El día que Kathryn se enteró que William no era un sacerdote todo comenzó a encajar en su lugar. Esto la convertía en una mujer “normal”, no en una desquiciada que sentía una atracción hacia un hombre de la Iglesia. Pero también la enfureció, la había estado engañando descaradamente y sin signos de remordimiento. William ya llevaba más de un año oficiando misas junto al Padre Michael y ella iba siempre. Cada domingo estaba en la parroquia, la presencia del “sacerdote” de porte riguroso le generaba un cosquilleo de anticipación en el estómago cada sábado por la noche. En su cabeza se decía a ella misma que lo mejor era no ir, pero algo la impulsaba la mañana siguiente para vestirse y asistir. A esta altura ya se veían fuera del ámbito religioso, como amigos. Solían reunirse en el parque o en algún café y él vestía ropa civil que revelaba un poco más de su cuerpo escondido debajo de la sotana. Espalda ancha, antebrazos bien trabajados, piernas largas. Al principio, Kathryn creía que s
William C. Taylor provenía de una familia de clase media que le había dado una educación básica, un hogar estable y buenos valores. Pero cuando llegó el momento de asistir a la Universidad, William decidió que lo mejor para él era entrar en las fuerzas armadas como lo habían hecho su padre y su abuelo. Tenía casi 19 años cuando se unió al ejército y en poco tiempo comenzó a demostrar que estaba hecho para estar ahí. Amaba la vida marcial y su carrera fluyó sin detenerse hasta que alcanzó el rango de Capitán.Fue entonces cuando lo convocaron de la Agencia de Seguridad para reclutarlo como agente especial. Tenía todas las características necesarias y su largo registro de misiones exitosas lo respaldaban. Al igual que en el ejército se destacó en cada operativo que realizó. Para cuando todo estalló él ya había servido en Berlín, Singapur, Londres, Madrid y Tokio.En la Agencia había un infiltrado, un topo que traspasaba información fuera y estaba arruinando todos los operacionales que s
Con el correr de los días Kathryn fue cediendo un poco. Era cierto que se estaba pasando un poco de la raya con su “castigo”. Lo que William no sabía era que en realidad se estaba castigando a ella misma. Tenía la costumbre de practicar la restricción cuando se sentía culpable por algo, ni siquiera con terapia pudo superar esa conducta. Era como cuando los más fervorosos se auto flagelan para expiar sus pecados.Primero estuvo interesada en un “sacerdote”, que no era sacerdote. Luego lo negó para finalmente aceptarlo y ser indulgente con su falta. No se trataba de reglas religiosas o de temores a lo divino, sino de perder su enfoque. Un hombre la distrajo del camino que ella pensaba debía seguir, de sus logros, de sus metas. Incluso fantaseo como sería llevarlo a la cama ¡Por favor!Todo eso sin contar con que era un mentiroso. El Padre Michael le había ya explicado algo lo que sucedía con William, pero no por eso dejó de culparlo. Por lo que cuando no le quedaba otra que cruzarlo en
William la dejó salir primero y comenzó a caminar hacia un pasillo, lejos del lobby del hotel. Y ella, sin darse cuenta, lo estaba siguiendo.- ¿A dónde vamos? William, ¿de qué quieres hablar? – Él iba observando las puertas y se detuvo frente a una.-Ven, entra – Le dijo mientras la abría.Kathryn solo entró a la habitación oscura e inmediatamente se encendió la luz y oyó la puerta cerrarse detrás de ella.Cuando se volteó William estaba recostado en la pared, mirándola.- ¿Qué sucede? ¿Por qué nos metiste en el cuarto de la limpieza? –- ¿Tanto te gusta? -- ¿Qué? -- ¿Tanto te gusta el tipo con el que estabas hablando? -- ¿Quién? ¿George? ¿Para eso me trajiste aquí? –William no dijo nada, solo se incorporó lentamente y mientras caminaba hacia ella se sacó el cuello clerical blanco y se lo puso en un bolsillo. Kathryn no se movió un centímetro de su lugar y lo observaba desafiante. El adoraba eso, adoraba que no estuviera dispuesta a retroceder; lo incitaba su actitud altanera.Se
Kathryn salió todavía algo aturdida del cuarto de limpieza. Miró por el pasillo, pero no vio a nadie así que comenzó a caminar hasta los baños del lobby.Al verse en el espejo no se reconoció por unos segundos, pero cuando pudo salir de su estupor y se observó con más detalle notó unas marcas algo rosas en su piel. “Las marcas de William”, pensó y levemente las acarició con los dedos. Si esa mujer no hubiese llegado a interrumpirlos hubiera sucedido lo inevitable. No recordaba ningún momento en su vida en el que se hubiera sentido de esa manera, totalmente entregada. Totalmente descarada. Ansiosa y desesperada por un hombre, deseosa de que la tocara, de que la encendiese hasta consumirla.Debía regresar al salón urgentemente. Había desaparecido por mucho tiempo y todavía quedaba gente por despedir. ¿Qué iba a hacer con esas marcas en su cuello? No podía disimularlas con maquillaje porque no llevaba su cartera consigo, estaba en el salón. Definitivamente se verían. Su mente alternaba e
Se desató una lucha de manos, bocas y lenguas, había estallado la lujuria que sentían y no había vuelta atrás. Él caminó con ella montada hasta el buró de la entrada y la sentó en él, sus piernas se separaron más para darle lugar y simplemente se abalanzó sobre ella. Atacó su cuello y escote con besos abiertos, con lamidas, con pequeñas mordidas, mientras seguía rozándola sin detenerse. Kathryn había puesto las manos sobre el mueble para amortiguar la embestida descontrolada que estaba recibiendo, gimiendo cada vez más alto y retorciéndose. Sus piernas se cerraron por completo alrededor de la cintura de William, y con los talones cruzados lo empujaba más hacia ella.El escote del vestido comenzaba a ser un obstáculo que le cubría la piel a donde él quería estar. Y de pronto, se detuvo. La miró a la cara y le dijo:- Dime que me detenga, Kathryn, y lo haré, porque si no lo haces no podré controlarme más tiempo. - Su voz sonaba como si le estuviera rogando.- No te atrevas a parar ahora
Luego de esa noche William y Kathryn no podían dejar de verse. Habían abierto una caja de Pandora que ninguno quería cerrar. Por la situación de William no podían arriesgarse a que los descubrieran, nadie debía saber qué era lo que estaba sucediendo entre ellos. Kathryn se jugaba su imagen ante su círculo social y su reputación como empresaria y él corría el riesgo de que lo encontraran. Después de todo eran un sacerdote y una mujer enredados, lo que podría estallar en un escándalo. Kath únicamente sabía que estaba resguardando su identidad porque debía testificar en algún momento contra un delincuente que seguía libre. William se abstuvo de contarle más detalles, cuanto menos supiera más seguro sería para ella. Así que solo el Padre Michael y Kathryn conocían que no era sacerdote y que estaba ocultándose.Él único que podría llegar a husmear más de lo debido era Paul que estaba siempre al pendiente de Kathryn y sus movimientos. Así que el acuerdo al que llegaron fue que William iría
Princo Co., compañía de ropa, se asoció con Withehouse Sport buscando salvarse de la quiebra. Su CEO no era otro que Peter y el dueño era su tío Harry Berkeley, hermano de su madre, quien lo apañó bajo su poder cuando la junta de accionistas lo sacó a patadas de la empresa de su padre.En el círculo empresarial de la zona se hablaba mucho de lo arriesgado que era para Harry traer a su sobrino y convertirlo en CEO, ya sabían lo que había ocurrido con W. Sport y que de no haber sido por Kathryn habría pasado a la historia. Y, eventualmente, los resultados fueron los mismos. Un fracaso detrás del otro eran la marca distintiva de Peter.Le tenía un odio acérrimo a la protegida de su padre. La vio llegar a su casa cuando era una niña y por su culpa tuvo que irse del país, solo su madre estaba de su lado. En su cabeza pensó que ese despojo de persona no era más que una cosa en la que él podía poder sus manos cuando quisiera. Estaba acostumbrado a eso, así vivía. No entendía porque su padre