Finalmente lo tenía todo, el dinero, la posición, los bienes. Les arrebató todo, saldó las cuentas y no sabía porque ahora sentía ese vacío en la boca del estómago.
-¡Ese condenado "sacerdote", me está haciendo dudar otra vez! - Pensó Katrhyn con rabia. Miró a su alrededor, las cortinas blancas, los vidrios transparentes, la ciudad ahí debajo bulliciosa como siempre. La gente se veía como hormigas pequeñitas y apuradas y en su mente se formó la imagen de cómo son fácilmente aplastadas por las suelas de los zapatos. Así como ella había hecho con sus enemigos y a pesar del nudo en el estómago se le dibujó un sonrisa.
Un golpe en la puerta la hizo salir de sus pensamientos. - Pasa - dijo y su secretaria entró con una bandeja con café. Lo dejó sobre la pequeña mesita junto al gran sillón, como era habitual, hizo un leve gesto con la cabeza y salió. Así se manejaban sus empleados con ella, no le temían, sino que les inspiraba un profundo respeto, casi reverencial. Y se lo había ganado a base de trabajo duro y dedicación, ningún "sacerdote" de parroquia la haría dudar de eso. Pero el sacerdote de parroquia si lo estaba logrando.
De haber sabido que esto sucedería nunca se hubiese involucrado directamente con la asistencia que la pequeña parroquia de su ciudad brindaba a los más desvaforecidos. Pero ella había estado ahí, había pasado las inclemencias de dormir a cielo abierto sin abrigo, el dolor del hambre, el desdén de los que pasan y solo observan. Sentía que ahora podía marcar la diferencia, al menos un poco, en aquellos que estaban en esa situación.
Se sentó en su sillón y acarició levemente uno de sus apoya brazos, era suave como lo sería todo en su vida de ahora en más. Suave y pulcro. Estiró la mano y tomó la taza de la mesita y de inmediato el aroma del café invadió sus sentidos. Café negro, sin crema, leche o azúcar, así se había acostumbrado a tomarlo. Pero no por decisión propia, sino que adquirió el hábito por necesidad cuando recién comenzaba a abrirse paso. No le alcanzaba más que para eso. El sacerdote lo tomaba de la misma manera. -Ay, por Dios!. - Exclamó y estaba vez si estaba enojada. Dejó el café nuevamente en la mesita y se paró.
-Ese sacerdote me persigue como una sombra ¿porque no puedo sacarlo de una vez de mi cabeza? Ya debe estar en su nueva parroquia en... ¿Dónde era? ¿Salcedo?... Bueno, no me interesa! - Quizá si lo decía en voz alta podría convencerse a sí misma, pero no podía siquiera engañarse lo suficiente para creerlo. El Padre William estaba por completo metido en su sistema.
Su propia incredulidad hizo que se enojara aún más, caminó hacia su escritorio y levantó el teléfono. -Cecil, averigua a que parroquia de Salcedo enviaron al Padre William Antón. Utiliza todos los recursos que necesites y avísame en cuanto tengas novedades por favor. Si, gracias. - Colgó el teléfono y regresó al mismo lugar junto a la ventana en el que estaba. Comenzaba a aparecer el invierno, podían verse los árboles del parque desnudos de hojas mecerse con el viento y las nubes grises amenazando detrás de los altos edificios y a pesar de que en su oficina la termperatura era más que agradable cuando exhaló el aire de sus pulmones se sentía frío.
William Antón había llegado a la ciudad dos años atrás como ayuda al viejo sacerdote que llevaba décadas en la parroquia. Lo cierto es que el Padre Michael estaba a punto de retirarse de la vida activa de la Iglesia, ya tenía problemas y achaques propios de sus 76 años. Se había convertido en un miembro muy querido de la comunidad, ayudaba a quién se lo pidiera y siempre trataba de devolver al camino a aquellos descarrilados. No fue sorpresa cuando el Padre William llegó a las puertas de la parroquia, la carta de la diócesis había sido recibida una semana antes.
A sus 40 años, Wiliam ya llevaba 10 años de sacerdocio. Eso decía su perfil. Se ordenó tarde pero no significaba que no fuera un sacerdote devoto e integrado por completo a la vida eclesiástica. Su nombre hacía que uno recordara títulos nobiliarios, un tipíco nombre inglés que muchos reyes llevaron. Y sin dudas su porte era digno de su nombre. El cabello negro corto, los ojos grandes y brillantes y una sonrisa que robaba suspiros entre sus feligresas. Además, exudaba esa aura de solemnidad y elegancia a pesar de la negra sotana. Era de esos hombres reservados pero que su sola presencia genera una fuerza de atracción propia, como la gravedad de la tierra atrayendo la luna. Tanto mujeres como hombres sentían esa gravedad al acercarse a su atmósfera, querían hablar con él, verlo de cerca.
Lo cierto es que no era atractivo en el estricto sentido de la palabra, pero tampoco era incomodo de ver. Al contrario, uno podría quedarse viéndolo directo al rostro lo que durarán sus misas. Eran sus gestos, los pequeños movimientos que hacía con el ceño, la expresión de emoción que se reflejaba en sus ojos o las imperceptibles sonrisas que hacían que la comisura de sus labios generara expectativas. Era elegante por naturaleza, de movimientos firmes llenos de confianza. Hasta cuando secaba sus grandes manos después de asistir un bautizo parecía un pequeño ritual sincronizado. Y la confianza con la que realizaba hasta las cosas más insignificantes y rutinarias era su gran atractivo. La confianza inspira seguridad y eso era lo que encontraban en él sus feligreses.
Eso fue lo que Kathryn encontró en él, seguridad, confianza e inevitablemente fue atraída por su gravedad como el resto. Pero ahora se negaba a reconocerlo, no quería que este sacerdote de cabello negro y sonrisa amplia la persiguiera con sus palabras por el resto de su vida. No tenía tiempo para esto, para distraerse de sus objetivos, para dudar de sus pasos porque el costo sería muy alto y ella no iba a renunciar a sus logros ni por esas palabras ni por ese sacerdote.
Estaba decidida. Contra su buen juicio buscaría a William, aclararía las cosas y podría continuar su vida como la tenía planeada. No podía detenerse ahora porque su consciencia hubiese mutado hasta convertirse en la voz de ese sacerdote que le susurraba dentro de su cabeza. Nadie tuvo reparos por ella, nadie sintió remordimientos, nadie le tendió una mano o estuvo para consolarla cuando estuvo a punto de perdelo todo; lo que había logrado lo hizo por su propia cuenta. Cada victoria estaba cimentada en sus lágrimas, el desapego, el dolor y la angustia y las raíces ya estaban demasiado profundas. Solo le faltaba deshacerse de este "pequeño problema" que la acosaba permenentemente y que plantaba la semilla de la duda en su interior. No importaba que fuera una semilla del tamaño de un grano de arena, ahí estaba molestándola y debía eliminarla.
Su teléfono sonó, era Cecil. -Señora, no he podido localizar al Padre Antón. No se encuentra en Salcedo y por lo que me dijeron tampoco está en ninguna parroquia de España.-
¿Cómo era posible? Ella misma habló con él por teléfono cuando se despidió de un día para el otro y simplemente le dijo que lo habían asignado de manera urgente a Salcedo. ¿Qué estaba sucediendo?
-¿Cómo que no está en España? Corrobóralo de nuevo, Cecil. No es posible.-
¿Qué estaba sucediendo? Él no pudo mentirle ¿o si?. Quizá a último momento cambiaron su destino y lo enviaron a otro pías. Tal vez se enteraron de lo que había sucedido y decidieron sacarlo de la iglesia. No, de haber sido el caso ella sería la primera en enterarse.
William siempre tuvo ese velo imperceptible sobre él, como si algo más se escondiera debajo de su carisma y su sonrisa. Algo misterioso que Kathryn atribuyó a una lucha interna que cuando salía a la superficie se transformaba en una tormenta que arrasaba con todo. Esa docilidad y amabilidad que parecían romperse y dejaban paso a lo más oscuro que llevaba dentro. Ella fue testigo directa de ese rompimiento. Pero no, había otra cosa ahí agazapada que nunca pudo saber a ciencia cierta que era.
Media hora más tarde Cecil volvió a llamar a la puerta y cuando entró su cara de preocupación lo decía todo.
-¿Pudiste averiguar algo? - Le preguntó Kathryn ya mostrando un poco de nerviosismo.
-No, señora. Llamé a nuestro contacto en el gobierno y este se comunicó con la embajada de España, por eso demoró un poco más. Ratificaron con las autoridad de la Iglesia allí que ningún Padre William Antón está, estuvo o debería estar al frente de una porroquia o cualquier otra dependencia. -
Las alarmas comenzaron a sonar en su cabeza. Se sentó detrás de su escritorio y solo miró el piso por unos segundos que a Cecil se le hicieron interminables.
-Muy bien, no te preocupes. Mañana iré yo misma a la parroquia a hablar con el Padre Michael sobre esto. Seguramente él tiene más información. Tiene que saber donde está William... Puedes irte a casa, Cecil, yo lo haré en un rato.-
Cuando salió a la entrada del edifcio a las 5 en punto el auto ya estaba esperándola. Definitivamente el invierno había llegado y la lluvia comenzaba a amenazar. En la calle de enfrente vio a dos jóvenes sentadas en las mesas exteriores de un restó tomando algo, recordó el café que dejó se enfriara sobre la mesita y de repente la imagen del Padre William volvió a su cabeza. Pensando en dónde estaría él subió al auto, quizá si hubiera observado por unos segundos más habría notado al hombre de traje oscuro y gafas sentado detrás de esas dos jovencitas, observándola.
Por la pequeña ventana que daba a la altura de la calle podía verse la gente ir y venir, el ruido del tránsito se distinguía muy cerca y en la esquina un grupo de músicos callejeros tocaba algo. Pero dentro de la habitación donde dos hombres estaban reunidos casi no podía oírse nada.-Katrhyn S. Withehouse, 35 años, dueña y directora de Withehouse Sport. - Le informó el hombre de cabello rubio al otro sentado del lado contrario de la mesa.-Lo sé bien. - Respondió.-Bueno, entonces ya sabes lo que hay que hacer. Es la única conexión que tenemos y lo lamento por ti, pero vamos a utilizarla. --Muy bien, pero será bajo mis condiciones. Sabes cómo es esto. - Dijo haciendo una mueca con la boca.Al de cabellos rubios no le gustó nada la actitud de este hombre alto que se cubría el rostro con unos lentes negros, sombrero y bufanda, pero tenía sus órdenes y todo lo que le importaba era el resultado. Era de esos tipos a los que solo les interesa el dinero depositado luego de un trabajo bien
El despertador sonó a las 6:30 de la mañana, como todas las mañanas. Pero esta se percibía diferente. Al apagar la alarma, Kathryn sintió una pesadumbre en el cuerpo como hacía mucho no le sucedía. Incertidumbre, pena, desazón. Ya habían pasado algunos años desde que su única preocupación eran asuntos de la empresa y de un día para el otro no podía pensar en nada más que en un hombre.¿Cómo la sacó tan facilmente de su enfoque diario? Su meta en la vida ya la había conseguido y estaba yendo a pasos firmes por su propio camino. Y él apareció para poner todo patas arriba. La máquina de café hizo un pitido avisándole que ya estaba listo. Pero al acercarlo a su boca el aroma le produjo nauseas, para una adicta al café como ella eso era una clara señal de que todo su equilibrado y detallado sistema se estaba desmoronando y comenzaría a mal funcionar si no tomaba cartas en el asunto y lo detenía.Se duchó y se vistió. Mientras se maquillaba recibió la llamada matutina de Paul.- Buen día, K
Kathryn volvió derrotada a la oficina solo 20 minutos antes de que su reunión comenzara. El Padre Michael tampoco sabía nada, al menos eso fue lo que sostuvo con firmeza hasta que ella se marchó.No iba a decirle una palabra en absoluto. Todo esto debía terminar aquí y ahora antes de que se volviese un peligro para Kath. No debió aceptar a William en primer lugar, pero tampoco podía negarse a ayudar a alguien que lo necesitara como él en ese momento. Nunca imaginó por un segundo que Kathryn entraría en la ecuación y jugaría un papel tan importante. Cuando cruzó la puerta de su oficina Paul la esperaba ansioso. Debían ir al salón de conferencias porque los de Princo ya estaban allí, llegaron antes. Su cara al verla se trasformó, era evidente que no se encontraba bien pero tampoco iba a preguntarle. En parte sabía de donde venía y a que había ido y en parte no quería oírla hablar de William. De todas maneras, se dio cuenta de que no tenía nada. Respiró profundo y le dijo que estaban es
20 años atrásEl estómago le hacía ruido y le dolía, llevaba dos días a agua de los bebederos del parque y un paquete de galletas que ya se habían terminado. Se notaba en su ropa que había perdido algo de peso, los cordones del pantalón deportivo ya no podían ajustarse más. No le quedaba nada más por vender y esa noche volvería a quedar en la calle, nadie la alojaría sin dinero en el bolsillo, ni siquiera la casera de la pensión que por momentos se apiadaba de ella. Ya le había dicho la noche anterior que no regresara si no tenía para pagarle.Kathryn suspiró con algo de tristeza, pero estaba decidida a salir adelante. Quizá si iba por las calles laterales de la avenida conseguiría algún pequeño trabajo por ese día que le permitiera comer y asegurarse un techo por la noche. Tomó su mochila que a esta altura ya estaba bastante sucia, se sacudió algunas hojas del pelo y comenzó a caminar.Llegó hasta la florería y pudo ver a un grupo de gente haciendo fila una calle más allá, miró un po
-No entiendo para que lo contactaste, Kathryn, ya te dijeron de la misma embajada que no está en Salcedo. –-Lo sé, Paul, pero es el último recurso que me quedaba y lo utilicé. –-Estas obsesionada con ese tipo. Sigo sin entender para que involucraste a un agente de Inteligencia. Sería mejor que sólo lo perdieras de vista de una buena vez y acabes con este juego tuyo. –-No es un juego. –Él lo sabía, sabía que para ella no era un juego. Sabía que iría hasta las últimas consecuencias por hallarlo y eso lo estaba matando. ¿Cómo era posible que este hombre que apareció de la nada de pronto se estuviera llevando a la única mujer que había amado en su vida?-Sabes bien que logro mis objetivos sin importar el tiempo que me lleve. Entiendo que estés preocupado, pero es algo que debo hacer. Sabes como soy. –-Me parece que estas exagerando, vas a invertir una buena cantidad para pagarle los favores a este agente. –-No me interesa eso, Paul. Tengo el dinero para ponerlo a trabajar y es todo
El día que Kathryn se enteró que William no era un sacerdote todo comenzó a encajar en su lugar. Esto la convertía en una mujer “normal”, no en una desquiciada que sentía una atracción hacia un hombre de la Iglesia. Pero también la enfureció, la había estado engañando descaradamente y sin signos de remordimiento. William ya llevaba más de un año oficiando misas junto al Padre Michael y ella iba siempre. Cada domingo estaba en la parroquia, la presencia del “sacerdote” de porte riguroso le generaba un cosquilleo de anticipación en el estómago cada sábado por la noche. En su cabeza se decía a ella misma que lo mejor era no ir, pero algo la impulsaba la mañana siguiente para vestirse y asistir. A esta altura ya se veían fuera del ámbito religioso, como amigos. Solían reunirse en el parque o en algún café y él vestía ropa civil que revelaba un poco más de su cuerpo escondido debajo de la sotana. Espalda ancha, antebrazos bien trabajados, piernas largas. Al principio, Kathryn creía que s
William C. Taylor provenía de una familia de clase media que le había dado una educación básica, un hogar estable y buenos valores. Pero cuando llegó el momento de asistir a la Universidad, William decidió que lo mejor para él era entrar en las fuerzas armadas como lo habían hecho su padre y su abuelo. Tenía casi 19 años cuando se unió al ejército y en poco tiempo comenzó a demostrar que estaba hecho para estar ahí. Amaba la vida marcial y su carrera fluyó sin detenerse hasta que alcanzó el rango de Capitán.Fue entonces cuando lo convocaron de la Agencia de Seguridad para reclutarlo como agente especial. Tenía todas las características necesarias y su largo registro de misiones exitosas lo respaldaban. Al igual que en el ejército se destacó en cada operativo que realizó. Para cuando todo estalló él ya había servido en Berlín, Singapur, Londres, Madrid y Tokio.En la Agencia había un infiltrado, un topo que traspasaba información fuera y estaba arruinando todos los operacionales que s
Con el correr de los días Kathryn fue cediendo un poco. Era cierto que se estaba pasando un poco de la raya con su “castigo”. Lo que William no sabía era que en realidad se estaba castigando a ella misma. Tenía la costumbre de practicar la restricción cuando se sentía culpable por algo, ni siquiera con terapia pudo superar esa conducta. Era como cuando los más fervorosos se auto flagelan para expiar sus pecados.Primero estuvo interesada en un “sacerdote”, que no era sacerdote. Luego lo negó para finalmente aceptarlo y ser indulgente con su falta. No se trataba de reglas religiosas o de temores a lo divino, sino de perder su enfoque. Un hombre la distrajo del camino que ella pensaba debía seguir, de sus logros, de sus metas. Incluso fantaseo como sería llevarlo a la cama ¡Por favor!Todo eso sin contar con que era un mentiroso. El Padre Michael le había ya explicado algo lo que sucedía con William, pero no por eso dejó de culparlo. Por lo que cuando no le quedaba otra que cruzarlo en