02 - Valery

Suspiro pesadamente y decido devolverle la cortesía.

—¿Y tú? —pregunto mientras saco un cuaderno de mi bolso.

Él sonríe ampliamente, como si mi simple pregunta le alegrara el día.

—Bien —dice, pero su mirada brilla con algo más—. ¿Qué harás esta tarde?

Alzo una ceja, desconfiada.

—Nada —respondo.

—¿Quieres ir por un helado?

Lo miro con más atención. Desde que terminamos, hace tres meses y medio, ha estado buscando la manera de acercarse otra vez. De alguna forma, intenta volver a "enamorarme". Lo peor de todo es que, en cierto modo, nunca dejó de tenerme.

Aunque realmente jamás estuve enamorada de él.

Pero no importa cuánto me agradaba, lo que pasó no se borra. Una infidelidad es una infidelidad, sin importar las excusas. No puedo hacer como si nada hubiera pasado.

—¿En serio? —pregunto, cansada.

Él asiente, pero su expresión cambia, se torna más seria, casi vulnerable.

—Como amigos —dice en voz baja—. Al menos como eso.

Baja la mirada, como si temiera mi respuesta.

Respiro hondo. Sé que debería decir que no. Pero también sé que lo extraño de alguna forma. Que aún duele. Que una parte de mí quiere aferrarse a lo que fuimos para no perder la amistad, aunque otra parte me grite que es una mala idea.

—Está bien —acepto, justo cuando el profesor entra al aula—. A las tres, en la heladería de siempre.

Un nudo se forma en mi garganta al decirlo. La heladería de siempre… No es solo un lugar cualquiera. Ahí se me declaró. Ahí tuvimos la mayoría de nuestras citas. Ahí celebramos cada mesiversario. Ahí nos dimos nuestro primer beso. Ahí...

Ahí también comenzaron los celos.

No dejo que esos recuerdos me afecten. No ahora.

—Gracias —murmura Erick, y por alguna razón su voz me suena un poco más cálida de lo normal.

El profesor se aclara la garganta, llamando la atención de todos.

—Buenos días —dice con su tono monótono de siempre—. Hoy tenemos un nuevo estudiante en el salón. Como es el primer día de clases, solo hablaremos de los repasos y la forma de evaluación.

Voltea hacia la puerta y yo bajo la vista a mi bolso, fingiendo interés en buscar algo.

—Pase —dice el profesor—. Él será su nuevo compañero.

Las chicas detrás de mí empiezan a chillar en cuanto el chico entra al salón.

Ruedo los ojos.

—Preséntese —ordena el profesor.

Sigo hurgando en mi bolso, ignorando todo lo demás.

—Mi nombre es Adeus Shalow, tengo 24 años, soy de California y hace poco me trasladé aquí —dice con una voz que suena extrañamente confiada.

Me obligo a alzar la vista y ahí está.

Alto, de complexión atlética, con una sonrisa arrogante y el aire de alguien que cree que puede tener a quien quiera. Parece el típico chico que solo busca pasar el rato, sin intenciones de comprometerse con nada ni nadie.

Ruedo los ojos y vuelvo a lo mío.

Sabía perfectamente quién era él, no era la primera vez que lo observaba.

Al menos ahora su cabeza se encontraba en su lugar.

—Sí —murmuro para mí misma al encontrar mis auriculares inalámbricos.

Me los coloco, enciendo el Bluetooth y reproduzco No de Meghan Trainor, dejándome llevar por la música mientras dibujo en mi libreta.

De vez en cuando, echo un vistazo a la pizarra para que el profesor no me regañe, aunque en realidad no me importa. Soy buena fingiendo que presto atención. Dibujo lo que sea que pase por mi mente, dejando que mi mano se mueva sola sobre el papel.

Así, al menos, el tiempo pasa más rápido.

La clase finalmente ha terminado. Exhalo despacio, sintiendo el ligero alivio que siempre me invade cuando se acaba otra hora de estar aquí sentada, fingiendo que presto atención.

Bajo la vista a mi cuaderno y observo el dibujo que hice mientras el profesor hablaba. No está nada mal. Un paisaje nocturno. Un lago tranquilo reflejando la luna llena en su superficie, con un cielo estrellado como fondo. En el muelle de madera, una chica con un vestido largo está sentada con las piernas colgando sobre el agua, mirando su propio reflejo como si buscara algo en él. Como si estuviera esperando una respuesta. O a alguien.

Suspirando, cierro el cuaderno.

—Nada mal —comenta de repente una voz a mi lado.

Me congelo por un instante y parpadeo sorprendida. ¿Quién…?

Al girar la cabeza, me encuentro con Adeus Shalow.

Ah, claro. El chico que ha causado revuelo entre las chicas desde que entró al aula con su sonrisa despreocupada y su actitud de encantador de serpientes. A juzgar por su tono confiado y la manera en que me mira, parece uno de esos tipos que están acostumbrados a recibir atención sin tener que esforzarse demasiado.

Ruedo los ojos y, sin dignarme a responderle, comienzo a guardar mis cosas en la mochila. Saco mi teléfono para cambiar la canción y poner otra de Katie Angel cuando, de repente, siento su mano apartando un mechón de mi cabello.

Congelo mis movimientos.

¿Qué demonios está haciendo?

Su toque es ligero, pero completamente inesperado. Apenas me doy cuenta de lo que está haciendo cuando su voz suena de nuevo, despreocupada, como si no acabara de invadir mi espacio personal sin permiso.

—Mmm… lindo —dice, observando mis auriculares.

Frunzo el ceño.

Mis auriculares son pequeños, inalámbricos, de un tono amarillo pálido para que se camuflan con mi cabello. Nunca antes alguien había hecho un comentario sobre ellos, pero no me engaño. No creo que le importen mis auriculares en lo más mínimo. Este tipo está buscando excusas para acercarse.

Bien.

Le doy un manotazo en la mano, apartándola con firmeza de mi rostro.

—¿Qué? —mi voz es seca, cortante, una advertencia implícita de que no me gusta que me toquen sin permiso—. ¿No tienes nada mejor que hacer?

Adeus se encoge de hombros con una sonrisa que no se borra de su cara.

—Nop. ¿Qué puede ser mejor que hablar con una linda chica?

Oh, por favor. Irritante.

Levanto una ceja, divertida por lo predecible de su intento de flirteo.

—Ja, ja, ja… —finjo una risa monótona y sin emoción—. Busca otra con la cual ligar, puberto. No cuentes conmigo para pasar el rato.

Espero que eso lo haga retroceder, pero en lugar de eso, su expresión no cambia.

—No es lo que busco —dice con una naturalidad exasperante.

Tomo mis cosas y me levanto del asiento, con la intención de alejarme lo antes posible. Pero justo cuando estoy a punto de dar la vuelta y salir del aula, su voz suena de nuevo.

—Me resultas familiar.

Mis pasos se detienen un instante.

Esa frase, dicha con tanta seguridad, me provoca un ligero escalofrío en la nuca. Pero no le doy importancia. No tengo tiempo ni paciencia para los juegos mentales de la versión de este chico que no conozco y que, honestamente, no me interesa conocer.

No deseo problemas.

—No me importa —respondo sin mirarlo—. Adiós, puberto.

Y, sin más, salgo del salón.

El aire del pasillo es ligeramente más fresco, pero no lo suficiente para disipar mi incomodidad. Respiro hondo y camino con paso firme hacia el campo, buscando alejarme de todo el bullicio y recuperar la tranquilidad que este chico ha interrumpido sin motivo.

No entiendo por qué me ha dirigido la palabra. No entiendo qué pretende. Pero tampoco me interesa averiguarlo.

Con suerte, será la última vez que se acerque a mí.

Porque no tengo intención de dejar que alguien como él se entrometa en mi vida.

No otra vez.

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