05 - Valery

"De

que

le

sirve

tenerlo

todo

si

le

faltas

tu"

Ha estado siguiéndome, y trato de no ser grosera, de no decirle todo lo que realmente quiero decirle. Me conozco y sé que no solo le diría lo que tengo en la cabeza, sino que también descargaría todo el enojo que aún siento, ese enojo que me consume por dentro. Y sé que lo único que lograría sería desquitarme a golpes. Como antes.

Pronto saldremos de clases, y aunque había jurado que no regresaría a las carreras de motos, la adrenalina me ayuda a relajarme, a calmarme, y sobre todo, a evitar que le parta la cara al primer imbécil que se cruce en mi camino.

Suspiro pesadamente. Ha estado hablando todo el maldito camino, y mis ganas de no decirle nada se están desmoronando.

—Entonces, ¿por qué te pusiste así? —sigue hablando sin parar.

Apreté mis puños, buscando la manera de no gritarle.

—La verdad no creo que haya sido por nada —insiste, sin entender que ya me estaba agotando.

—¡Por Satán, callate de una maldita vez! —grito, deteniéndome en seco, sintiendo cómo la frustración me consume. Paso las manos por mi cara, tratando de calmarme. —¡Lárgate! —digo, sin ningún tono de emoción, viéndolo a los ojos con una mirada vacía.

—No. —Su respuesta es simple, como si no tuviera ni idea de lo cerca que estaba de hacerme perder el control.

—¿En serio? ¡Denme paciencia, por favor! —le grito, ya al borde del colapso.

—Te lo dije, quiero ser tu amigo y no me voy a ir. —Hace una pausa mientras yo siento que mis manos empiezan a picarme, como si me pidieran que me lanzara encima de él. La flor, de alguna manera, la metí en mi bolso, asegurándome de que no se dañara, pero me estoy empezando a arrepentir de haberla aceptado. Tal vez, si no lo hubiera hecho, no estaría aquí, encima mío, como una molestia constante.

—Déjame —dice, con la mandíbula apretada, los puños tan tensos que mis nudillos se vuelven blancos.

—Te juro que te mando a urgencias si no lo haces en este mismo instante —le amenazo, mi voz tan fría como el hielo. Doy media vuelta sobre mis talones y me dirijo hacia la salida.

—¡Aún no acaban las clases! —grita, desde el lugar donde se quedó parado.

Gracias, Dios, no lo hubiera soportado más.

—¡No me interesa! —respondo sin detenerme. —Saluda a Willi de mi parte y dile que hoy no lidiará conmigo.

Se escucha una leve risa en su voz, pero yo sigo mi camino sin mirar atrás. Se preguntarán, ¿Quién es Willi? Es mi maestro de inglés. Es gordo, pelón y barbudo. Por eso lo llamo "Willi", porque me cae mal el maldito viejo. Él siempre me hace pasar al pizarrón, y se jacta de hacerme quedar en ridículo. Pero se jode, porque desde niña me he familiarizado con el inglés, y no hay forma de que me haga sentir inferior.

Llego al estacionamiento, le quito la alarma a mi auto, abro la puerta trasera y tiro ahí mi bolso. Cierro la puerta y me dirijo hacia la puerta del piloto, me subo al auto, lo entiendo y hago rugir el motor tan fuerte que llama la atención de los pocos que están por allí.

Las llantas chillan cuando comienzo a mover el coche, quitando el freno de seguridad. El auto avanza rápidamente, y aprovecho que el camino hacia mi casa es una calle recta para acelerar aún más.

Voy a 200 km/h, con la música retumbando en los parlantes traseros, y cuanto más acelero, más cerca estoy de mi destino. A medida que me acerco a la entrada de mi casa, empiezo a desacelerar para no tener problemas al estacionarme. Llegando frente a mi casa, me estaciono en el mismo lugar de siempre. Apago el motor, bajo del auto y saco mi bolso del asiento trasero.

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