¿¡Por qué eres tan coqueta Mía!? Gracias por leer, ahora sí, se viene lo bueno... 🤪😌😌
Mía dirigió su vista a Iván, y cuando sus miradas se encontraron, negó discretamente con la cabeza, en respuesta él detuvo sus carcajadas, de soslayo se percató de la sonrisa tímida en los labios de su madre.—Esto es una broma, ¿verdad? —les demandó saber con sus cejas enarcadas.Su madre soltó un suspiro. Sus manos jugaban con un pedazo de servilleta, y su respuesta fue simple: “Esto para mí también es inesperado”.Iván movió la cabeza de un lado al otro en desaprobación.—No está en edad de tener un hijo —le dijo. Su nariz se arrugó como si de repente de la mesa se desprendiera un olor fétido.Entretanto, Nathan miraba la mesa sin emitir sonido alguno. Si sus cálculos no le fallaban su madrastra rondaba los cincuenta y tres años, su medio hermano había nacido a los ocho meses a causa de complicaciones en el embarazo. Si dar a luz a los veintitantos resultó ser de alto riesgo, ¿qué le esperaba ahora?Los comentarios de Iván se volvieron más ácidos, a tal punto de que su padre le lan
Nathan puso los ojos en blanco mientras su padre, en la otra línea, excusaba a su medio hermano, pues esas últimas noches Iván no había podido conciliar el sueño y de nuevo se ausentaría del trabajo. ―Esto no es una escuela. ¿Te imaginas que cada vez que los empleados se sientan mal, falten al trabajo? ―le contestó y apretó los labios. Evitó explayarse sobre la poco ética actitud de su hermano. ―Por favor, trata de entenderlo ―rogaba su padre. Nathan exhaló. La presencia de Iván en la empresa era necesaria para la siguiente parte de su plan, así que a regañadientes aceptó. Cuando iba a finalizar la llamada su padre, con voz queda le pidió su opinión sobre el embarazo de su madrastra. ―¿Qué esperas que te diga? ―soltó abrupto―, que ese es un embarazo de alto riesgo y que le podría costarle la vida a tu esposa. ―Nathan esto es un milagro ―interrumpió el señor Urriaga. ―Entonces, buena suerte. Tengo mucho trabajo pendiente ―colgó la llamada, Nathan parpadeó con la impresión de
Ariadna se encontraba en su cuarto, aferrada a la sábana blanca con su oído sobre la dura almohada. Sus ojos congestionados se acostumbraron a la oscuridad de su entorno. La impresión de mirar a su madre con aquel joven fue tanta que lo repetía una y otra vez en su mente. Una tortura interminable. Su cobardía la había llevado a escabullirse del restaurante como si la que se quedó para verse con su amante fuera ella. Qué ridículo sonaba el asunto. Todavía resonaban en sus oídos las palabras de Nathan: “En el viaje de regreso, con su voz fría y mirada penetrante, su esposo le recordó que él era la persona más real que ha conocido”. Ariadna se incorporó de golpe de la cama. La opresión en su pecho no la dejaba respirar y el temblor de sus dedos delataban su ansiedad. Sus pies se estremecieron un poco cuando los puso en el frío suelo. Ni siquiera recordaba dónde había dejado sus sandalias. Al prender la luz las encontró casi al fondo de la cama y salió de su cuarto, como si lejos de es
A la mañana siguiente, Ariadna se despertó con la boca seca y un dolor de cabeza que solo era comparable al de su cadera. Al levantarse de la cama, el malestar se extendía hasta su espalda baja. Su sorpresa fue mayor al ver que llevaba puesta una bata blanca en lugar de su pijama de dos piezas de pantalón largo y blusa rosa. Se cubrió la boca con la mano y notó que desprendía un olor tan desagradable como si hubiera comido un galón de basura, sintió la necesidad de ir al baño a vomitar.A los pocos minutos, Jennifer subió a dejarle un aperitivo y al mirar su rostro pálido le preguntó sobre su salud.—Me duele todo el cuerpo, creo que voy a morir —le respondió Ariadna, mientras se masajeaba la sien.—Te voy a traer un buen remedio para esa reseca —le dijo Jennifer.Ariadna se quedó recostada, algunos destellos de la noche pasada se hicieron presente en su memoria.Nathan entró al cuarto de su esposa junto a Jennifer que llevaba una bebida caliente y unas pastillas.—¿De verdad que po
Las cortinas blancas se movían al ritmo del viento. En el cuarto resonaban los gemidos de una joven mujer. Las manos masculinas de su acompañante le sostenían con fuerza por la cadera. Ella entre suspiros no paraba de repetir el nombre de su amado. Se deleitaba con sus movimientos firmes y constantes. Perfectos. Mientras que el joven luchaba contra sus propios demonios. Cuando llegó al clímax los vellos de sus brazos y nuca se erizaron. —Ari… —se quedó en completo silencio, pues se negaba a pronunciar aquel maldito nombre. Su novia se giró con el ceño fruncido y lágrimas contenidas. Sintió que una mano invisible apretaba su cuello. —Mía, esta no era mi intención —se excusó de inmediato Iván. —Jamás dejarás de pensar en ella, ¿verdad? —le dijo con la voz quebrada, enseguida buscó en el suelo su ropa. Su corazón ya había sido pisoteado demasiadas veces ese día. —De verdad no lo hago a propósito —volvió a repetir Iván. Mía lo detuvo en seco, sabía lo complicado que
A la hora que Nathan llegó a la casa, observó que Jennifer platicaba despreocupada con Ariadna en el comedor. Las dos mujeres, al percatarse de su presencia, se quedaron en silencio.Ariadna apretó los labios y Jennifer desvió el rostro ante la mirada inquisitiva de Nathan.—Sigan en su parloteo —les dijo, con los ojos entrecerrados—. Pequeñas cacatúas —susurró, de camino a las escaleras.Ariadna subió detrás de él, ansiosa por saber la información que traía acerca de su padre. Nathan al escuchar sus pasos se frenó en seco y se dio la vuelta con la intención de quedarse frente a ella. —Dime —le pidió Ariadna.Nathan avanzó con paso lento hacia su esposa y la envolvió con sus brazos. —No estás en condiciones de exigir nada. —Acunó sus mejillas y atrapó su aliento en un suave beso. Cualquier chispita de conciencia se iba a la mierd@ al tenerla así. El calor de su piel traspasaba la fina tela de su blusa, y lo enloquecía simplemente al no apartarse. —¿Dime qué sabes de mi papá? —le
En medio de la noche, una mujer atesoraba el vaso de agua helada que sostenía en su mano como si se tratara de una medicina costosa. ―Nunca creí volver a experimentar estos malestares ―respiraba lento y profundo por la nariz y luego expulsaba el aire―. Todo es diez veces peor. ―Es parte del embarazo ―le dijo su esposo, sin saber qué más agregar. Estela cerró los ojos y ladeó el rostro; no soportaba las náuseas. Todo daba vueltas a su alrededor. La mayoría del tiempo, la fatiga la llevaba a dormir toda la tarde y en las noches a estar como un búho. Su estado empeoró en el instante en que los labios de su esposo nombraron a Mía, la novia de su hijo. ―Esa relación está destinada al fracaso ―declaró la mujer, su pecho se apretujó. ―Lo sé ―su esposo le hizo segunda―, pero tu hijo es tan obstinado. Y de verdad estaba muy entusiasmado con… ―No digas su nombre ―lo interrumpió―. No quiero saber nada de “esa” persona. El señor Urriaga le recordó que, como fueran las cosas, la chica era s
Su madre llevaba apenas tres días bajo su techo, y en ese corto tiempo, ya lo había bombardeado con preguntas personales: ¿por qué te vas por tanto tiempo y tu esposa solo se queda encerrada en casa? ¿Acaso están mal o por qué duermen en habitaciones separadas? Nathan podía afirmar que su madre era un dolor de cabeza. Quisiera decir que era el tumor, su edad o las constantes quimioterapias lo que la tenía así, pero no. Ella siempre fue “especial” y difícil de tratar.«¿Será que yo también soy así de fastidioso?», pensó Nathan mientras se pasaba la mano por el rostro. En ese momento, su teléfono de nuevo sonó, de hecho, no paró de sonar en toda la tarde, pues otra vez, la esposa de su socio le mandaba insistentes mensajes de texto en los que le pedía verse.Él tenía mejores cosas que hacer que atender a mujeres despechadas. Sobre todo, ahora que uno de sus socios le notificó que el desvío de dinero era tan silencioso que, cuando lo descubrieran, la cantidad sería tan escandalosa que le