lo que hizo.Pero no es suficiente. No después de lo que intentó.Aunque morir no es algo que me preocupe realmente.Lo agarro del brazo y lo arrastro lejos de la moto sin ningún cuidado. Apenas tiene tiempo de recomponerse cuando le suelto una patada en el estómago.—¿Querías matarme? —escupo las palabras con rabia, viendo cómo se retuerce en el suelo, luchando por recuperar el aire.El cabrón jadea, intentando decir algo, pero no me interesa escuchar excusas. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, la adrenalina sigue en mi sistema y todo en mí me pide seguir golpeándolo hasta que entienda lo que pudo haber causado. Si no fuera por mis reflejos, podría haberme estrellado contra el pavimento a toda velocidad. Podría estar muerta. De nuevo.—¡Valery!La voz de Xavier irrumpe en la escena
"El amor y el dolor son cartas con la misma fecha de entrega"Dos meses.Dos malditos meses ha estado jodiéndome.¿Es en serio? ¿No tiene nada mejor que hacer?Estoy cansada. No, harta. Desde que este puberto apareció en mi vida, no he tenido un solo respiro. Es como una sombra pegajosa que se aferra a mí sin importar cuánto intente deshacerme de él.—Y así fue como le dije a mi abuela que no quería a la chica que me metía hasta por donde no entra la luz —concluye su historia con tono divertido.Fuerzo una sonrisa, pero no estoy escuchando. En realidad, no he estado escuchando nada de lo que ha dicho en los últimos minutos. Ya sé cómo funciona esto: él habla, yo finjo que lo escucho y él sigue hablándome como si nada.Ha estado siguiéndome de un lado a otro durante dos meses.¿Y por qué no lo corro? Oh, ya lo intenté. De todas las maneras posibles.Lo ignoré. Lo insulté. Lo amenacé. Hasta le dije que me dejaría llevar por la violencia si seguía persiguiéndome.Pero nada.El cabrón sigu
La noche late con vida.El rugido de los motores, las luces de los autos modificados y la mezcla embriagadora de adrenalina con olor a gasolina me envuelven. Este es mi mundo. El lugar donde el asfalto se convierte en mi trono y la velocidad en mi mayor arma.Estaciono junto a Xavier, apago la moto con un movimiento mecánico y me quito el casco. El aire nocturno acaricia mi rostro, y sacudo un poco mi cabello mientras clavo la mirada en mi amigo.—Hola, Valery —me saluda con esa sonrisa de complicidad que siempre lleva cuando algo interesante está por suceder.—Hola —respondo, cruzándome de brazos—. ¿Contra quién corro? Espero que valga la pena.Siempre lo hace. Desde que pisé este mundo, no ha habido una sola carrera que no haya sido un reto, pero ahora… ahora hay una pequeña diferencia. No estoy aquí solo para correr. Estoy aquí para reclamar lo que es mío.Xavier suelta una risa breve antes de responder.—Oh, créeme, lo vale. Es el que ha estado en primer lugar desde que te retirast
Estoy en la línea de salida, el motor de mi moto vibrando debajo de mí, la adrenalina recorriéndome las venas. Esta vez no me voy a contener.Aprieto el manillar con fuerza, sintiendo la textura del cuero bajo mis guantes. Marina se coloca en el centro con el típico pañuelo blanco entre las manos. Lo levanta en el aire, dándonos los últimos segundos antes de que todo inicie.El ruso está a mi lado, su moto rugiendo impaciente. Puedo sentir su mirada de reojo, probablemente preguntándose si la fama de "La Reina" es solo un mito.Le demostraré que no lo es.El pañuelo baja.Suelto el freno de golpe y acelero con toda mi fuerza. La velocidad es mi aliada. El aire golpea contra mi cuerpo, la vibración del motor se fusiona con la euforia de la carrera.—Comerás polvo, ruso —murmuro con una sonrisa torcida mientras lo dejo atrás.Siento cada curva, cada recta, cada leve inclinación del terreno. La pista es una extensión de mi cuerpo. Mis reflejos están afilados, mis movimientos precisos. La
"Lo fácil aburre, lo difícil atrae, lo complicado seduce y lo imposible enamora"Sonrío.Tal vez es un gesto insignificante para cualquiera, pero para mí significa algo enorme. Ahora sí soy su amigo. O, al menos, ella me ve de una forma diferente.Me siento emocionado, casi nervioso. No pensé que este día llegaría tan pronto. No pensé que me permitiría estar cerca.Aún sigo procesando lo que pasó anoche. Todavía tengo grabado en la cabeza el rugido de las motos, la adrenalina, el olor a gasolina quemada y el eco de las voces apostando por un ganador. Nunca imaginé que la vería en una carrera de motos, y mucho menos que ella sería “La Reina”.Pero cuando la vi, lo entendí.Ese título le queda perfecto. No es solo un apodo, es una corona invisible que ella lleva con orgullo. Conduce con una confianza brutal, con una seguridad que intimida y deslumbra al mismo tiempo.Durante la carrera, supe que ganaría. Desde el momento en que apretó el acelerador y dejó atrás a mí hermano como si fuera