En medio de las repisas con escasos libros y unas cortinas que cerraban con elegancia las ventanas, se encontraban Nathan y su esposa. «Me iré mañana a primera hora», pensó Ariadna, con la vista fija en el rostro serio de su marido. Él le contaba cosas sobre la visita de su padre; algunas le parecían verídicas y otras bastante fantasiosas. La joven prestaba atención con una mezcla de tristeza y humor involuntario. Nathan hablaba y hablaba sin importar que su discurso careciera de elocuencia. La gravedad de sus sentimientos se veía matizada por palabras de absurda ligereza. Acompañar y comprender los conflictos de su esposo no debería ser algo malo. Sin embargo, las manos masculinas que comenzaron a acariciar sus caderas indicaron que la situación se tornaba "incómoda". —Duérmete —le pidió ella, y luego se apartó en un intento por zafarse de su peligroso agarre. Nathan acortó la distancia entre ellos, sus músculos se tensaron cuando apoyó su cuerpo sobre el de ella, y fue conscien
En medio de la tenue luz de la lámpara de noche, sus respiraciones se mezclaban mientras el calor que emanaba de su encuentro era semejante al aliento del sol en un desierto. Las manos grandes y fuertes de Nathan se aferraban a las caderas de su esposa con una firmeza que parecía fundir ambos cuerpos en uno solo. En el vaivén de sus movimientos, cada toque se convertía en un eco de deseo, necesidad y descontrol. La razón de ambos se transformaba en una nada. El mundo fuera de esas cuatro paredes podría colapsar y a ellos les importaba poco. Ariadna movía las caderas desesperada por el contacto, mientras los susurros obscenos en sus oídos la hacían mojarse cada vez más. Al alcanzar el clímax, ella se quedó asombrada, con los ojos fijos en el rostro de su esposo. No podía creer que un hombre pudiera verse tan atractivo, con el cabello despeinado, la piel perlada de sudor y unas ligeras ojeras que acentuaban su mirada. —Ya sé que soy muy guapo —le dijo luego de ver que, por más veces
Ariadna miró con horror a la persona en la entrada. Deseaba que su cabeza le jugara una mala pasada. El andar de sus piernas era titubeante. Una parte de sí no quería enfrentarse a esa persona, pero si no lo hacía, habría otro enfrentamiento con Nathan, y lo que más atesoraba en esos momentos era la tranquilidad. —¡Ariadna, vámonos! Si es necesario, llamaré una patrulla —dijo Iván con rapidez. Ella desaprobó sus palabras con un gesto de confusión en el rostro. —Baja la voz —le pidió de mala gana—. ¿Policía, patrulla, secuestro? No sé de qué hablas. —Ya sé toda la verdad. Sé que ese hijo de put@ te tiene aquí secuestrada. Y así tenga que terminar muerto, me voy a enfrentar a él por ser un maldito canalla. Tras escuchar la palabra “muerto”, Ariadna se alarmó. Con el dedo índice y una expresión de preocupación le hizo señas para que salieran a hablar afuera. Jennifer enseguida la sujetó del antebrazo. —Si el señor baja habrá problemas —le susurró con los ojos muy abiertos. —Lo voy
Iván Urriaga, padre, contemplaba los papeles que le entregó su hijo. Antes de que saliera del cuarto, le advirtió que no volviera a ir a casa de Nathan.—Fui a rescatar a Ari…—Esa joven no necesita ser rescatada —lo interrumpió su padre de manera abrupta, y una vena en su frente se saltó.Iván apretó los puños, con los labios fruncidos. Su padre se desvivía por arreglar todas las estupideces que cometió su hermano mayor. En teoría, Nathan desvió dinero, lo inculpó de cosas que él no hizo, y, además de todo, se quedó con la chica. «Menudo pedazo de mierda», pensó Iván, mientras el odio le revolvía el estómago y lo hacía enloquecer.—¿Y qué lo asegura? ¿No me digas que hasta eso le resolviste a tu hijo?—Modera tu tono de voz —lo regañó, luego bajó la mirada y dejó de prestarle atención a las quejas de su hijo para volver a los documentos.La expresión facial de Iván era tensa. Su padre no comprendía la magnitud de lo que hacía. Para él, su hermano no era más que un sociópata. Tenerl
El toque de sus manos era reconfortante. El cosquilleo en el estómago de Ariadna se extendió hasta su vientre bajo. Nathan acercó su frente a la de su esposa, y la proximidad hizo que sus alientos se mezclaran en ese breve espacio entre ellos.—No sé qué decir —le susurró él, con sinceridad.El aroma suave y familiar que desprendía su cabello lo envolvió; en respuesta, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Un cosquilleo intenso se instaló en su abdomen, y casi sin darse cuenta, sintió a su cuerpo responder al contacto. La proximidad de ella y la intimidad del momento provocaron una reacción inmediata, manifestada en una er3cción que crecía con cada latido de su corazón, mientras la tensión se acumulaba en su interior.Sus labios se unieron en un beso hambriento, donde sus lenguas se entrelazaron en una batalla apasionada, cada uno en busca de dominar al otro.Guiadas por el deseo, las manos de él se deslizaron hacia sus senos. Las caricias eran una combinación de suavidad y urge
Iván Urriaga estaba sentado en una silla en su cuarto, con la mirada fija en su celular, cuando en la puerta se escucharon unos fuertes golpes.Se levantó, sin entender por qué la persona afuera tocaba con tanta insistencia.Vestía una playera de manga corta azul y unos shorts para estar en casa. Su ceño se frunció por lo molesto que resultaba el estruendoso golpeteo. Con firmeza quitó el seguro y abrió la puerta.Lo primero que captaron sus ojos fue una mirada furiosa de su padre. Iván, sin comprender la situación, le cuestionó el motivo de su toque tan desesperado.El hombre, sin previo aviso, le soltó un puñetazo en el rostro.—¿¡TIENES IDEA DE LO QUE ACABAS DE HACER!? —Su cara se tornó roja de rabia; las líneas de expresión, ya marcadas por el paso de los años, se profundizaron aún más.—¿¡Qué sucede!? —preguntó Iván, desorientado. El dolor ardía en su mejilla y un sabor metálico comenzaba a llenar su boca.—TU HERMANO... —le espetó, y una tos escandalosa lo interrumpió.Iván apre
Tanto Urriaga como su hijo decidieron guardar la calma, al menos en apariencia; ambos compartían el amor y la preocupación por Estela.Entendían que la mujer no debía experimentar emociones intensas. Así que, sin siquiera cruzar miradas, permanecieron en silencio en la sala. Al mismo tiempo, la embarazada se trababa al hablar. Se sentía sofocada, y un dolor en la nuca la obligó a recostarse un rato.Urriaga, desesperado por encontrarse con su abogado de confianza y conocer personalmente el estado del caso de su hijo, se levantó de manera abrupta y, con el tono de voz más sereno que pudo fingir, le dijo que iría a arreglar unos asuntos.—Mi mamá no se encuentra bien de salud y, ¿la vas a dejar así como si nada? —Iván brincó del sillón y se puso de pie.—Discúlpame por ser egoísta y priorizar que mi hijo mayor no sea asesinado por reclusos —objetó el hombre. Sin ánimo de seguir la discusión, avanzó hacia la puerta.—No me encuentro bien —alcanzó a gritar Estela.Urriaga detuvo sus pasos
Esa noche, Iván se quedó en vela al cuidado de su madre. Por llamada telefónica, el médico le había dicho que mientras el dolor no presentara sangrado, no habría ningún problema. Le indicó que, si al día siguiente persistían las molestias, podría visitar su consultorio. Para alivio de ambos, Estela no volvió a sentir dolor, aunque su parte emocional cada vez estaba más decadente. Transcurrieron dos días llenos de tristeza. Su esposo no conciliaba el sueño, inmiscuido, en el proceso de Nathan. La vocecita de sus inseguridades le decía que su relación no tardaría en llegar a su fin. Recordó su juventud, un periodo en el que no le importaba el hecho de que Iván Urriaga tuviera una vida ya hecha. Ella, atrapada entre ilusiones de veinteañera, le creyó sin chistar toda la versión que le dio. Su madre la regañó hasta el cansancio: “Es un hombre casado y con un hijo, niña, entiende que jamás te hará feliz de verdad”. Ella, enamorada con cada fibra de su ser, se negaba a creer en las adv