Tanto Urriaga como su hijo decidieron guardar la calma, al menos en apariencia; ambos compartían el amor y la preocupación por Estela.Entendían que la mujer no debía experimentar emociones intensas. Así que, sin siquiera cruzar miradas, permanecieron en silencio en la sala. Al mismo tiempo, la embarazada se trababa al hablar. Se sentía sofocada, y un dolor en la nuca la obligó a recostarse un rato.Urriaga, desesperado por encontrarse con su abogado de confianza y conocer personalmente el estado del caso de su hijo, se levantó de manera abrupta y, con el tono de voz más sereno que pudo fingir, le dijo que iría a arreglar unos asuntos.—Mi mamá no se encuentra bien de salud y, ¿la vas a dejar así como si nada? —Iván brincó del sillón y se puso de pie.—Discúlpame por ser egoísta y priorizar que mi hijo mayor no sea asesinado por reclusos —objetó el hombre. Sin ánimo de seguir la discusión, avanzó hacia la puerta.—No me encuentro bien —alcanzó a gritar Estela.Urriaga detuvo sus pasos
Esa noche, Iván se quedó en vela al cuidado de su madre. Por llamada telefónica, el médico le había dicho que mientras el dolor no presentara sangrado, no habría ningún problema. Le indicó que, si al día siguiente persistían las molestias, podría visitar su consultorio. Para alivio de ambos, Estela no volvió a sentir dolor, aunque su parte emocional cada vez estaba más decadente. Transcurrieron dos días llenos de tristeza. Su esposo no conciliaba el sueño, inmiscuido, en el proceso de Nathan. La vocecita de sus inseguridades le decía que su relación no tardaría en llegar a su fin. Recordó su juventud, un periodo en el que no le importaba el hecho de que Iván Urriaga tuviera una vida ya hecha. Ella, atrapada entre ilusiones de veinteañera, le creyó sin chistar toda la versión que le dio. Su madre la regañó hasta el cansancio: “Es un hombre casado y con un hijo, niña, entiende que jamás te hará feliz de verdad”. Ella, enamorada con cada fibra de su ser, se negaba a creer en las adv
Transcurrieron dos largos y agobiantes meses. Durante este tiempo, la mirada de Nathan, antes orgullosa y desafiante, se transformó en una expresión de frustración y dolor, consumida por la desesperación y la tristeza que lo invadía día tras día. Estar encerrado en ese lugar le resultaba como una condena en el mismísimo infierno.A su alrededor, las personas eran groseras y despiadadas. En la última semana, tres de esos "gorilas" intentaron provocarlo en múltiples ocasiones, con la intención de iniciar una pelea. A pesar de que Nathan trataba de caminar con cautela, los "líderes" de la prisión no dejaban de acecharlo.Cada quince días le exigían un tributo, que según ellos, tenía como objetivo evitarle problemas. Si él intentaba desafiar o resistirse, no dudaban en aplastarle la mejilla contra el suelo. Tras las instigaciones, quedaba maltrecho y dolorido, sumido en una impotencia por su incapacidad de defenderse.«Morir es mejor que esto», pensaba con amargura, mientras su mente bus
Ariadna subió al primer taxi que pasó por la avenida. Las constantes discusiones con su familia la ponían mal. Desde su punto de vista, su madre olvidaba que ya era una mujer adulta, con la capacidad de tomar sus propias decisiones. Divorciarse o no era su problema y de nadie más. Con la vista fija en la ventana del auto, deseó apagar su cerebro por lo que quedaba de viaje. Veía el panorama completo y que su esposo saliera era algo difícil, pero se convencía de que no era imposible. El conductor le informó que habían llegado. Ariadna sacó su cartera, contó el dinero y luego se lo entregó. Al bajar, se acomodó el cabello antes de avanzar hacia el centro de detención. Desde donde la dejó el transporte hasta allí sería un aproximado de quince minutos. Le resultaba extraño dar la verdadera dirección, quizá por los prejuicios infundados por sus padres. Sin embargo, ella siempre les repetía lo mismo: Nathan fue llevado hasta ese punto. No es una persona mala, solo tiene muchas heridas p
Su rostro, rojo por las lágrimas, y en su mente, las palabras de Nathan se repetían cual susurro que, en cada sílaba, destrozaba su corazón.«No es amor. Esto era tan retorcido. Lo nuestro inició como una película de terror, debo aferrarme al coraje que alguna vez le tuve», su cabeza le decía una cosa, pero su pecho latía con fuerza, y, buscaba la manera de encontrar alguna justificación para la actitud de Nathan.El deseo de que él se retractara, de que reconsiderara las cosas, de que volvieran a comunicarse, era tan intenso que, dos semanas después, lo buscó de nuevo en esa helada sala de visitas, donde las paredes grises y el olor a desinfectante acentuaban la frialdad de la situación.La firmeza en la voz de Nathan no dejaba espacio para la duda: "No quiero volver a verte, entiende, tu presencia me molesta."Ariadna, en esa ocasión, no pudo contener las lágrimas, y sollozos, imploraba por una explicación. Cada una de sus lágrimas era una súplica silenciosa. Nathan ni siquiera tuvo
Las estaciones avanzaron un pequeño pero significativo paso, y detrás quedaron días que se transformaron en semanas, y esas semanas en un mes. Ariadna veía su identificación sin prestarle verdadera atención. Aunque no lo reconocía de manera verbal a sus padres, en su interior no aguantaba la ansiedad. Había días en los que no dejaba su habitación, se la pasaba dormida o recostada en la cama. Otros tantos, la invadía el impulso de correr sin mirar atrás. Su terapeuta le dijo que el término de una relación también significaba una pérdida, por ende, un duelo. Que llorara lo necesario, pero que no se olvidara de que si no ponía de su parte, el proceso sería eterno. Sus padres de mala gana le buscaron la cara a su futuro exsuegro, con la finalidad de averiguar qué tanto le afectó a ella la conducta delictiva de Nathan, es decir, si Ariadna tenía la obligación de asistir a algún interrogatorio o si le prohibían viajar a otro país. Todos quedaron tranquilos, los abogados le aseguraron q
Nathan avanzaba despacio por el estrecho pasillo de la prisión, rodeado por paredes frías y grises que parecían cerrarse sobre él con cada paso. Sentía las miradas de los otros presos, llenas de desprecio y hostilidad. Mantuvo la cabeza en alto, en un esfuerzo por no mostrarse tan cobarde, pese a que, por dentro, un torbellino de emociones lo agitaba. De pronto, escuchó unas risas ásperas provenientes de un rincón oscuro. Antes de que pudiera reaccionar, un grupo de presos lo rodeó. Eran muchos. El que sobresalía por su altura, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla, se adelantó con una sonrisa burlona. —Mira quién tenemos aquí —dijo el hombre, tan cerca de Nathan que pudo oler su aliento—. El gran Nathan. ¿Pensabas que aquí serías admirado por tu linda carita? Él no respondió. Apretó los puños; sabía que no podía hacer nada. Si se defendía, lo destruirían. Aun así, la rabia le quemaba por dentro. El hecho de no poder defenderse lo enfurecía sobremanera. —¿Qué pasa
Se hizo infinidad de pruebas adicionales, no le importó gastar el dinero destinado a sus pasajes en esas pruebas de embarazo.Con la vista cada vez más nublada, observaba el “positivo”. Ahora sí su mundo se desmoronaba. No quería contarle a nadie y, aunque hubiera querido, no hizo ninguna amiga real en su corta estancia, y las que eran sus confidentes del pasado le dejaron de hablar por obvias razones. Algunas se fueron a favor de Mía y, a otras, ella no tuvo el valor de mirar a la cara y contarles su verdad.Sea cual sea el motivo, en ese instante frente a siete pruebas positivas se encontraba sola. Los consejos de su madre se hicieron presentes: eres joven, y tienes una vida por delante.«Tengo que arreglar esto», pensó con la respiración agitada. El estrés hizo que le dolieran las sienes.Metió todo en una bolsa de plástico, se lavó las manos y enseguida regresó a su cuarto. Con manos temblorosas, sujetó su teléfono móvil. Necesitaba dinero, ¿pero cuánto? Negó con la cabeza,