Cuarenta y nueve

Noviembre, 2009.

La razón exacta por la que me despierto es desconocida. Habrá sido el sonido crepitante, tal vez el olor del humo o el instinto de supervivencia. Pero cuando abro los ojos, me doy cuenta de que estoy metida en un aprieto. Y uno grande.

Debido al terror y desesperación que se apoderan de mí al unísono, me hundo junto a mi cama abrazando mis piernas.

Es fuego. El departamento se está quemando. Dos toses se me escapan, si permanezco mucho tiempo aquí, moriré asfixiada, sin embargo, no hallo la motivación para moverme. ¿Qué habrá pasado? Mi padre seguramente rebasó su límite y al final terminó con nosotras.

Mamá. Tengo que buscarla.

Una fuerza repentina repara en mis piernas y me obliga a levantarme. Tomo una playera de la pila de ropa sucia y me cubro nariz y boca. Suelto otra tos y caigo de rodillas. Así tenga que arrastrarme, debo encontrar a mamá.

Abro la puerta de la habitación y me pega de lleno el calor, si de por sí sentía que me sofocaba, al recibir el aire hirvi
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