03 - Valery

"Amigos

o

enemigos...

¿De que

sirven

si

al

final

quedas

solo

y

no

hay

nada

que

puedas hacer?

Por

eso... No

te

aconsejo

querer

de

verdad

porque

al

final

te

abandonan

en

el

peor

de

los

momentos"

Llego al mismo lugar de siempre, el único sitio donde siento que realmente puedo desconectarme del mundo. Antes de acomodarme, saco mi teléfono y cambio la música a algo más intenso: Darkside, Who Am I, Tomboy, Control… canciones con las que, de una forma u otra, a veces me identifico.

Camino con paso tranquilo hasta un gran árbol que ya considero mío. Me siento bajo su sombra, dejando mi bolso a un lado. Extraigo mi teléfono de él, más que nada para tener la hora a la vista, y luego me acomodo, cerrando los ojos. La brisa de la mañana/tarde acaricia mi piel, un contraste perfecto con la melodía que llena mis oídos. Es en momentos como este cuando disfruto la soledad más que nunca.

Después de un rato en paz, un cosquilleo en mi nariz interrumpe mi tranquilidad. Arrugo la frente, casi segura de que es Erick. Era algo que solía hacer cuando estábamos juntos. Ignoro la sensación, pero el cosquilleo se repite, esta vez en mi mejilla.

—Erick, deja de hacer eso —murmuro sin abrir los ojos—. Confórmate con la salida de más tarde.

El cosquilleo regresa, ahora recorriendo mi frente y deslizándose hasta la punta de mi nariz.

—¡Deja! —grito molesta, abriendo los ojos de golpe.

En lugar de encontrarme con Erick, me topo con otra persona. Frente a mí, sentado en forma de mariposa, hay un chico con una leve sonrisa en los labios. Sostiene una pequeña rosa en su mano y me la extiende.

—Hola —dice con voz tranquila.

Lo fulmino con la mirada.

—Puberto… ¿qué haces aquí? —pregunto irritada—. ¿No puedes dejarme sola ni un segundo?

Él ignora mi tono molesto y acerca su mano a mi rostro. Desliza sus dedos lentamente por mi mejilla, su tacto es cálido y… extrañamente agradable. No borra la sonrisa de su rostro mientras con delicadeza quita uno de mis auriculares. Frunzo aún más el ceño cuando lo sostiene con su otra mano y se lo coloca en su oído. Me extiende la rosa de nuevo.

—¿Qué? —digo elevando una ceja. Suspiro y le pongo pausa a la música, silenciando ambos auriculares.

—La flor es para ti —responde con naturalidad, sacándose el auricular—. Y debo decir que tienes muy buen gusto musical.

Si fuera una "chica normal", probablemente me sonrojaría como cualquier otra joven hormonal. Pero no lo soy. Me levanto, tomando el auricular de su mano mientras dejo la otra (la que sostiene la flor) en el aire. Si la tomara, probablemente la arrojaría al suelo o la tiraría a la basura… y, siendo honestos, es demasiado bonita para un destino tan cruel.

—Gracias, pero no gracias —respondo fríamente, colocándome nuevamente el auricular. Desvío la mirada a la flor que sigue extendiéndome—. Dásela a otra, a alguien con quien realmente puedas tener el polvo que buscas.

El chico eleva ambas cejas con sorpresa. Luego, tras unos segundos, una sonrisa divertida se dibuja en su rostro. Se pone de pie y, sin previo aviso, toma mi mano, colocando en ella la flor.

—No quiero ningún "buen polvo", como dices —dice sin soltar mi mano—. Primero, no es necesario que siempre estés a la defensiva…

Alzo una ceja, sin creerle.

—Segundo —continúa—, es lo último que buscaría en este lugar. Todas son muy fáciles y, la verdad, no quiero nada de eso.

Lo miro fijamente, tratando de leer sus intenciones.

—Y tercero… estoy aquí porque quiero ser tu amigo. Me agradas. Eres única y eso es motivo suficiente para acercarme a ti.

Ahora sí que lo miro como si estuviera diciendo la mayor tontería del mundo.

—Verte tan tranquila me impulsó a acercarme a t…

Lo interrumpo antes de que siga con su discurso sacado de una novela o libro de romance.

—Gracias por la flor —digo con simpleza, separando nuestras manos—. Y bueno… lo del polvo es lo que pareciera que buscas. No estoy a la defensiva, así soy.

Me observa con intensidad, pero no digo nada más.

—Y dudo que alguna vez logres sacarme una risa, ni siquiera una de burla.

En ese momento, mi teléfono vibra. Le están llamando. Aprovecho la distracción para alejarme, sacando mi auricular derecho porque el Bluetooth se ha desconectado.

—¿Halo? —respondo mientras camino sin mirar atrás.

Sigo escuchando atentamente a la persona del otro lado de la llamada.

—¿A quién?

Miro la flor roja en mi mano sin darme cuenta.

—Está bien. Tres días y estará resuelto.

Cuelgo sin más y me dirijo al salón.

Al entrar, guardo el teléfono y los auriculares en mi bolso. Al levantar la mirada, me encuentro con una escena que, aunque me esfuerzo en ignorar, me revuelve el estómago.

Erick está acorralado contra la pared por Clara, la misma zorra con la que me engañó.

—Dale, no me digas que no lo disfrutaste tanto como yo —susurra ella, colgándose de su cuello como si no existiera el concepto de dignidad.

Él no se ha dado cuenta de mi presencia, pero yo me detengo a observar.

—No —dice firme, su voz cargada de convicción—. Solo fue una maldita borrachera que arruinó mi relación de casi dos años con la única chica que he amado.

Me paralizo al escuchar sus palabras. No esperaba algo así.

—Además de tres años conquistándola y cuatro meses pidiéndole de mil formas que fuera mi novia…

Lo miro de reojo. Es cierto. No se la puse fácil.

—Por andar jugando donde no debía, eché a perder lo único bueno que tenía en mi vida.

Sus palabras resuenan en mi cabeza.

—Así que entiéndelo de una buena vez, Clara. ¡No me volveré a enredar contigo!.

Empuja a la chica con fuerza, haciendo que caiga de culo al suelo.

Y en ese instante, una risa macabra y burlona se escapa de mis labios.

Clara, roja de furia y con lágrimas en los ojos, se incorpora como si fuera a decir algo, pero la escena es demasiado buena para ser arruinada.

—¿Qué parte del "no" no entiendes? ¿La "n" o la "o"?

Él usa mi frase.

Sonrío con burla mientras camino como si nada, encendiendo mi música y subiendo el volumen al máximo.

Erick me ve y, como siempre, sonríe al verme.

—Hola, Valery —dice emocionado.

Abro los ojos y lo miro con indiferencia antes de posar mi vista en Clara, aún en el suelo, llorando.

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