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La sangre palpitaba en mis sienes, el sabor metálico del miedo se aferraba a mi lengua mientras nos arrastraban fuera del refugio.

Todo había sucedido demasiado rápido.

Los hombres de Guillermo nos rodearon antes de que pudiéramos reaccionar. Laura intentó pelear, disparó hasta su último cartucho, pero fueron demasiados.

Nos superaban en número, en armas, en estrategia.

Y ahora, con las manos atadas a la espalda, el frío del metal quemándome la piel, no quedaba nada más que aceptar la realidad: habíamos caído en la trampa.

Nos capturaron.

Nos llevaron lejos.

Y no t

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