Acacias azules

Por la pequeña ventana que daba a la altura de la calle podía verse la gente ir y venir, el ruido del tránsito se distinguía muy cerca y en la esquina un grupo de músicos callejeros tocaba algo. Pero dentro de la habitación donde dos hombres estaban reunidos casi no podía oírse nada.

-Katrhyn S. Withehouse, 35 años, dueña y directora de Withehouse Sport. - Le informó el hombre de cabello rubio al otro sentado del lado contrario de la mesa.

-Lo sé bien. - Respondió.

-Bueno, entonces ya sabes lo que hay que hacer. Es la única conexión que tenemos y lo lamento por ti, pero vamos a utilizarla. -

-Muy bien, pero será bajo mis condiciones. Sabes cómo es esto. - Dijo haciendo una mueca con la boca.

Al de cabellos rubios no le gustó nada la actitud de este hombre alto que se cubría el rostro con unos lentes negros, sombrero y bufanda, pero tenía sus órdenes y todo lo que le importaba era el resultado. Era de esos tipos a los que solo les interesa el dinero depositado luego de un trabajo bien hecho y terminado. Un mercenario.

El de lentes se levantó de la silla, tocó dos veces la carpeta amarilla que estaba sobre la mesa con la punta del dedo y sin tomarla salió del lugar. Sabía de sobra lo que había en ella. Un auto negro lo esperaba afuera con el motor encendido y apenas subió el chofer tomó la calle lateral y salió a la avenida principal.

Ese mismo día ya en la noche Kathryn se encontraba en su piso preparándose para irse a dormir. Llevaba dos horas dando vueltas, inquieta, nerviosa y preocupada. Lo primero que haría en la mañana sería ir a la parroquia y buscar al Padre Michael, necesitaba saber dónde estaba William. Su celular sonó, era un mensaje. Lo tomó con cierto apuro, quizá con la esperanza de que fuera él. Era Paul, su asistente personal y mano derecha.

"No olvides que mañana tenemos una reunión con los socios de Princo Co. a las 12. Te pasaré a buscar por la oficina."

El querido Paul estaba siempre atento a cada movimiento de su agenda, pero en ese momento el mensaje le fastidió y ni siquiera lo respondió. Paul tenía los tiempos calculados y no sabría dónde estaría ella en ese momento si él no la hubiese apoyado. Pero su mente estaba fija en la cara de William, en su paradero, en encontrarlo y aclarar las dudas que la atormentaban todos los días.

Todo comenzó ese domingo en la parroquia antes de la misa. Kathryn llegó como siempre hasta la puerta esperando encontrar al Padre Michael recibiendo a los feligreses, pero en su lugar estaba este sacerdote de cabello negro y porte riguroso parado con las manos tomadas y saludando a quienes entraban asintiendo con la cabeza y una sonrisa. Por unos minutos solo se quedó observándolo confundida y entonces el Padre Michael apareció y le hizo un movimiento con las manos cuando la vió parada afuera.

Ese minímo trayecto hasta las puertas principales se sintió examinada de arriba abajo, él no le quitaba los ojos de encima.

-Kath, querida, que bueno que hayas venido. Ven, déjame presentarte al Padre William. -

Kathryn se acercó unos pasos más y entonces la sintió. La gravedad que atraía todo a su alrededor y el epicentro era este hombre desconocido.

-Un gusto, Padre. - Le dijo ella extendiendo su mano.

-Igualmente. - Le respondió tomándola.

En ese primer contacto William también sintió algo porque sus ojos quedaron clavados mirando directo a los suyos. Duró lo que un suspiro, pero la sensación fue como si dos fuerzas de la naturaleza hubieran chocado.

Esa fue la primera de muchas misas que presidiría William en aquella parroquia y durante todo ese domingo Kathryn no pudo entender porque no había podido despegar la mirada del nuevo sacerdote. Se sintió culpable.

Pero fue el segundo encuentro la siguiente semana que la dejó perpleja.

Esa tarde había salido de la oficina un rato antes de lo habitual a pesar de que el día fue agitado. Decidió que daría una vuelta por el parque para despejarse y respirar un poco de aire fresco. Tomó el camino norte que era su favorito porque los grandes árboles de acacia azul que recorrían los costados de la acera le recordaban su niñez.

Entonces lo vio, sentado en uno de los bancos blancos, con los codos sobre las rodillas mirando a la nada. Se detuvo en el camino, no sabía cómo reaccionar. No sabía si debía acercarse a saludarlo o simplemente desviarse y fue cuando él levantó la cabeza e hizo contacto visual con ella, incorporándose. No le quedó más remedio que recorrer esos cuantos metros hacia él.

-Padre William, ¿cómo está? -

-Kathryn. ¿Bien y usted? -

-Bien, gracias. - Y se produjo un silencio que no se sintió para nada incomodo, al contrario.

-Si no está apurada, por favor siéntese. -Le dijo haciéndose a un lado para ofrecerle lugar.

Ella solo se sentó y ambos quedaron observando hacia adelante sin decir nada, hasta que William fue el primero en hablar.

-¿Hace mucho que asiste a la parroquia? -

-Sí, creo que ya son alrededor de 20 años. -

-Una creyente devota. -

-En honor a la verdad, Padre, asisto por el Padre Michael. Es un gran amigo desde hace mucho tiempo y quiero estar al tanto de cualquier necesidad que tenga él o la parroquia. -

-Por eso no la vi en el confesionario el domingo, entonces. -

-Así es. Durante la semana se me complica acercarme a la parroquia, pero los domingos dispongo de todo el tiempo para charlar con el Padre y ponerme al corriente. -

-Michael me dijo que es usted la principal patrocinadora de la parroquia. Entiendo que hasta donó el dinero para la construcción del comedor comunitario y se encarga de los alimentos. -

-El Padre me acogió cuando yo estaba pasando por momentos muy difíciles, me ayudó a conseguir mi primer empleo y me dio cobijo hasta que el tío Josh me encontró. Lo minímo que puedo hacer ahora que estoy mejor es retribuir a su gran corazón ayudando a quienes están en el lugar donde yo estuve. -

Pocos sabían esto, ¿por qué de pronto se lo estaba contando a este hombre que apenas conocía? William solo movía la cabeza asintiendo, pero eso era suficiente para que ella no pudiera detener sus palabras.

-Verá, Padre, perdí a mis padres siendo muy joven. Viví unos meses en la calle, ¡Oh, sí! No se sorprenda tanto, es más común de lo que cree. Fue entonces cuando conocí al Padre Michael en una comida comunitaria. Supongo que debo haberle dado la impresión de que necesitaba ayuda porque no tardó nada en ofrecérmela. -

-Eso, al parecer, es típico de Michael. Lo mismo está haciendo conmigo. -

-Si tiene algun problema no dude en decirme si puedo ayudarlo. -

-No se preocupe, no es nada serio. Pero cuénteme sobre ese primer empleo que mencionó. -

¿Sería el tono de su voz o la mirada atenta que le dedicaba cada vez que ella hablaba? Dentro de su cabeza algo la cuestionaba por hablar tanto sobre su historia y a la vez, un impulso salía de su pecho y empujaba las palabras todo el camino hacia afuera. Se sentía segura con él y ni siquiera sabía más que su nombre.

-¿Conoce el puesto de flores que esta una calle ariba de la parroquia? Ese fue mi primer empleo. El Padre habló con la dueña del lugar y le sugirió que me contratara para ayudarla. Recuerdo la primera vez que recibí mi paga, no era mucho, pero ese día volví corriendo a contarle a todos y mostrarles que lo había logrado. El Padre Michael me dijo: "Este es el primer logro de muchos que conseguirás, Kath, no lo dudes".-

-Y por lo visto tuvo razón. -

-La tuvo. -

-No me imagino a una mujer como usted pasando dificultades. -

-No siempre fui esta mujer. -

-Por lo que me dice supongo que no. -

Poco a poco comenzaba a ocultarse el sol, pero ninguno de los dos hacía un gesto por irse. De pronto el banco blanco se convirtió en un lugar acogedor, el clima era cálido pero agradable y una leve brisa flotaba entre ellos.

-Ojalá todas las tardes fueran como esta. -Dijo Kathryn.

-¿Cómo? -

-Leves... No tengo muchas tardes para disfrutar así. -

-Uno creería que alguien en su posición puede disfrutar de todo el tiempo libre que quiera. -

-No, Padre. Mantener en pie todo aquello requiere mucho trabajo. El relax suele ser un lujo. -

Y sonó su teléfono, era Paul como siempre pendiente de ella.

-Discúlpeme Padre, pero me están esperando. - Y se puso de pie.

-No se preocupe. -

-¿Necesita que lo acerque hasta la parroquia? Hay un auto esperando del otro lado. -

-No, gracias. Disfruto caminar. Permítame acompañarla. - Y también se paró.

Caminaron sin mucha prisa por la acera hasta la calle donde la esperaba el coche y ahí estaba Paul, parado a un lado.

-Bueno Padre, gracias por la charla y la caminata. -

-A usted, Kathryn. -

Se despidieron sin más que un gesto y ella puso rumbo hacia su asistente. William se quedó un minuto más obervándola y se giró hacia la calle que lo llevaría fuera del parque y hacia la avenida.

-¿Quién era? - Le preguntó Paul mientras le abría la puerta.

-El nuevo sacerdote de la parroquia, el Padre William. -

-No parece un sacerdote. -

-¿De verdad? -

Ya en ruta hacia su piso Kathryn seguía pensando en que la había llevado a hablarle así a un hombre desconocido. A pesar de que no le dijo nada que el Padre Michael no pudiera contarle, solía ser muy reservada con sus cosas. Solo un puñado de personas conocían sus orígenes, tenía la costumbre de la charla cordial pero trivial y nunca era sobre sí misma, menos sobre su vida privada. Definitivamente este sacerdote era algo peculiar porque sin darse cuenta estaba dispuesta a abrirse con él sin que siquiera se lo pidiera.

Ese fue solo el comienzo y ahora ese hombre estaba desaparecido de su radar. A pesar de que podía mover influencias por todos lados no pudo dar con él. Sólo le quedaba el Padre Michael y estaba segura de que algo sabría. 

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