Todo a su alrededor se tornó distante, como si una neblina se extendiera por la recámara.Nathan no quería apartarse del regazo de su madre. Anhelaba desesperadamente regresar el tiempo, volver a aquella época en la que lo único seguro era un abrazo suyo.Nunca había analizado el inmenso amor que le tenía. Un amor tan grande que al saber que no volvería a recibir un regaño de su parte, deseó acompañarla en la oscuridad de su sueño.Nunca volvería a ver el verde cristalino en sus ojos, ni a mirar desde abajo el movimiento de sus cabellos platinados al andar, una visión hermosa que quedaba en su mente, un recuerdo vívido de su infancia.Su aroma, sus comentarios mordaces, todo lo que la hacía única, todo lo que ella era.—Por favor, no te vayas, por favor no me dejes —suplicó en un hilo de voz. Sus sollozos se hicieron más fuertes y resonaron en la habitación.Él la amaba. Se arrepentía de la forma en que la trató hace unos días. De los insultos, de los gritos, de maldecir su deseo de q
Ariadna, con una extraña sensación en el pecho, observaba las pinturas colgadas en las paredes. La respiración de Nathan era lenta y profunda. Cada cierto tiempo, ella volvía su rostro hacia él con el fin de cerciorarse de que seguía dormido. Contemplaba cada rasgo varonil, pero no tosco. Lo tupido de sus pestañas y la expresión serena que escondía un remolino de emociones. Su cuerpo largo, boca arriba, y una de sus manos sobre su estómago. Sus ojos tímidos escrutaron la ropa que portaba: camisa de manga corta azul, sucia y arrugada. Sus pantalones estaban en mal estado. Se detuvo y completó su cabello rubio despeinado como una cascada de miel. En su mente resonaba la convicción de que no era apropiado estar con él, que no debía experimentar esa calma a su lado. Aún más inapropiado era el deseo de que él estuviera bien. Mientras pasaban los minutos, la joven se perdía más en sí misma. De un momento a otro, trajo a su memoria el rostro de Iván, inconscientemente buscaba semejanza
La mañana del día siguiente, el cuerpo de Ariadna cedió al peso del cansancio. A pesar de su intento de levantarse temprano, sus párpados se sentían pesados, sumados a la tranquilidad que le ofrecía el mundo de los sueños, donde el caos de su entorno se disipaba.La habitación a su alrededor parecía un santuario de silencio y soledad. Jennifer tocó la puerta con cautela; no quería interrumpir la poca paz que existía en esa casa, pero era deber de Nathan alistarse y darle el último adiós a la señora Irina. Mostrar solemnidad en el acto, no por el qué dirán, sino por un genuino respeto.Dio un brinco de miedo al escuchar, del otro lado del cuarto, la voz de Nathan, que con un tono moderado le preguntaba qué hacía allí.—Todo está listo para la despedida de la señora Irina. Sé que es doloroso y difícil. Por favor, asista —rogó Jennifer en un hilo de voz.Se escuchó el cric-crac de la puerta al abrirse.—Necesito ver qué llevan hasta ahora. Mi madre siempre fue una persona muy estricta y
Los siguientes sucesos transcurrieron ante los ojos de Nathan como una película en cámara lenta, con el sonido distorsionado. Todo a su alrededor lucía irreal.Cuando todo el procedimiento concluyó, Urriaga llevó a su hijo hasta su casa y le pidió que se quedara con él por unos días. Nathan no aceptó, pero tampoco se opuso a la idea. Su padre se mantenía al margen; aunque tenía muchos temas que tratar, las circunstancias no eran las mejores. Así, dos horas después de acomodarse en una pequeña recámara de huéspedes, un tanto polvosa y descuidada, le sorprendió que su propio hijo se acercara para contarle algo.—Será una confesión extensa —dijo a modo de advertencia en el umbral.Urriaga observó las ropas desaliñadas de su hijo y le preguntó si necesitaba algún tipo de ayuda, si era conveniente llamar al doctor o tomar su pastilla para dormir. Nathan se negó y, sin pensarlo dos veces, entró al cuarto. De pie y sin preámbulo, le relató a su padre todo su plan y las razones que consider
En medio de las repisas con escasos libros y unas cortinas que cerraban con elegancia las ventanas, se encontraban Nathan y su esposa. «Me iré mañana a primera hora», pensó Ariadna, con la vista fija en el rostro serio de su marido. Él le contaba cosas sobre la visita de su padre; algunas le parecían verídicas y otras bastante fantasiosas. La joven prestaba atención con una mezcla de tristeza y humor involuntario. Nathan hablaba y hablaba sin importar que su discurso careciera de elocuencia. La gravedad de sus sentimientos se veía matizada por palabras de absurda ligereza. Acompañar y comprender los conflictos de su esposo no debería ser algo malo. Sin embargo, las manos masculinas que comenzaron a acariciar sus caderas indicaron que la situación se tornaba "incómoda". —Duérmete —le pidió ella, y luego se apartó en un intento por zafarse de su peligroso agarre. Nathan acortó la distancia entre ellos, sus músculos se tensaron cuando apoyó su cuerpo sobre el de ella, y fue conscien
En medio de la tenue luz de la lámpara de noche, sus respiraciones se mezclaban mientras el calor que emanaba de su encuentro era semejante al aliento del sol en un desierto. Las manos grandes y fuertes de Nathan se aferraban a las caderas de su esposa con una firmeza que parecía fundir ambos cuerpos en uno solo. En el vaivén de sus movimientos, cada toque se convertía en un eco de deseo, necesidad y descontrol. La razón de ambos se transformaba en una nada. El mundo fuera de esas cuatro paredes podría colapsar y a ellos les importaba poco. Ariadna movía las caderas desesperada por el contacto, mientras los susurros obscenos en sus oídos la hacían mojarse cada vez más. Al alcanzar el clímax, ella se quedó asombrada, con los ojos fijos en el rostro de su esposo. No podía creer que un hombre pudiera verse tan atractivo, con el cabello despeinado, la piel perlada de sudor y unas ligeras ojeras que acentuaban su mirada. —Ya sé que soy muy guapo —le dijo luego de ver que, por más veces
Ariadna miró con horror a la persona en la entrada. Deseaba que su cabeza le jugara una mala pasada. El andar de sus piernas era titubeante. Una parte de sí no quería enfrentarse a esa persona, pero si no lo hacía, habría otro enfrentamiento con Nathan, y lo que más atesoraba en esos momentos era la tranquilidad. —¡Ariadna, vámonos! Si es necesario, llamaré una patrulla —dijo Iván con rapidez. Ella desaprobó sus palabras con un gesto de confusión en el rostro. —Baja la voz —le pidió de mala gana—. ¿Policía, patrulla, secuestro? No sé de qué hablas. —Ya sé toda la verdad. Sé que ese hijo de put@ te tiene aquí secuestrada. Y así tenga que terminar muerto, me voy a enfrentar a él por ser un maldito canalla. Tras escuchar la palabra “muerto”, Ariadna se alarmó. Con el dedo índice y una expresión de preocupación le hizo señas para que salieran a hablar afuera. Jennifer enseguida la sujetó del antebrazo. —Si el señor baja habrá problemas —le susurró con los ojos muy abiertos. —Lo voy
Iván Urriaga, padre, contemplaba los papeles que le entregó su hijo. Antes de que saliera del cuarto, le advirtió que no volviera a ir a casa de Nathan.—Fui a rescatar a Ari…—Esa joven no necesita ser rescatada —lo interrumpió su padre de manera abrupta, y una vena en su frente se saltó.Iván apretó los puños, con los labios fruncidos. Su padre se desvivía por arreglar todas las estupideces que cometió su hermano mayor. En teoría, Nathan desvió dinero, lo inculpó de cosas que él no hizo, y, además de todo, se quedó con la chica. «Menudo pedazo de mierda», pensó Iván, mientras el odio le revolvía el estómago y lo hacía enloquecer.—¿Y qué lo asegura? ¿No me digas que hasta eso le resolviste a tu hijo?—Modera tu tono de voz —lo regañó, luego bajó la mirada y dejó de prestarle atención a las quejas de su hijo para volver a los documentos.La expresión facial de Iván era tensa. Su padre no comprendía la magnitud de lo que hacía. Para él, su hermano no era más que un sociópata. Tenerl