''No creo en el amor imposible, por que sinceramente creo imposible dejar de amarte"—No— dije, seria, de brazos cruzados, mirando al ruso, con una mezcla de cansancio y frustración.Llevaba ya dos meses aquí, y en todo ese tiempo, había tenido que soportar sus bromas, su insistencia y, sobre todo, esa actitud de no rendirse nunca. Pero lo peor había sido cuando el ruso regresó de la isla. Al verme, se desmayó en los brazos de una chica, quien, para mi sorpresa, resultó ser su novia. Fue un espectáculo de esos que no se olvidan fácilmente.Lloro como si no hubiera un mañana, sin querer soltarme ni un segundo, alegando que escaparía, que no podía dejarme ir, y sus palabras se quedaban grabadas en mi mente mientras él permanecía pegado a mí. Así estuvo durante tres días seguidos. Finalmente, se resignó a dormir en el sofá, pero no dejó de quejarse. Y para colmo, Adeus parecía disfrutar de la situación, haciendo comentarios sobre lo incómodo que era tener a este ruso llorón viviendo en n
Llegamos a una casa que jamás había visto antes; una mansión imponente que se alzaba majestuosamente ante mis ojos. Era como algo sacado de un sueño, con un diseño moderno pero elegante. Las puertas de cristal corredizas reflejaban la luz de la luna, y el blanco de los muros resplandecía bajo el cielo nocturno. De dos pisos, con detalles en mármol, acero inoxidable y madera, la casa emanaba lujo por cada rincón. Podía escuchar el crujido de mis tacones en la grava del camino de entrada mientras el ruso me guiaba hacia la entrada principal. —Vamos —dijo, y sin darme tiempo para hacer preguntas, se adelantó hacia la puerta. Lo seguí, sin poder evitar la sensación de intriga que me recorría. Cuando cruzamos el umbral, quedé sin palabras. La mansión por dentro era tan impresionante como por fuera. El espacio era vasto y aireado, con una decoración minimalista que exudaba sofisticación y lujo. El salón principal tenía un enorme ventanal que daba al jardín trasero, iluminado tenuemente por
Valery Lewis, una joven de 23 años, de largos cabellos rubios y ojos azules tan profundos como el océano, esconde un secreto que la hace diferente a los demás. No es un talento, ni una maldición… es un don inquietante dado por su sangre: puede predecir la muerte de cualquier persona que desee.Desde siglos atrás, cuando era pequeña, aprendió a vivir con ello. Lo aceptó sin cuestionarlo demasiado y, con el tiempo, dejó de afectarle. No le importaba cómo, cuándo ni dónde ocurría el destino de los demás. Para ella, la vida y la muerte eran solo dos caras de la misma moneda, algo inevitable que no debía perturbar su tranquilidad.Se acostumbró a mantener distancia de las personas, a no encariñarse, a no sentir. La soledad se convirtió en su refugio, en su zona segura. ¿Para qué formar lazos si, tarde o temprano, todo acaba?Pero entonces, él apareció.Adeus Shalow. Un chico de cabello castaño y ojos color miel, con una sonrisa capaz de iluminar hasta el día más gris. Su sola presencia pare
"Ser consiente que hacemos daño, no es suficiente...Tratar de no hacerlo, es imposible...Pero estar junto a ese alguien cuando lo necesita, vale oro..."Hoy empiezo mi segundo año en la universidad. No es algo que me emocione particularmente, pero tampoco es que tenga otra opción. La rutina sigue su curso, y yo me limito a seguirla. No hay reencuentros emocionantes para mí, ni charlas nostálgicas sobre las vacaciones. Prefiero mantenerme al margen, como siempre lo he hecho. La gente es efímera. ¿Para qué encariñarse con alguien cuando sé exactamente el momento en que dejará de existir?Me observo en el espejo del baño mientras el vapor de la ducha aún cubre parte del reflejo. Mi cabello, largo y rubio como hilos de oro, cae húmedo sobre mis hombros, formando ondas naturales que brillan bajo la luz del tocador. Es de un tono peculiar, no demasiado claro ni demasiado oscuro, con reflejos dorados que parecen cambiar dependiendo del ángulo en el que caiga la luz. A veces me pregunto si r
Suspiro pesadamente y decido devolverle la cortesía.—¿Y tú? —pregunto mientras saco un cuaderno de mi bolso.Él sonríe ampliamente, como si mi simple pregunta le alegrara el día.—Bien —dice, pero su mirada brilla con algo más—. ¿Qué harás esta tarde?Alzo una ceja, desconfiada.—Nada —respondo.—¿Quieres ir por un helado?Lo miro con más atención. Desde que terminamos, hace tres meses y medio, ha estado buscando la manera de acercarse otra vez. De alguna forma, intenta volver a "enamorarme". Lo peor de todo es que, en cierto modo, nunca dejó de tenerme.Aunque realmente jamás estuve enamorada de él.Pero no importa cuánto me agradaba, lo que pasó no se borra. Una infidelidad es una infidelidad, sin importar las excusas. No puedo hacer como si nada hubiera pasado.—¿En serio? —pregunto, cansada.Él asiente, pero su expresión cambia, se torna más seria, casi vulnerable.—Como amigos —dice en voz baja—. Al menos como eso.Baja la mirada, como si temiera mi respuesta.Respiro hondo. Sé q
"Amigos o enemigos...¿De que sirven si al final quedas solo y no hay nada que puedas hacer?Por eso... No te aconsejo querer de verdad porque al final te abandonan en el peor de los momentos"Llego al mismo lugar de siempre, el único sitio donde siento que realmente puedo desconectarme del mundo. Antes de acomodarme, saco mi teléfono y cambio la música a algo más intenso: Darkside, Who Am I, Tomboy, Control… canciones con las que, de una forma u otra, a veces me identifico.Camino con paso tranquilo hasta un gran árbol que ya considero mío. Me siento bajo su sombra, dejando mi bolso a un lado. Extraigo mi teléfono de él, más que nada para tener la hora a la vista, y luego me acomodo, cerrando los ojos. La brisa de la mañana/tarde acaricia mi piel, un contraste perfecto con la melodía que llena mis oídos. Es en momentos como este cuando disfruto la soledad más que nunca.Después de un rato en paz, un cosquilleo en mi nariz interrumpe mi tranquilidad. Arrugo la frente, casi segura de qu
—¿Hola? —me quito los auriculares, dejandolos en la palma de mi mano y los hago sonar con un movimiento impaciente—. ¿Interrumpo? —digo, casi sin interés, mientras camino hacia Erick. Mi voz es baja y calculada.Él no parece sorprenderse, pero aún así se acerca más y, sin previo aviso, besa mi mejilla con la misma familiaridad de siempre.—¿Qué mosco te picó? —suelto con sarcasmo, frunciendo un poco el ceño, pero sin desviar la mirada.El susurro del murmullo entre los estudiantes en el aula se hace más fuerte, y noto a Clara aún tirada en el suelo, sin mover un dedo, como si el mundo no fuera más que una obra para ella.—¿Y a ti? ¿Qué terremoto te tumbó que aún no te levantas? —mi tono es casi burlón, y no puedo evitar sonreír para mis adentros.Erick se endereza, como si una chispa le hubiera saltado de pronto, y me fulmina con la mirada. Me quedo impasible, apenas alzando una ceja.—¿Qué? —pregunto, con total indiferencia.No necesito esperar a que me conteste. En un abrir y cerrar
"De que le sirve tenerlo todo si le faltas tu"Ha estado siguiéndome, y trato de no ser grosera, de no decirle todo lo que realmente quiero decirle. Me conozco y sé que no solo le diría lo que tengo en la cabeza, sino que también descargaría todo el enojo que aún siento, ese enojo que me consume por dentro. Y sé que lo único que lograría sería desquitarme a golpes. Como antes.Pronto saldremos de clases, y aunque había jurado que no regresaría a las carreras de motos, la adrenalina me ayuda a relajarme, a calmarme, y sobre todo, a evitar que le parta la cara al primer imbécil que se cruce en mi camino.Suspiro pesadamente. Ha estado hablando todo el maldito camino, y mis ganas de no decirle nada se están desmoronando.—Entonces, ¿por qué te pusiste así? —sigue hablando sin parar.Apreté mis puños, buscando la manera de no gritarle.—La verdad no creo que haya sido por nada —insiste, sin entender que ya me estaba agotando.—¡Por Satán, callate de una maldita vez! —grito, deteniéndome en