04 - Valery

—¿Hola? —me quito los auriculares, dejandolos en la palma de mi mano  y los hago sonar con un movimiento impaciente—. ¿Interrumpo? —digo, casi sin interés, mientras camino hacia Erick. Mi voz es baja y calculada.

Él no parece sorprenderse, pero aún así se acerca más y, sin previo aviso, besa mi mejilla con la misma familiaridad de siempre.

—¿Qué mosco te picó? —suelto con sarcasmo, frunciendo un poco el ceño, pero sin desviar la mirada.

El susurro del murmullo entre los estudiantes en el aula se hace más fuerte, y noto a Clara aún tirada en el suelo, sin mover un dedo, como si el mundo no fuera más que una obra para ella.

—¿Y a ti? ¿Qué terremoto te tumbó que aún no te levantas? —mi tono es casi burlón, y no puedo evitar sonreír para mis adentros.

Erick se endereza, como si una chispa le hubiera saltado de pronto, y me fulmina con la mirada. Me quedo impasible, apenas alzando una ceja.

—¿Qué? —pregunto, con total indiferencia.

No necesito esperar a que me conteste. En un abrir y cerrar de ojos, Erick me agarra por la cintura, acercándome hacia él como si su mundo fuera mío. Como si mi mundo fuera suyo. Pero, al ver lo que está haciendo, mi paciencia empieza a agotarse.

Lo miro fijamente, sin moverme ni un centímetro, y luego bajo la vista hacia su mano, todavía firme alrededor de mi cintura.

—¿Disculpa?

Con un suspiro largo y molesto, suelta mi cuerpo y yo no espero ni un segundo para ignorarlo por completo. Sin prestar atención a su presencia, me pongo los auriculares nuevamente y subo el volumen de la música. Mi mente se desconecta de él.

—Bueno, largo —escucho la voz de Erick atravesando el sonido de la música—. No quiero que te vuelvas a acercar a mí.

Hago un gesto de indiferencia y, sin embargo, mi vista se va hacia la flor que llevo en mis manos. La orquídea roja, tan perfecta y delicada como una pieza de arte, gira entre mis dedos.

Me sumerjo en mi burbuja personal, la música se convierte en el único sonido que importa mientras comienzo a tararear la canción en mis auriculares.

"La niña tiene un lado oscuro... mejor créelo, ve más allá y verás..."

El suave vaivén de la flor me acompaña, y de repente, el silencio se ve interrumpido cuando Erick, de forma casi violenta, me quita la flor de las manos.

—¿Qué te pasa? —me quejo, visiblemente irritada. El gesto que hizo al arrebatarme la flor no me hace sentir otra cosa que rabia—. ¡Dámela!

Erick me lanza una mirada intensa, y, con voz tensa, pregunta:

—¿Te la dio el nuevo?

Frunzo el ceño, notando su actitud impertinente. No sé por qué, pero me molesta aún más de lo normal.

—¿Y qué si es así? —respondo, con una clara irritación en mi tono—. Dámela, Erick.

—No. —Su respuesta es firme, sin vacilar, como si tuviera algún tipo de derecho sobre mí.

La campana suena, y una oleada de estudiantes comienza a llegar al salón, pero no me importa lo más mínimo. Sigo mirando a Erick, sin moverme, sin apartar la vista de sus ojos desafiantes.

—Última vez... dámela —digo con firmeza, mis ojos afilados como dagas.

Alumnos se detienen en la puerta, se asoman y se acercan a nosotros, como si el espectáculo fuera de su interés. La tensión en el aire es palpable.

—¡No! —grita Erick, su frustración aumentada al ver que varios ya se han detenido a observar.

Una oleada de murmullos y risas surgen de las chicas que se acercan, sabiendo perfectamente que algo está a punto de explotar.

—Dámela, Erick. Tú y yo no somos nada para que te pongas a reclamarme —digo, sin vacilar, con un tono seco y sin piedad.

Un coro generalizado de "¡Uhh!" y "¡Eso debió doler!" llena el amplio salón de conferencias. Mi respuesta ha sido un golpe directo.

Erick, con rabia, tira la flor al suelo, haciendo que caiga con suavidad sobre el piso. Pero no termina allí. Va a pisarla, como si quisiera aplastar mi orgullo, como si fuera la forma de acabar con todo.

En ese momento, me doy vuelta de forma elegante, y con un movimiento rápido de mi pie, lo golpeo justo en su zapato. No lo esperaba, y, como resultado, se cae de culo al suelo.

El sonido de su caída es seguido por un silencio absoluto en el salón. Las chicas gritan, sorprendidas. Los chicos jadean, como si asistieran a un evento épico.

Desde arriba, lo miro fijamente, mis ojos brillando con desafío. La flor ahora está a mis pies.

—Que te quede claro algo... —mi voz es baja y segura, llenando el espacio vacío—. Lo que yo haga o deje de hacer es mi maldito problema.

Las chicas chillan, sus voces se mezclan con los murmullos de los demás estudiantes. Todos parecen haber olvidado su lugar en la clase.

Recogo la flor con calma, mis dedos tocando suavemente los pétalos rojos de la orquídea, que parece casi intacta a pesar de la escena.

—Y esto que acabas de hacer... —levanto la flor frente a él—. Cancela la cita que teníamos esta tarde. Y, de una vez por todas, acepta que terminamos, y fue tu culpa.

Erick permanece callado, viendo cómo la flor brilla en mis manos. La misma flor que realmente no significaba nada pero que no por eso dejaría que él hiciera lo que se le apeteciera.

—¡Solo es una flor! —interviene Michell, con una risa nerviosa.

Le lanzo una mirada glacial, sin moverme.

—Es mi maldita flor —digo, con voz firme y sin titubeos—. Y cállate, Michell. Como si no me hubiera dado cuenta de que siempre te has estado fijando en él desde antes de que termináramos.

Michell se queda sin palabras, y el ambiente se llena de tensión.

Vuelvo mi atención a Erick, que sigue sentado en el suelo, ahora avergonzado por su comportamiento.

—Y tú... solo somos amigos.

Recalco cada palabra, deletreándosela de forma lenta:

—A-M-I-G-O-S.

Su rostro se tensa, pero no dice nada. Solo me mira, como si intentara entenderme.

—Así que baja de esa nube de "tengo poder sobre ti". No lo tienes.

Hago una pausa para que lo procese, y luego, con una sonrisa irónica, añado:

—Y a las zorras que dicen ser mis amigas... no se me vuelvan a acercar jamás.

Recojo mis cosas, tirando una última mirada a la clase, llena de chismosos que no se atrevían a moverse.

—¿Qué? ¿No tienen nada mejor que hacer que ver esto? —digo con desdén, empujando a los que se me cruzan.

Los murmullos crecen, y me abro paso entre ellos.

—¡Ey! —escucho una voz tras de mí, llamándome.

No me detengo. Sigo caminando, sabiendo que estoy dejando todo atrás, incluso la última parte de mi historia con Erick.

Un paso más, y siento que alguien se acerca corriendo. Es el puberto.

—Hola de nuevo —dice con una sonrisa tonta, esa sonrisa que ya me tiene harta.

No respondo, simplemente respiro profundo y sigo caminando sin detenerme.

—Valery Reyes —le digo sin mirarlo, casi como un susurro, para que se quede con mi nombre al menos, aunque se que eso es un error.

—Adeus Shalow —dice mientras camina a mi lado, como si no tuviera ni idea de lo que acaba de presenciar.

Solo suspiro, sin detenerme. Mi mente está demasiado lejos. Ignorarlo es lo único que puedo hacer mientras sostengo la orquídea roja en mis manos.

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