Calma

La mañana siguiente volvió a ser como esos viejos días en los que William le preparaba el desayuno. El aroma del café le abría el apetito y él se aseguraba de que comiera algo más; si por ella fuera viviría a puro café. Le preparó unos panqueques con frutas y crema; conocía su debilidad por las cosas dulces; podría pasarse la vida cocinándole lo que le pidiera, no había nada como su rostro feliz cuando algo le parecía delicioso, las pequeñas muecas que hacía con los ojos y la nariz al disfrutar la comida. Incluso, a veces, su cuerpo se movía al compás de un ritmo que delataba su felicidad. Regresaron a su lugar en el balcón, aunque ya estaba acechando un poco el frío del otoño.

-Entonces ¿Qué has hecho este tiempo además de trabajar? –

- Solo trabajar, era lo que mantenía ocupada sin volverme loca pensando donde estarías –

- ¿Visitaste a Michael? –

- Si, varias veces, sobre todo los domingos. Él se acostumbró a tu presencia en la parroquia, le hiciste falta… A mí también –

- Lo s
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