Corleone miró hacia la puerta. Lo último que había querido era dejar a Caterine a solas con su madre, pero su padre le había pedido que lo acompañara a su despacho para hablar. Había considerado negarse, pero Caterine le había asegurado que estaría bien.Después de verla desenvolverse con tanta naturalidad durante el almuerzo, no dudaba de que podía manejar la situación. Sin embargo, eso no hacía que le preocupara menos que su madre intentara intimidarla.—Debo admitir que ella me sorprendió —comentó su padre de pronto.Corleone giró el rostro hacia él con interés.—Después de lo que tu madre me dijo sobre ella, esperaba que trajeras alguna muchachita sin educación. Incluso después de enterarme de que era la nieta de Vincenzo Sorrentino, no estaba seguro de qué esperar. —Su padre movió su sillón de un lado a otro—. A excepción dl color extraño de su cabello, parece haber recibido una buena educación. Es algo parlanchina, pero también encantadora —comentó con una breve sonrisa.Corleon
Corleone tomó el vaso que Giovanni le ofrecía y le hizo un leve gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. Luego, el padre de Caterine se acomodó frente a él, reclinándose en el sofá.—Entonces, ¿qué es lo que necesitas? —preguntó Giovanni.Corleone no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. Le gustaba que Giovanni fuera un hombre que no se andaba con rodeos.—Necesito que me ayude a investigar un caso que ocurrió hace algunos años —dijo, yendo directo al grano. Lo último que quería era hacerle perder el tiempo.Giovanni frunció el ceño, pero no dijo nada. Él lo evaluó con la mirada en completo silencio.—Debido a quién es el involucrado, necesito absoluta confidencialidad al respecto —añadió Corleone. Mientras existiera la posibilidad de que su padre no fuera culpable, por muy pequeña que fuera, era mejor manejar aquel tema con cuidado—. Me gustaría mostrarle unos documentos, pero antes necesito su garantía de que todo lo que discutamos se quedará en esta habitación.No conocía a
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab
Corleone dictó la sentencia sin dejar traslucir ninguna emoción, aunque en el fondo no estaba de acuerdo con ella. Estaba convencido de que la culpabilidad del acusado. Bastaba con observar su mirada cargada de odio y sadismo o la sonrisa vacía que nunca llegaba a sus ojos. Ni siquiera el falso llanto que había desplegado al rendir su testimonio, lo había logrado convencer de lo contrario.Sin embargo, por evidente que su culpabilidad fuera para él, no bastaba para castigarlo. El abogado de la víctima no había presentado pruebas sólidas, y la víctima no podía recordar todo lo sucedido la noche que había sido atacada en aquel callejón de camino a su casa. Para el abogado del acusado había sido tan fácil poner en duda el testimonio de la mujer. Corleone esperaba que el caso volviera a su sala, esta vez con la evidencia necesaria para poder castigar al culpable. Aunque sabía que la probabilidad no era alta. Muchas víctimas abandonaban la lucha al no obtener la justicia que esperaban.
Corleone cerró la puerta del coche y avanzó a paso firme hacia la casa de sus padres. Apenas cruzó el umbral, la ama de llaves lo recibió con un saludo cortés y le informó que sus padres estaban en la terraza. Asintió sin detenerse.Cuando llegó a su destino vio que sus padres no estaban solos. Su madre, como de costumbre, había omitido mencionarle que tendrían compañía, aunque no le sorprendió. Los Vanucci eran amigos de la familia desde que él tenía memoria. Ambas familias compartían su estatus prominente y una larga historia de alianzas estratégicas. Y, llegado el momento, Corleone se casaría con la única hija mujer de los Vanucci, Greta.Corleone aún no le había propuesto matrimonio oficialmente, pero era solo una mera formalidad. Su matrimonio probablemente había sido arreglado cuando Greta nació. En su familia no era nada extraño los matrimonios concertados, y lo habían utilizado para fortalecer su poder. Tal como había sucedido en el caso de sus padres.Él no sentía ningún inter