Esto apenas inicia... no olviden que sus bellos comentarios me ayudan mucho. Gracias por leer. ❤️
Después de recobrar la capacidad de hablar, Iván Urriaga, con un escalofrío que le recorría desde la nuca hasta la espalda baja, le preguntó a Ariadna si necesitaba la asistencia de un médico. ―Estoy bien. Necesito… procesar todo ―respondió ella con un vacío tan grande en el pecho y los hombros encorvados―. Quiero irme a… a la casa de mis papás. El señor Urriaga se ofreció a llevarla y, aunque la joven no quería, el hombre fue tan insistente que terminó por aceptar. El trayecto fue silencioso, y eso era algo que ella apreciaba. Su mente ya era demasiado ruidosa; agregarle otros pesos externos la iba a terminar por colapsar. En lo profundo de su ser, ella anhelaba que Nathan encontrara el camino. Esperaba que se arrepintiera de todos sus errores y lograra rehacer su vida. Las punzadas en su sien se intensificaban y, en busca de mitigar el dolor, cerró los ojos. Justo antes de llegar a la calle principal, a unos minutos de la casa de los señores Acosta, Iván Urriaga le preguntó sin
El cielo se tornó oscuro, y las pocas estrellas visibles tiritaban de fondo. —Iré a cerciorarme de que es mentira entonces —dijo con voz firme Urriaga al teléfono.La discusión con su esposa llevaba ya diez minutos y no parecía tener fin. Él le había platicado todo lo que le contó su nuera en busca de un consejo.Sin embargo, Estela le comentó sin tacto alguno que Ariadna era una mentirosa. Una jovencita embustera que le gustaba inventar cosas para salirse con la suya. Que de seguro, todo eso se trataba de una absurda idea de llamar la atención, y ahora, de ver que el karma la alcanzó, quería terminar bien parada con cuentos baratos.—Tengo náuseas, dolor de pies, no aguanto la fatiga y lo que pido no es difícil. Ven a mi lado. Olvídate de las mentiras de esa muchachita —le reclamó, cansada de aguantar ese tipo de tratos. Harta de casi suplicar por atención.—No voy a tardar —le repitió—. Te haré un masaje de pies en cuanto llegue a casa.—No. Ven ahora, por favor —le dijo Estela co
Estela, ya cansada de tratar de localizar a su esposo, se sentó. Las hormonas le jugaban una mala pasada. La incomodidad de sus senos hinchados la hizo adoptar una posición fija en su sillón reclinable.El sentimiento de traición no la llevaba a pensar con claridad. En esas circunstancias, embarazada, quejumbrosa e inflamada, con el mínimo acto explotaba.Sin embargo, la vocecita en su cabeza le gritaba enloquecida que eso no era nada mínimo. Su esposo, el hombre que juró cuidarla, protegerla y hacerla sentir amada, no se encontraba cuando lo necesitaba.Esa sensibilidad y miedo al futuro, a la pérdida, se aplacaban con un fuerte abrazo. Pero ni su hijo se asomaba por su puerta con el fin de saber si todo estaba en orden con ella. Las alteraciones endocrinas la hacían sentir tan insignificante, fea y tonta, dejándole un sabor amargo de rechazo.Al contarle a sus supuestas amigas, mujeres jóvenes, acerca de su embarazo, algunas murmuraron en tono burlón que era una locura que alguien t
Todo a su alrededor se tornó distante, como si una neblina se extendiera por la recámara.Nathan no quería apartarse del regazo de su madre. Anhelaba desesperadamente regresar el tiempo, volver a aquella época en la que lo único seguro era un abrazo suyo.Nunca había analizado el inmenso amor que le tenía. Un amor tan grande que al saber que no volvería a recibir un regaño de su parte, deseó acompañarla en la oscuridad de su sueño.Nunca volvería a ver el verde cristalino en sus ojos, ni a mirar desde abajo el movimiento de sus cabellos platinados al andar, una visión hermosa que quedaba en su mente, un recuerdo vívido de su infancia.Su aroma, sus comentarios mordaces, todo lo que la hacía única, todo lo que ella era.—Por favor, no te vayas, por favor no me dejes —suplicó en un hilo de voz. Sus sollozos se hicieron más fuertes y resonaron en la habitación.Él la amaba. Se arrepentía de la forma en que la trató hace unos días. De los insultos, de los gritos, de maldecir su deseo de q
Ariadna, con una extraña sensación en el pecho, observaba las pinturas colgadas en las paredes. La respiración de Nathan era lenta y profunda. Cada cierto tiempo, ella volvía su rostro hacia él con el fin de cerciorarse de que seguía dormido. Contemplaba cada rasgo varonil, pero no tosco. Lo tupido de sus pestañas y la expresión serena que escondía un remolino de emociones. Su cuerpo largo, boca arriba, y una de sus manos sobre su estómago. Sus ojos tímidos escrutaron la ropa que portaba: camisa de manga corta azul, sucia y arrugada. Sus pantalones estaban en mal estado. Se detuvo y completó su cabello rubio despeinado como una cascada de miel. En su mente resonaba la convicción de que no era apropiado estar con él, que no debía experimentar esa calma a su lado. Aún más inapropiado era el deseo de que él estuviera bien. Mientras pasaban los minutos, la joven se perdía más en sí misma. De un momento a otro, trajo a su memoria el rostro de Iván, inconscientemente buscaba semejanza
La mañana del día siguiente, el cuerpo de Ariadna cedió al peso del cansancio. A pesar de su intento de levantarse temprano, sus párpados se sentían pesados, sumados a la tranquilidad que le ofrecía el mundo de los sueños, donde el caos de su entorno se disipaba.La habitación a su alrededor parecía un santuario de silencio y soledad. Jennifer tocó la puerta con cautela; no quería interrumpir la poca paz que existía en esa casa, pero era deber de Nathan alistarse y darle el último adiós a la señora Irina. Mostrar solemnidad en el acto, no por el qué dirán, sino por un genuino respeto.Dio un brinco de miedo al escuchar, del otro lado del cuarto, la voz de Nathan, que con un tono moderado le preguntaba qué hacía allí.—Todo está listo para la despedida de la señora Irina. Sé que es doloroso y difícil. Por favor, asista —rogó Jennifer en un hilo de voz.Se escuchó el cric-crac de la puerta al abrirse.—Necesito ver qué llevan hasta ahora. Mi madre siempre fue una persona muy estricta y
Los siguientes sucesos transcurrieron ante los ojos de Nathan como una película en cámara lenta, con el sonido distorsionado. Todo a su alrededor lucía irreal.Cuando todo el procedimiento concluyó, Urriaga llevó a su hijo hasta su casa y le pidió que se quedara con él por unos días. Nathan no aceptó, pero tampoco se opuso a la idea. Su padre se mantenía al margen; aunque tenía muchos temas que tratar, las circunstancias no eran las mejores. Así, dos horas después de acomodarse en una pequeña recámara de huéspedes, un tanto polvosa y descuidada, le sorprendió que su propio hijo se acercara para contarle algo.—Será una confesión extensa —dijo a modo de advertencia en el umbral.Urriaga observó las ropas desaliñadas de su hijo y le preguntó si necesitaba algún tipo de ayuda, si era conveniente llamar al doctor o tomar su pastilla para dormir. Nathan se negó y, sin pensarlo dos veces, entró al cuarto. De pie y sin preámbulo, le relató a su padre todo su plan y las razones que consider
En medio de las repisas con escasos libros y unas cortinas que cerraban con elegancia las ventanas, se encontraban Nathan y su esposa. «Me iré mañana a primera hora», pensó Ariadna, con la vista fija en el rostro serio de su marido. Él le contaba cosas sobre la visita de su padre; algunas le parecían verídicas y otras bastante fantasiosas. La joven prestaba atención con una mezcla de tristeza y humor involuntario. Nathan hablaba y hablaba sin importar que su discurso careciera de elocuencia. La gravedad de sus sentimientos se veía matizada por palabras de absurda ligereza. Acompañar y comprender los conflictos de su esposo no debería ser algo malo. Sin embargo, las manos masculinas que comenzaron a acariciar sus caderas indicaron que la situación se tornaba "incómoda". —Duérmete —le pidió ella, y luego se apartó en un intento por zafarse de su peligroso agarre. Nathan acortó la distancia entre ellos, sus músculos se tensaron cuando apoyó su cuerpo sobre el de ella, y fue conscien