Ariadna subió al primer taxi que pasó por la avenida. Las constantes discusiones con su familia la ponían mal. Desde su punto de vista, su madre olvidaba que ya era una mujer adulta, con la capacidad de tomar sus propias decisiones. Divorciarse o no era su problema y de nadie más. Con la vista fija en la ventana del auto, deseó apagar su cerebro por lo que quedaba de viaje. Veía el panorama completo y que su esposo saliera era algo difícil, pero se convencía de que no era imposible. El conductor le informó que habían llegado. Ariadna sacó su cartera, contó el dinero y luego se lo entregó. Al bajar, se acomodó el cabello antes de avanzar hacia el centro de detención. Desde donde la dejó el transporte hasta allí sería un aproximado de quince minutos. Le resultaba extraño dar la verdadera dirección, quizá por los prejuicios infundados por sus padres. Sin embargo, ella siempre les repetía lo mismo: Nathan fue llevado hasta ese punto. No es una persona mala, solo tiene muchas heridas p
Su rostro, rojo por las lágrimas, y en su mente, las palabras de Nathan se repetían cual susurro que, en cada sílaba, destrozaba su corazón.«No es amor. Esto era tan retorcido. Lo nuestro inició como una película de terror, debo aferrarme al coraje que alguna vez le tuve», su cabeza le decía una cosa, pero su pecho latía con fuerza, y, buscaba la manera de encontrar alguna justificación para la actitud de Nathan.El deseo de que él se retractara, de que reconsiderara las cosas, de que volvieran a comunicarse, era tan intenso que, dos semanas después, lo buscó de nuevo en esa helada sala de visitas, donde las paredes grises y el olor a desinfectante acentuaban la frialdad de la situación.La firmeza en la voz de Nathan no dejaba espacio para la duda: "No quiero volver a verte, entiende, tu presencia me molesta."Ariadna, en esa ocasión, no pudo contener las lágrimas, y sollozos, imploraba por una explicación. Cada una de sus lágrimas era una súplica silenciosa. Nathan ni siquiera tuvo
Las estaciones avanzaron un pequeño pero significativo paso, y detrás quedaron días que se transformaron en semanas, y esas semanas en un mes. Ariadna veía su identificación sin prestarle verdadera atención. Aunque no lo reconocía de manera verbal a sus padres, en su interior no aguantaba la ansiedad. Había días en los que no dejaba su habitación, se la pasaba dormida o recostada en la cama. Otros tantos, la invadía el impulso de correr sin mirar atrás. Su terapeuta le dijo que el término de una relación también significaba una pérdida, por ende, un duelo. Que llorara lo necesario, pero que no se olvidara de que si no ponía de su parte, el proceso sería eterno. Sus padres de mala gana le buscaron la cara a su futuro exsuegro, con la finalidad de averiguar qué tanto le afectó a ella la conducta delictiva de Nathan, es decir, si Ariadna tenía la obligación de asistir a algún interrogatorio o si le prohibían viajar a otro país. Todos quedaron tranquilos, los abogados le aseguraron q
Nathan avanzaba despacio por el estrecho pasillo de la prisión, rodeado por paredes frías y grises que parecían cerrarse sobre él con cada paso. Sentía las miradas de los otros presos, llenas de desprecio y hostilidad. Mantuvo la cabeza en alto, en un esfuerzo por no mostrarse tan cobarde, pese a que, por dentro, un torbellino de emociones lo agitaba. De pronto, escuchó unas risas ásperas provenientes de un rincón oscuro. Antes de que pudiera reaccionar, un grupo de presos lo rodeó. Eran muchos. El que sobresalía por su altura, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla, se adelantó con una sonrisa burlona. —Mira quién tenemos aquí —dijo el hombre, tan cerca de Nathan que pudo oler su aliento—. El gran Nathan. ¿Pensabas que aquí serías admirado por tu linda carita? Él no respondió. Apretó los puños; sabía que no podía hacer nada. Si se defendía, lo destruirían. Aun así, la rabia le quemaba por dentro. El hecho de no poder defenderse lo enfurecía sobremanera. —¿Qué pasa
Se hizo infinidad de pruebas adicionales, no le importó gastar el dinero destinado a sus pasajes en esas pruebas de embarazo.Con la vista cada vez más nublada, observaba el “positivo”. Ahora sí su mundo se desmoronaba. No quería contarle a nadie y, aunque hubiera querido, no hizo ninguna amiga real en su corta estancia, y las que eran sus confidentes del pasado le dejaron de hablar por obvias razones. Algunas se fueron a favor de Mía y, a otras, ella no tuvo el valor de mirar a la cara y contarles su verdad.Sea cual sea el motivo, en ese instante frente a siete pruebas positivas se encontraba sola. Los consejos de su madre se hicieron presentes: eres joven, y tienes una vida por delante.«Tengo que arreglar esto», pensó con la respiración agitada. El estrés hizo que le dolieran las sienes.Metió todo en una bolsa de plástico, se lavó las manos y enseguida regresó a su cuarto. Con manos temblorosas, sujetó su teléfono móvil. Necesitaba dinero, ¿pero cuánto? Negó con la cabeza,
Tres ciclos de la luna marcaron el tiempo. Las noches para Nathan se volvieron eternas y los días infernales. Su ánimo flaqueaba y se cuestionaba a sí mismo si valía la pena la espera o si no era mejor darle el gusto a los demonios a su alrededor y dejarse morir. Vivir, o mejor dicho, sobrevivir, era difícil y doloroso. Verse al espejo sin proyectar ningún reflejo, como un ente que existe pero es tan miserable y pequeño, sin valor. Ese debía ser el destino de un villano, quizá ese era su propósito en la vida: ser el malo de la historia. Destruir, lastimar y luego enfrentarse al vacío. El estado de sus manos era un testimonio del nerviosismo constante, con uñas mordidas hasta la raíz y la dermis circundante rasgada y enrojecida. La piel que en otro tiempo cuidaba con rigor ahora se veía reseca, y su rostro, antes considerado perfecto, estaba marcado por moretones y heridas que rasgaban su apariencia. El infierno no es un destino después de la muerte donde ardes por la etern
Meses después… Luego de darle muchas vueltas al asunto, Estela no veía tan descabelladas las supuestas visiones de su esposo. Todavía no le quedaba claro por qué alguien ocultaría eso. Su hijo ya le había contado con detalle que la familia Acosta no quería verlos ni en pintura. —Es complicado —le reconoció a su esposo. —No, es la cosa más sencilla del mundo. —Digamos que es así. Si lo que viste es cierto, ¿qué procede? Nathan no está en condiciones de exigir algo. —Pero yo, que soy su padre, sí. —¿Y si es una equivocación? Los Acosta tienen un hijo también, y por los rumores, es bastante mujeriego. ¿Qué tal si salió con su sorpresa? —Yo lo vi, Estela. A mí nadie me engaña. La mujer bajó la mirada, se encogió de hombros y no contradijo a su esposo. A fin de cuentas, la verdad es algo que no se puede mantener oculta. ☆゜・。。・゜゜・。。・゜★ La tarde, bajo un sol suave y brillante, se manifestaba. Ariadna, con una bolsa ecológica color beige en el brazo, caminaba por las calles, decidida
El eco de las voces de otros presos y sus familiares creaba una cacofonía que hacía que la voz de su padre pareciera aún más distante y vacía. Nathan, sentado en la incómoda silla de plástico se mantenía rígido, con las manos tensas sobre la mesa. Simulaba escuchar lo que le decían mientras mantenía los ojos clavados en la mesa. —Me ha dicho el abogado que el proceso se ha agilizado… —¡Excelente! —lo interrumpió con sarcasmo, y su mirada se dirigió hacia Urriaga—. Cada mes el trámite se agiliza, y yo sigo aquí. —Esta vez es diferente. —El hombre se aclaró la garganta y, por unos segundos, guardó silencio. Meditaba si sería correcto darle la noticia sobre el nuevo miembro de la familia, ser directo o si debía darle pistas para que lo descubriera por sí mismo. Nathan, al notar que su padre llevaba cinco minutos sin hablar, levantó la vista. —¿Por qué me miras así? —le preguntó el joven y levantó una ceja. —¿Cómo? —Urriaga soltó un suspiro profundo y sonoro. —Nada —le di