Tristeza

Kathryn volvió derrotada a la oficina solo 20 minutos antes de que su reunión comenzara. El Padre Michael tampoco sabía nada, al menos eso fue lo que sostuvo con firmeza hasta que ella se marchó.

No iba a decirle una palabra en absoluto. Todo esto debía terminar aquí y ahora antes de que se volviese un peligro para Kath. No debió aceptar a William en primer lugar, pero tampoco podía negarse a ayudar a alguien que lo necesitara como él en ese momento. Nunca imaginó por un segundo que Kathryn entraría en la ecuación y jugaría un papel tan importante. 

Cuando cruzó la puerta de su oficina Paul la esperaba ansioso. Debían ir al salón de conferencias porque los de Princo ya estaban allí, llegaron antes. Su cara al verla se trasformó, era evidente que no se encontraba bien pero tampoco iba a preguntarle. En parte sabía de donde venía y a que había ido y en parte no quería oírla hablar de William. De todas maneras, se dio cuenta de que no tenía nada. Respiró profundo y le dijo que estaban esperándolos. La máscara de “Withehouse dueña de la empresa” volvió a su lugar automáticamente y ambos salieron hacia su reunión.

El resto del día ella no dio señales de nada más que de trabajo. Cuando la presentación hubo terminado se retiró discretamente a su oficina y le dijo a Cecil que por lo que quedara de la tarde no le pasara más llamadas.

Detrás de su escritorio, en una mesa auxiliar, tenía las fotografías de la gente a la que consideraba su familia. Ninguno estaba relacionado con ella por sangre, pero el cariño era igual o mayor. Josh Withehouse; su querido Tomas; el Padre Michael; Paul y la recientemente agregada de William y un grupo de niños del coro de la parroquia. En ella estaba sonriente, feliz, brillaba. La tomó para verla mejor y de la nada las lágrimas comenzaron a caer sin esfuerzo.

A medida que más la veía más lloraba al punto que comenzaron a escaparse sollozos de sus labios. La temeraria Kathryn Withehouse que caminó por encima de todos los que la habían lastimado ahora lloraba como una niña pequeña por un hombre que desapareció sin dejar rastro y con una disculpa que ni él mismo creía. Tantos años luchando para que todo se le tambaleara por una sola persona. Se negaba a aceptar que lo amaba, no podía amarlo, ella no amaba a los hombres. Eran una distracción necesaria de vez en cuando pero no estaban dentro de sus planes de vida compartir su tiempo con uno.

Del otro lado de la puerta se empezaron a escuchar gritos. Ella conocía la voz horrible de esa mujer. ¿Qué podía querer justo ahora? En verdad tenía la habilidad de aparecer y hacer una escena en los momentos menos apropiados. Sabía que Cecil no iba a poder detenerla por mucho así que se apresuró a meterse en el baño. Ni en mil años Rebecca Berkeley volvería a verla llorar.

La mujer finalmente irrumpió en su oficina furiosa y prepotente.

-¿Dónde estás? ¡Sal de inmediato que tengo cosas que decirte! –

Cecil se apresuró a cerrar la puerta tras ella para evitar que el escándalo que estaba a punto de suceder se escuchara más allá de esa oficina.

-Ya le dije muchas veces que no puede venir a mi oficina a gritar como si estuviera en su casa. – Le dijo Kathryn mientas salía del baño totalmente compuesta una vez más.

-Esta es la oficina de mi esposo y puedo venir cuando quiera. –

- “Era” la oficina del tío, ahora es mía. ¿Qué quiere? –

- ¡Verdaderamente no deja de sorprenderme tu cinismo, además de ladrona, eres una descarada! – Casi le gritó –Me enteré que le pusiste las garras encima a Princo, veo que no te detendrás por nada. -

-Princo vino a pedir ayuda, prácticamente, porque Peter se encargó de arruinarla como casi hizo con la compañía del tío. –

- ¡¿Cómo te atreves a hablar de mi hijo!? – El tono de su voz chillona ya había escalado una octava.

-Su hijo, señora, era un inútil que lo único que sabía hacer era despilfarrar el dinero sin tener en cuenta a nadie más que a él mismo. – Le respondió calmadamente, sin perder una pizca de dignidad a sabiendas de que su porte tranquilo la desquiciaría más. Y no se equivocó, en un santiamén Rebecca estaba de pie arrojando al piso lo primero que encontró: un adorno de cerámica que Kathryn había comprado en Nicaragua.

El ruido de la cerámica partiéndose en pedazos fue la señal para que Paul entrara, estuvo todo el tiempo esperando el momento para hacerlo.

- ¡Y aquí llega tu fiel lacayo! –

-Retírese, señora. Paul la acompañará hasta la salida. Honestamente, no tengo tiempo para sus berrinches-

-Venga por aquí, señora Whitehouse, la llevaré hasta su coche. – Le dijo Paul haciéndole un ademán con la mano, invitándola a irse.

- ¡Claro que no! ¡Vas a escucharme, ladrona! –

-Señora, por favor… - Intentó intervenir Paul.

Kathryn estaba en su límite, sentía un peso en el pecho que cada segundo la oprimía más. Ganas de llorar, tenía tantas ganas de llorar. Soportaba a esta mujer por el recuerdo del tío Josh, pero justamente hoy no era el día indicado para escucharla. Los ojos le ardían y tenía el gusto salado de sus lágrimas todavía en la boca. Finalmente, perdió la paciencia.

- ¡Señora retírese! ¡Lárguese de mi oficina! – Nunca había levantado la voz en su oficina. Hasta Cecil que estaba parada unos pasos detrás de Paul se quedó petrificada al escucharla - ¡No tiene permitido regresar nunca más, es más, si lo hace me encargaré de que el personal de seguridad la arrastre hasta la calle delante de todo el mundo! ¡Ni siquiera puede entrar al edificio! ¡Usted me tiene harta, ¿qué más quiere de mi?! ¡Agradezca que no los corrí de la casa y recibieron regalías porque YO lo permití y lo permito, si hubiese sido por su querido Peter habrían acabado viviendo debajo de un puente! ¡En mi vida conocí a un tipo tan inútil y patético como Peter! ¡Vinieron desesperados a pedir el apoyo de la empresa porque están a punto de irse a la quiebra! ¡Lárguese de esta oficina, no quiero volver a verle la cara! –

Listo, había explotado. La acumulación de emociones fue más fuerte que ella, la rebasó y ahora estaba gritando para descargarla. Todos la observaban como si tuviera dos cabezas, esa no era la Kathryn que conocían. Quizá de los tres allí presentes, Paul era el único que alguna vez la había visto fuera de sus casillas.

Aprovechando que Rebecca estaba sorprendida y conmocionada por la actitud de Kathryn, Paul la tomó del codo y la llevó hasta las puertas. Una vez que salieron, Cecil las cerró y se paró justo frente a ellas como haciendo de barrera con su cuerpo por si la señora se arrepentía y decidía regresar. Pero la sorpresa le duró poco, en cuanto se vio subiendo al ascensor comenzó de nuevo a levantar la voz dedicándole unos cuantos insultos hasta que empezó a bajar al lobby.

Una vez sola, Kathryn se desplomó. Sus piernas se aflojaron y no pudieron soportarla más. La tensión y nervios del día le pasaban factura, pero la angustia fue lo que más la agotó. El llanto regresó con toda su fuerza y la dejó hecha un bollo en el piso. En verdad, no solo estaba liberando su tristeza por William, sino que también por todo el dolor que llevaba dentro y que ella empujaba hasta el fondo para no ceder ante él. Creía que si se dejaba llevar por las emociones no podría controlar su vida y volvería al punto de partida.

Metió su pasado debajo de una alfombra y pensó que así desaparecería por arte de magia. Pero era justamente su pasado lo que la había convertido en la empresaria exitosa que era hoy y por mucho que quisiera negarlo, estaba en todo lo que la rodeaba. Hasta Rebecca era una constante en su día a día.

Paul se quedó detrás de la puerta oyéndola llorar desesperada pero no entró. Solo apoyó las manos en la puerta, mientras Cecil se sentó en su escritorio con una expresión de desazón en la cara sin decir una palabra.

Cuando pudo reincorporarse ya no le quedaban más lágrimas por derramar, la última vez que había llorado así fue cuando el tío Josh había fallecido. Volvió a meterse al baño y al cabo de unos minutos llamó a Cecil y le pidió que le prepara el auto para llevarla a casa. Su voz sonaba normal.

-Parece que está mejor. – Le dijo a Paul.

Al salir de su oficina, efectivamente, se veía como si nada hubiera pasado. Solo su maquillaje estaba más ligero. Actúo normalmente y miró a Paul.

-Me voy a casa. Estoy cansada. Avisa a seguridad que esa mujer no tiene permitida la entrada a la empresa bajo ninguna circunstancia. Si vuelve a meterse a la fuerza tienen mi autorización para llamar a la policía. –

-Entiendo. No te preocupes, les pasaré lo que dispongas. Descansa, Kathryn. -

-Gracias Paul. Cecil… lamento que hayas tenido que vivir esto nuevamente, pero esa señora ya no nos molestará. Lo siento. –

-Para nada, señora, no es nada. – Se apresuró Cecil a responderle. En ninguno de sus empleos anteriores se habían preocupado por disculparse con ella, mucho menos sus jefes. –Por favor, descanse y nos vemos mañana. -

-Hasta mañana. –

Una vez estuvo en casa, Kathryn fue derecho al bar. Necesitaba algo fuerte para poder dormir esa noche, de lo contrario daría vueltas hasta la madrugada pensando y pensando. Mientras bebía sentada en un sillón, tomó su teléfono y envió un mensaje. Todavía le quedaba un contacto por agotar y, con suerte, podría dar con William. Lo iba a encontrar, lo que sucedió esa tarde era prueba más que suficiente de que estaba perdiendo el control y estaba más decidida que antes a ponerle un punto final a todo.

Tranquilamente podía hacerlo sin volver a verlo, solo olvidándolo y siguiendo con su vida. Pero se decía a si misma que para poder purgarlo de su sistema y recuperar el equilibrio tenía que verlo a la cara y no sentir nada. Entonces estaría segura al 100% que había ganado la batalla. No era honesta, solo quería recuperar al hombre que amaba, sin embargo, su necedad no le permitía aceptarlo, sencillamente porque una mujer como ella no caía enamorada.

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