Cincuenta y uno.2

Más tarde no puedo evitar pensar en la chica golpeada, no la volví a ver después de la comida y eso que la estuve buscando. No vi bien su rostro, porque me centré únicamente en sus ojos, ese brillo asustado. Y entonces el dolor cae sobre mí como un balde de agua fría.

Los músculos de mi cuerpo se tensan tan fuerte que duele, mi pecho se oprime con fuerza y me impide respirar. Cada latido del corazón punza y envía una oleada de fuego por todo mi cuerpo. Me duele, me arde, me estoy muriendo. Y es hasta después que sé que no es más que miedo. Un miedo tan profundo que es capaz de penetrar mi alma y carcomer mi mente.

Mis alaridos queman mi garganta, pero no puedo evitarlo, solo quiero deshacerme de esta sensación. Sensaciones. No es una, son cientos. Desde tristeza a terror, desde aburrimiento hasta un júbilo inexplicable, desde angustia hasta nostalgia.

A partir de eso todo empeora. Cada noche, sin falta, el remolino de emociones me embarga. Se apodera de mí durante una hora y entonces
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