Pequeña niña

20 años atrás

El estómago le hacía ruido y le dolía, llevaba dos días a agua de los bebederos del parque y un paquete de galletas que ya se habían terminado. Se notaba en su ropa que había perdido algo de peso, los cordones del pantalón deportivo ya no podían ajustarse más. No le quedaba nada más por vender y esa noche volvería a quedar en la calle, nadie la alojaría sin dinero en el bolsillo, ni siquiera la casera de la pensión que por momentos se apiadaba de ella. Ya le había dicho la noche anterior que no regresara si no tenía para pagarle.

Kathryn suspiró con algo de tristeza, pero estaba decidida a salir adelante. Quizá si iba por las calles laterales de la avenida conseguiría algún pequeño trabajo por ese día que le permitiera comer y asegurarse un techo por la noche. Tomó su mochila que a esta altura ya estaba bastante sucia, se sacudió algunas hojas del pelo y comenzó a caminar.

Llegó hasta la florería y pudo ver a un grupo de gente haciendo fila una calle más allá, miró un poco más arriba y distinguió la pequeña torre de la parroquia. Decidió acercarse y a medida que lo hacía se dio cuenta de que la gente de la fila estaba igual o peor que ella. De pronto el aroma a comida le pegó de lleno en la cara y el estómago le rugió. Alguien le dijo que estaban esperando que abriera el comedor de la parroquia, que el Padre Michael les ofrecería alimentos y los dejaría tomar un baño si así lo querían.   

No lo dudó y se quedó también a la espera. Finalmente, dejaron pasar a las primeras personas y luego al resto. De acercó algo vacilante a una de las mesas y de pronto oyó una voz detrás de ella.

-Hija, bienvenida. – Al girarse lo vio por primera vez, el Padre Michael Elías. Sin saberlo, había conocido al hombre que la sacaría de las calles.

-Gracias. – Le respondió con la voz tímida.

-Esta es la primera vez que te veo en la parroquia. Puedes comer todo lo que quieras y esa de allí es la Hermana Alba, si necesitas usar las duchas o algo de ropa ella puede ayudarte. Por favor, no dudes en decirle. Eres muy joven. –

-Gracias, Padre, lo haré. –

-Ven, siéntate aquí. Ya están por traer las viandas. -

Kathryn se sentó y esperó y efectivamente, trajeron las viandas acompañadas de una botella de jugo de naranja y un pequeño postre de chocolate. De entre todas las personas aquel día, era la más joven, apenas había cumplido 15 años.

Michael se acercó a la Hermana Alba y le pidió que por favor tuviera un ojo puesto en la jovencita, que de ser posible no la dejara marcharse y le ofreciera quedarse en la dependencia de las Hermanas. No quería que una niña tan joven estuviera en la calle y Kathryn tenía todo el aspecto de que hacía tiempo no tenía un lugar fijo donde estar segura.

Cuando terminó de comer y estaba satisfecha se quedó observando a los demás que la acompañaban en la mesa. Personas que vivían en la calle o que a todo lo que podían acceder era a esta comida de la parroquia. Durante los meses que había vagado sin rumbo vio todo tipo gente, pero en realidad nunca se detuvo a observarlos detenidamente. Se preguntó si ella también se vería así. Giró la cabeza y en la otra punta miró a la Hermana Alba que le sonreía; se paró e inmediatamente la monja comenzó a caminar en su dirección.

-Pequeña, ¿te gustó la comida? –

-Sí, Hermana, estaba muy rica, gracias. –

- ¿Cómo te llamas? –

-Kathryn –

-Kathryn, que nombre tan bonito. ¿Cuántos años tienes? –

- 15 –

- ¡Pero si eres una niña todavía! Dime, ¿te gustaría darte un baño y algo de ropa limpia? Creo que tenemos muchas prendas de tu talle en la dependencia. –

Kathryn no le respondió, no sabía que decir. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien le ofrecía ayuda.

-Ven, pequeña, te llevare a la dependencia de las Hermanas para que puedas bañarte tranquila. No te preocupes, allí solo hay algunas monjas como yo. No están permitidos los hombres, ni siquiera el Padre Michael puede pasar. Ven.-

Sin saber porque y sin decir palabra, siguió a la Hermana Alba hasta que llegó a otro edificio detrás de la parroquia. Al entrar vio a otras dos monjas que le sonrieron y volvió a sentirse segura después de mucho tiempo. Una vez que la ducha terminó y pudo elegir prendas nuevas que ponerse, Alba la invitó al pequeño salón para que merendara algo.

- ¿Tienes familia, Kathryn? –

-Sí, Hermana, pero no me quieren. –

- ¿Cómo es eso? – Este era otro caso de rebeldía adolescente, pensó la Hermana.

-La familia de mi madre no me quiere porque dicen que soy una “mestiza”. Lo mismo decían de mi mamá, así que me fui de ese lugar. Todo lo que hacía era trabajar en el restaurante familiar desde muy temprano en la mañana hasta entrada la noche, casi no podía ir a la escuela. Bueno, ahora tampoco voy. –

- ¿Qué te parece si esta noche te quedas aquí con nosotras? Ya va a empezar a caer la tarde y sería bueno que no estuvieras allí afuera. ¿Qué dices? –

- ¿Puedo quedarme con usted? –

-Claro, Kathryn. No permitiré que pases la noche en un banco del parque o en algún otro lugar, es peligroso para una niña joven. –

Luego de esa noche, Kath, como el Padre Michael comenzó a llamarla cariñosamente, no volvió a dormir en la calle. Al ponerse en contacto con la familia materna de Kath pudo comprobar que en verdad preferían no tenerla cerca. Algunos núcleos sociales siguen siendo muy cerrados y no ven con buenos ojos que la descendencia se vea afectada por otra raza. Pero legalmente eran los tutores de la niña y eso no cambiaría.

Michael se entristeció mucho al escuchar por teléfono a una de las tías de Kathryn diciendo como preferían que ella no regresara, que era un alivio que se fuera porque no solo debían tenerla y hacerse cargo de ella económicamente, sino que también tenían que enfrentar las preguntas de por qué su cabello era cobrizo y sus ojos avellana. No solo eso, el Padre sabía bien que una niña como ella que era considerada “extranjera” no gozaba del mismo respeto y cuidados y pronto se convertiría en una mujer. Lo que esto significaba le erizó la piel. Si no podía volver con esa familia lo mejor sería que se quedara en la parroquia hasta que cumpliera la mayoría de edad. Su tía no tuvo ningún problema con ese arreglo.

Esas primeras semanas Kathryn iba detrás de las Hermanas o del Padre para ver en que podía ayudarlos. Se ofrecía para hacer cualquier trabajo, la limpieza de la parroquia, sacar la basura, cortar el césped del pequeño jardín, ayudar en la cocina o hacer las compras. La única condición que Michael le había impuesto era que debía ir a la escuela todos los días sin faltar nunca. Esta condición le daba acceso a ayudar en lo que quisiera, siempre y cuando la cumpliera al pie de la letra. Esto para Kathryn no fue un problema, le encantaba aprender. Volvía locas a las Hermana cuando regresaba contándoles sobre lo que había aprendido ese día, practicaba matemáticas con el Padre Michael y hacía sus tareas antes de que la cena estuviera preparada.

La Hermana Alba siempre estaba al pendiente de ella, de lo que hacía de con quien hablaba. La aconsejaba que siempre hablara con el Padre o con ella de cualquier problema que tuviera o de cualquier duda que se le presentara. Y si bien, Kath, pasaba la mayor parte de su día con las Hermanas lo que más disfrutaba eran las charlas con Michael. En poco tiempo comenzó a verlo como a su propio padre y en verdad tenía pequeñas similitudes con Albert. La mirada alegre, las palabras de aliento, la sonrisa amplía que dejaba ver los dientes. Poco a poco el Padre se convirtió en su pilar en la vida. Esta niña sola y sin nadie que la quisiera lo veía como un héroe, solo le faltaba una capa que combinara con la sotana que usaba los domingos.

Se aprendió todas las canciones del coro, todos los pasajes de la Biblia que Michel le mencionaba, conocía los horarios de todos en la parroquia, los días en los que traían la comida para el comedor comunitario, hasta se aprendió los nombres de las personas asiduas a misa los domingos. En pocos meses floreció como la jovencita que debía ser, alejada de la calle y de las necesidades.

Pero con el tiempo tuvo la inquietud de que tal vez estaba siendo una carga para todos en la parroquia y se lo planteó al Padre Michael quien lo negó por completo. No solo Kathryn se beneficiaba del acuerdo que tenían, sino también ellos. Pero al verla dudar se le ocurrió una idea.

- ¿Qué te parece si conseguimos un trabajo para ti? –Le dijo luego de pensarlo mucho.

- ¡Si, Padre! –

Y, Michael, que ya había hablado al respecto con la dueña de la florería la llevó para presentarla oficialmente. Con el respaldo y las recomendaciones del sacerdote, Kath empezaba a trabajar sobre bases permanentes. Al fin podía contribuir con pequeñas cosas a sus benefactores y fue cuando aprendió que el trabajo tiene sus frutos.

Llevaron una vida tranquila y rutinaria hasta que Josh Withehouse, empresario y dueño de Withehouse Sport, por fin pudo encontrar a la hija de sus queridos amigos. Llevaba años tratando de dar con ella, contrató investigadores, movió influencias y gastó mucho dinero. Todo ese tiempo, desde la muerte de sus padres, él la buscó incansablemente a pesar del enojo de Rebecca. Nunca se detuvo y la habría hallado antes si la familia de la madre de Kath no le hubiese mentido diciéndole que estaba viviendo al otro lado del mundo.

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