Con el correr de los días Kathryn fue cediendo un poco. Era cierto que se estaba pasando un poco de la raya con su “castigo”. Lo que William no sabía era que en realidad se estaba castigando a ella misma. Tenía la costumbre de practicar la restricción cuando se sentía culpable por algo, ni siquiera con terapia pudo superar esa conducta. Era como cuando los más fervorosos se auto flagelan para expiar sus pecados.Primero estuvo interesada en un “sacerdote”, que no era sacerdote. Luego lo negó para finalmente aceptarlo y ser indulgente con su falta. No se trataba de reglas religiosas o de temores a lo divino, sino de perder su enfoque. Un hombre la distrajo del camino que ella pensaba debía seguir, de sus logros, de sus metas. Incluso fantaseo como sería llevarlo a la cama ¡Por favor!Todo eso sin contar con que era un mentiroso. El Padre Michael le había ya explicado algo lo que sucedía con William, pero no por eso dejó de culparlo. Por lo que cuando no le quedaba otra que cruzarlo en
William la dejó salir primero y comenzó a caminar hacia un pasillo, lejos del lobby del hotel. Y ella, sin darse cuenta, lo estaba siguiendo.- ¿A dónde vamos? William, ¿de qué quieres hablar? – Él iba observando las puertas y se detuvo frente a una.-Ven, entra – Le dijo mientras la abría.Kathryn solo entró a la habitación oscura e inmediatamente se encendió la luz y oyó la puerta cerrarse detrás de ella.Cuando se volteó William estaba recostado en la pared, mirándola.- ¿Qué sucede? ¿Por qué nos metiste en el cuarto de la limpieza? –- ¿Tanto te gusta? -- ¿Qué? -- ¿Tanto te gusta el tipo con el que estabas hablando? -- ¿Quién? ¿George? ¿Para eso me trajiste aquí? –William no dijo nada, solo se incorporó lentamente y mientras caminaba hacia ella se sacó el cuello clerical blanco y se lo puso en un bolsillo. Kathryn no se movió un centímetro de su lugar y lo observaba desafiante. El adoraba eso, adoraba que no estuviera dispuesta a retroceder; lo incitaba su actitud altanera.Se
Kathryn salió todavía algo aturdida del cuarto de limpieza. Miró por el pasillo, pero no vio a nadie así que comenzó a caminar hasta los baños del lobby.Al verse en el espejo no se reconoció por unos segundos, pero cuando pudo salir de su estupor y se observó con más detalle notó unas marcas algo rosas en su piel. “Las marcas de William”, pensó y levemente las acarició con los dedos. Si esa mujer no hubiese llegado a interrumpirlos hubiera sucedido lo inevitable. No recordaba ningún momento en su vida en el que se hubiera sentido de esa manera, totalmente entregada. Totalmente descarada. Ansiosa y desesperada por un hombre, deseosa de que la tocara, de que la encendiese hasta consumirla.Debía regresar al salón urgentemente. Había desaparecido por mucho tiempo y todavía quedaba gente por despedir. ¿Qué iba a hacer con esas marcas en su cuello? No podía disimularlas con maquillaje porque no llevaba su cartera consigo, estaba en el salón. Definitivamente se verían. Su mente alternaba e
Se desató una lucha de manos, bocas y lenguas, había estallado la lujuria que sentían y no había vuelta atrás. Él caminó con ella montada hasta el buró de la entrada y la sentó en él, sus piernas se separaron más para darle lugar y simplemente se abalanzó sobre ella. Atacó su cuello y escote con besos abiertos, con lamidas, con pequeñas mordidas, mientras seguía rozándola sin detenerse. Kathryn había puesto las manos sobre el mueble para amortiguar la embestida descontrolada que estaba recibiendo, gimiendo cada vez más alto y retorciéndose. Sus piernas se cerraron por completo alrededor de la cintura de William, y con los talones cruzados lo empujaba más hacia ella.El escote del vestido comenzaba a ser un obstáculo que le cubría la piel a donde él quería estar. Y de pronto, se detuvo. La miró a la cara y le dijo:- Dime que me detenga, Kathryn, y lo haré, porque si no lo haces no podré controlarme más tiempo. - Su voz sonaba como si le estuviera rogando.- No te atrevas a parar ahora
Luego de esa noche William y Kathryn no podían dejar de verse. Habían abierto una caja de Pandora que ninguno quería cerrar. Por la situación de William no podían arriesgarse a que los descubrieran, nadie debía saber qué era lo que estaba sucediendo entre ellos. Kathryn se jugaba su imagen ante su círculo social y su reputación como empresaria y él corría el riesgo de que lo encontraran. Después de todo eran un sacerdote y una mujer enredados, lo que podría estallar en un escándalo. Kath únicamente sabía que estaba resguardando su identidad porque debía testificar en algún momento contra un delincuente que seguía libre. William se abstuvo de contarle más detalles, cuanto menos supiera más seguro sería para ella. Así que solo el Padre Michael y Kathryn conocían que no era sacerdote y que estaba ocultándose.Él único que podría llegar a husmear más de lo debido era Paul que estaba siempre al pendiente de Kathryn y sus movimientos. Así que el acuerdo al que llegaron fue que William iría
Princo Co., compañía de ropa, se asoció con Withehouse Sport buscando salvarse de la quiebra. Su CEO no era otro que Peter y el dueño era su tío Harry Berkeley, hermano de su madre, quien lo apañó bajo su poder cuando la junta de accionistas lo sacó a patadas de la empresa de su padre.En el círculo empresarial de la zona se hablaba mucho de lo arriesgado que era para Harry traer a su sobrino y convertirlo en CEO, ya sabían lo que había ocurrido con W. Sport y que de no haber sido por Kathryn habría pasado a la historia. Y, eventualmente, los resultados fueron los mismos. Un fracaso detrás del otro eran la marca distintiva de Peter.Le tenía un odio acérrimo a la protegida de su padre. La vio llegar a su casa cuando era una niña y por su culpa tuvo que irse del país, solo su madre estaba de su lado. En su cabeza pensó que ese despojo de persona no era más que una cosa en la que él podía poder sus manos cuando quisiera. Estaba acostumbrado a eso, así vivía. No entendía porque su padre
Llegaron las festividades de junio y Kathryn por fin podía descansar un poco. Invitó a William a salir de la ciudad por unos días a una casa que había comprado a las afueras, cerca de donde había nacido y que de vez en cuando usaba para huir de la rutina. Kathryn llevaba encima el peso de su trabajo desde que se inició en el negocio de la indumentaria como si eso fuese todo en su vida, era adicta al trabajo y al café. Que pudiera desprenderse algo de su vida diaria no era común, pero William la estaba impulsando a hacer cosas nuevas, le estaba enseñando a relejarse y desconectarse. Cuando estaban juntos ella era solo Kath, se reía más, se soltaba más, disfrutaba más. Podían poner música en su piso y bailar pegados, tomar helado sentados en el piso del living mirando una película, beber hasta casi marearse. Él le daba la seguridad de poder ser ella misma sin el temor de que sería juzgada, con la libertad de ser sin mantener siempre la imagen pulcra. Si ella dejaba ropa regada por el
Paul estaba saliendo de un encuentro con Peter y miembros de la junta, habían citado a Kathryn para ofrecerle un negocio, pero él fue en su lugar. Ya sabían lo que iban a plantearle de antemano: una fusión con Princo Co. Por lo que envió a Paul con algunas condiciones. Una de ellas fue la que lo retuvo más tiempo del que tenía pensado: Peter quedaba fuera de cualquier cargo si querían que Kathryn invirtiera en la empresa. Y cómo era de suponerse Peter estalló. Su tío Henry no decía nada, su silenció era un castigo autoimpuesto por haber tomado una decisión tan evidentemente estúpida. Habían recurrido a W.Sport como podía hacerlo con cualquier otra compañía, pero la cercanía “familiar” fue lo que impulsó a Henry Berkeley a convocar a una reunión y enviar a sus socios más allegados a hablar con Kathryn. Y no fue por “piedad filial” que ella respondió, sino para seguir sumando puntos a su agenda. Si conseguía a Princo, sacaría a Peter por completo del panorama porque ya no le quedaba a