Caterine entró en la cafetería y recorrió el lugar con la mirada hasta dar con la madre de Corleone. Rebeca estaba sentada en una de las mesas más alejadas, con la atención fija en la pantalla de su celular y una expresión seria.Tomó una respiración profunda y camino en dirección a ella. Sentía un nudo en el estómago. No solo la preocupaba lo que Rebeca quería decirle, sino que también sabía que a Corleone no le haría ninguna gracia descubrir que se había reunido con su madre sin consultarlo antes, pero estaba dispuesta a correr el riesgo. Su intención era solucionar las cosas con ella primero, luego le hablaría a Corleone sobre esa reunión… si todo salía bien.Aunque no estaba muy segura si aquello tendría sentido si resultaba que lo que Corleone había descubierto recientemente resultaba ser verdad.Caterine fue consciente del momento exacto en que Rebeca la observó. Su expresión se tornó tensa mientras la evaluaba con la mirada. El resultado pareció no ser favorable, ya que hizo una
Corleone observó a Caterine con el ceño ligeramente fruncido. Para alguien que rara vez dejaba de hablar, había estado demasiado callada durante el almuerzo. Ni historias ni bromas, solo un aire pensativo que lo hacía preguntarse si debía preocuparse… o asustarse.—¿Y qué hiciste esta mañana? —preguntó, intentando captar su atención.—¿Qué? —Caterine parpadeó, confusa, como si su mente estuviera en otro lugar.—Ayer mencionaste que tenías algo que hacer hoy.—Oh, sí, cierto… —Asintió ella con la cabeza, pero no añadió nada más.—¿Así que…?—¿Qué cosa?La actitud de Caterine solo avivó la curiosidad de Corleone. Sus ojos evitaban sostener su mirada por mucho tiempo, y sus respuestas eran vagas. Definitivamente, le estaba ocultando algo.Caterine nunca había sido buena para mentir. De hecho, si alguna vez la llevaban presa, probablemente confesaría hasta el más mínimo de sus delitos sin que se lo pidieran.—¿Qué fue lo que hiciste exactamente? —insistió.—Respecto a eso… —Caterine le de
Caterine observó la enorme e imponente casa que se alzaba frente a ella y dejó escapar un silbido de asombro.—Esta sí que es una mansión —comentó.—Campanita, la casa de tus padres es igual de enorme.—Lo sé, pero no tiene ese toque de mansión embrujada en la que probablemente a uno o quizás más durante los sesenta —bromeó.Era consciente de que Corleone estaba algo tenso, aunque actuaba como si nada. Ella, en cambio, se sentía más tranquila. Quizás porque ya se había enfrentado a la madre de su novio en el pasado y sabía qué esperar.—¿Por qué los sesenta?—No lo sé —se encogió de hombros—. Solo se me ocurrió. Me alegra venir vestida para la ocasión.Bajó la mirada y se dio un vistazo. Llevaba un vestido sin mangas y de cuello redondo que se ajustaba delicadamente a su figura hasta la cintura, desde donde caía en suaves pliegues que rozaban justo por debajo de sus rodillas. El tono naranja suave le daba un aire cálido y realzaba su piel, lo había combinado con unos zapatos de tacón b
Corleone miró hacia la puerta. Lo último que había querido era dejar a Caterine a solas con su madre, pero su padre le había pedido que lo acompañara a su despacho para hablar. Había considerado negarse, pero Caterine le había asegurado que estaría bien.Después de verla desenvolverse con tanta naturalidad durante el almuerzo, no dudaba de que podía manejar la situación. Sin embargo, eso no hacía que le preocupara menos que su madre intentara intimidarla.—Debo admitir que ella me sorprendió —comentó su padre de pronto.Corleone giró el rostro hacia él con interés.—Después de lo que tu madre me dijo sobre ella, esperaba que trajeras alguna muchachita sin educación. Incluso después de enterarme de que era la nieta de Vincenzo Sorrentino, no estaba seguro de qué esperar. —Su padre movió su sillón de un lado a otro—. A excepción dl color extraño de su cabello, parece haber recibido una buena educación. Es algo parlanchina, pero también encantadora —comentó con una breve sonrisa.Corleon
Corleone tomó el vaso que Giovanni le ofrecía y le hizo un leve gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. Luego, el padre de Caterine se acomodó frente a él, reclinándose en el sofá.—Entonces, ¿qué es lo que necesitas? —preguntó Giovanni.Corleone no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. Le gustaba que Giovanni fuera un hombre que no se andaba con rodeos.—Necesito que me ayude a investigar un caso que ocurrió hace algunos años —dijo, yendo directo al grano. Lo último que quería era hacerle perder el tiempo.Giovanni frunció el ceño, pero no dijo nada. Él lo evaluó con la mirada en completo silencio.—Debido a quién es el involucrado, necesito absoluta confidencialidad al respecto —añadió Corleone. Mientras existiera la posibilidad de que su padre no fuera culpable, por muy pequeña que fuera, era mejor manejar aquel tema con cuidado—. Me gustaría mostrarle unos documentos, pero antes necesito su garantía de que todo lo que discutamos se quedará en esta habitación.No conocía a
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no