Cincuenta y dos.2

Siento una fuerte sacudida, después otra y entonces una mucho más fuerte. La gélida mano de alguien me toma por el cuello como intentando levantarme, pero no puedo. No quiero. Su frío tacto no es agradable, hay miedo de por medio, un terror naciente cuya semilla empieza a germinar, se cuela por sus poros e invade su cuerpo. Impotencia, duda... lucha, aún hay esperanza y debo pelear.

—¡Kendra no te duermas!

Y logro incorporarme un poco. Veo los ojos de Tristán e intento no perderme en ellos, no quisiera mezclar su miedo con mi derrota, necesitamos a alguien que siga luchando. La única forma de no cerrar los ojos y dejarme llevar, es hablar y de pronto se me ha ocurrido algo.

—Haces miniaturas —incluso hablar es difícil—. Eres bueno.

—En realidad no, pero puedo intentar hacerte una —sus labios adquieren un tinte morado—. Solo si sigues despierta.

—No me gustan.

Me mira extrañado, como si no pensara que estuviera del todo consciente.

—Ulruir no podrá lograrlo —traga saliva—. Ya no lo cre
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