Mentiras

El día que Kathryn se enteró que William no era un sacerdote todo comenzó a encajar en su lugar. Esto la convertía en una mujer “normal”, no en una desquiciada que sentía una atracción hacia un hombre de la Iglesia. Pero también la enfureció, la había estado engañando descaradamente y sin signos de remordimiento.

William ya llevaba más de un año oficiando misas junto al Padre Michael y ella iba siempre. Cada domingo estaba en la parroquia, la presencia del “sacerdote” de porte riguroso le generaba un cosquilleo de anticipación en el estómago cada sábado por la noche. En su cabeza se decía a ella misma que lo mejor era no ir, pero algo la impulsaba la mañana siguiente para vestirse y asistir.

A esta altura ya se veían fuera del ámbito religioso, como amigos. Solían reunirse en el parque o en algún café y él vestía ropa civil que revelaba un poco más de su cuerpo escondido debajo de la sotana. Espalda ancha, antebrazos bien trabajados, piernas largas. Al principio, Kathryn creía que s
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