Corleone vio a Esaú en el instante en que cruzó la puerta del restaurante. Aunque intentaba disimular, era evidente que el hombre miraba a su alrededor con cautela, girando la cabeza de un lado a otro como si temiera que alguien lo estuviera vigilando. Finalmente, él llegó a su mesa.Corleone lo saludó con un leve gesto de la cabeza antes de señalarle el asiento frente a él. Durante unos segundos, el silencio se instaló entre ambos. Aprovechó para evaluarlo con la mirada, tal y como estaba haciendo él. La noche que Esaú lo había abordado no había tenido oportunidad de verlo bien.Giovanni le había enviado información sobre el hombre la noche anterior. Para el poco tiempo que había tenido, el informe era completo y meticuloso. Cada detalle estaba cuidadosamente registrado, desde su historial laboral hasta sus conexiones más recientes. —¿Estás solo? —preguntó Esaú al fin.Corleone asintió. No tenía sentido decirle al hombre que alguien los vigilaba, eso lo pondría nervioso y tal vez in
—¿Cómo me veo? —preguntó Caterine al salir del baño.Apenas dio un paso fuera cuando un chillido escapó de sus labios. Corleone la había tomado por sorpresa, sujetándola de la cintura y atrayéndola hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, él se inclinó y selló sus labios en un beso profundo que le robó el aliento.Caterine no opuso resistencia. Se dejó llevar, rindiéndose de inmediato ante su contacto. Sabía que él estaba nervioso por su encuentro más tarde, aunque nadie más habría podido notarlo. Corleone era un experto en ocultar sus emociones, pero ella lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Esa mañana había estado más callado de lo habitual.Si ella podía ayudarlo a calmarse, entonces eso era exactamente lo que haría.—Hermosa, como siempre —murmuró él sobre sus labios.—Ahora tendré que retocarme el brillo labial.—¿Te estás quejando? —preguntó Corleone, arqueando una ceja.—Quizás… —dijo con una sonrisa traviesa—. Por cierto, tú también te ves muy bien.Le echó un vistazo
Corleone se inclinó ligeramente y observó el hoyo a siete metros de distancia. Inspiró con calma, midió el golpe y, tras un suave balanceo, golpeó la pelota con precisión. Siguió su trayectoria con la mirada hasta que esta entró dentro del hoyo.—Buen tiro —lo alabó Bernardo, con una sonrisa de aprobación—. Ennio, había escuchado que tu hijo era un buen juez, pero parece que no es lo único que se le da bien.—Suele ser el mejor en todo lo que hace —respondió su padre.Corleone apenas les dirigió una mirada.A pesar de haber visto a Bernardo y a su hijo, Ovidio, en más de una ocasión, sus interacciones con ellos siempre habían sido superficiales, limitadas a saludos formales y conversaciones sin importancia. Esa debía ser la primera vez que pasaba tanto tiempo con ellos y era agotador tener que escuchar las idioteces que salían de los labios de Ovidio. Nunca había soportado a la gente estúpida como él. Hasta ese día, apenas recordaba su rostro, lo cual no era de extrañar. No era el ti
Caterine estaba amasando la masa para galletas cuando el sonido de un motor llegó hasta sus oídos. Corleone había llegado. Estaba preocupada por como había resultado su reunión y estaba aliviada de que por fin estuviera en casa.Continuó con su tarea, tarareando la canción que estaba sonando a través del parlante. De pronto, sintió cómo unas manos cálidas rodeaban su cintura y, un instante después, el mentón de Corleone descansó sobre su hombro. No necesitó escuchar ninguna palabra para saber que las cosas no habían marchado bien.Sin dudarlo, dejó lo que estaba haciendo y, con un poco de esfuerzo, porque Corleone la sujetaba con firmeza, se giró en sus brazos para abrazarlo. No dijo nada, tan solo se limitó a estar allí para él en silencio. Entendía que no necesitaba palabras en ese momento, solo su presencia. Permanecieron así durante varios minutos. Finalmente, Corleone la soltó, y ella hizo lo mismo.—Estoy haciendo tus galletas favoritas —dijo con una sonrisa antes de girarse par
Caterine tiró con fuerza de la mano de Corleone, obligándolo a acelerar el paso mientras se dirigían hacia el mar. Su risa ligera se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en la orilla. No iba a negar que disfrutaba del bullicio de la ciudad, con su energía vibrante y su constante movimiento, pero también apreciaba la oportunidad de alejarse de todo eso por unos días.No se detuvo hasta que el agua templada envolvió sus pies desnudos; se había retirado las sandalias algunos metros atrás. Bajó la mirada, tomándose un momento para disfrutar de la sensación del agua acariciando sus dedos y de la arena bajo sus plantas. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro antes de seguir avanzando, adentrándose un poco más en el mar hasta que el agua le llegó apenas unos centímetros por debajo de las rodillas.Se dio la vuelta para ver a Corleone y descubrió que la expresión tensa en su rostro se había esfumado y, al igual que ella, también sonreía. —Lo lamento por eso —dijo ella con un dest
Corleone abrió los ojos y parpadeó, desorientado. Durante un instante, el mundo a su alrededor fue solo sombras y silencio. La oscuridad lo envolvía casi por completo, apenas rota por una tenue luz que llegaba desde atrás. Luego, el sonido rítmico de las olas rompiendo en la distancia le devolvió claridad.Bajó la mirada y una sonrisa, inevitable, se dibujó en su rostro al ver a Caterine profundamente dormida. Su respiración era pausada, tranquila, y su cuerpo cálido descansaba sobre él con una naturalidad que lo desarmaba.Tal como ella lo había planeado, habían pasado el día relajándose. Nadaron en el mar y jugaron como si fueran un par de niños. Corleone no había desaprovechado ninguna oportunidad para robarle algún beso cada vez que podía. Más tarde, cuando el sol comenzó a descender, se acomodaron en las perezosas frente al porche y observaron el atardecer. En algún momento, cuando la oscuridad empezó a envolverlos, Caterine se deslizó hasta la perezosa en la que él estaba y se l
Caterine levantó la mirada justo en el momento en que Corleone entraba a la oficina. Venía regresando de un juicio, con esa expresión seria e impenetrable que siempre llevaba en la sala. Era difícil adivinar el resultado solo con verlo, pero eso no fue lo que hizo que su estómago se encogiera. Lo que realmente la inquietó fue que él ni siquiera la miró.Intentó no darle demasiada importancia. Sabía que, en el trabajo, debían mantener la profesionalidad, pero algo había cambiado, y no lograba entender por qué. Corleone siempre había sido reservado, pero, hasta hacía poco, solía buscarla con la mirada, y en esos breves instantes, sus ojos reflejaban una calidez.Suspiró, apartando esos pensamientos, y volvió la vista a sus documentos. Pero la sensación persistía. Desde que habían regresado de su fin de semana en la playa, algo entre ellos se sentía diferente. Corleone estaba distante. A veces, cuando hablaban, su mirada se perdía en algún punto lejano, como si su mente estuviera en otro
Corleone apenas lograba concentrarse en la conversación entre Caterine y sus padres. Sus pensamientos estaban en otra parte, y solo respondía cuando le dirigían una pregunta directa, esforzándose por no parecer grosero.Giovanni lo había llamado después del almuerzo para informarle que tenía la información que le había pedido y desde entonces su mente no había tenido descanso. Habían acordado reunirse para cenar en su casa, y la incertidumbre lo carcomía. Habría preferido hablar con él antes, pero había ido de un juicio a otro y apenas había tenido un momento libre durante el día.Cuando terminaron de comer, todos se trasladaron a la sala, mientras Giovanni se disculpaba para ir por los documentos. Un tenso silencio se instaló en el ambiente, prolongándose apenas unos segundos, aunque para él pareció una eternidad.En cuanto Giovanni regresó y se acomodó junto a su esposa, Corleone no pudo contenerse más.—¿Él lo hizo? —preguntó sin rodeos, su voz tensa.Podría haberle pedido a Giovan