Corleone se inclinó ligeramente y observó el hoyo a siete metros de distancia. Inspiró con calma, midió el golpe y, tras un suave balanceo, golpeó la pelota con precisión. Siguió su trayectoria con la mirada hasta que esta entró dentro del hoyo.—Buen tiro —lo alabó Bernardo, con una sonrisa de aprobación—. Ennio, había escuchado que tu hijo era un buen juez, pero parece que no es lo único que se le da bien.—Suele ser el mejor en todo lo que hace —respondió su padre.Corleone apenas les dirigió una mirada.A pesar de haber visto a Bernardo y a su hijo, Ovidio, en más de una ocasión, sus interacciones con ellos siempre habían sido superficiales, limitadas a saludos formales y conversaciones sin importancia. Esa debía ser la primera vez que pasaba tanto tiempo con ellos y era agotador tener que escuchar las idioteces que salían de los labios de Ovidio. Nunca había soportado a la gente estúpida como él. Hasta ese día, apenas recordaba su rostro, lo cual no era de extrañar. No era el ti
Caterine estaba amasando la masa para galletas cuando el sonido de un motor llegó hasta sus oídos. Corleone había llegado. Estaba preocupada por como había resultado su reunión y estaba aliviada de que por fin estuviera en casa.Continuó con su tarea, tarareando la canción que estaba sonando a través del parlante. De pronto, sintió cómo unas manos cálidas rodeaban su cintura y, un instante después, el mentón de Corleone descansó sobre su hombro. No necesitó escuchar ninguna palabra para saber que las cosas no habían marchado bien.Sin dudarlo, dejó lo que estaba haciendo y, con un poco de esfuerzo, porque Corleone la sujetaba con firmeza, se giró en sus brazos para abrazarlo. No dijo nada, tan solo se limitó a estar allí para él en silencio. Entendía que no necesitaba palabras en ese momento, solo su presencia. Permanecieron así durante varios minutos. Finalmente, Corleone la soltó, y ella hizo lo mismo.—Estoy haciendo tus galletas favoritas —dijo con una sonrisa antes de girarse par
Caterine tiró con fuerza de la mano de Corleone, obligándolo a acelerar el paso mientras se dirigían hacia el mar. Su risa ligera se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en la orilla. No iba a negar que disfrutaba del bullicio de la ciudad, con su energía vibrante y su constante movimiento, pero también apreciaba la oportunidad de alejarse de todo eso por unos días.No se detuvo hasta que el agua templada envolvió sus pies desnudos; se había retirado las sandalias algunos metros atrás. Bajó la mirada, tomándose un momento para disfrutar de la sensación del agua acariciando sus dedos y de la arena bajo sus plantas. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro antes de seguir avanzando, adentrándose un poco más en el mar hasta que el agua le llegó apenas unos centímetros por debajo de las rodillas.Se dio la vuelta para ver a Corleone y descubrió que la expresión tensa en su rostro se había esfumado y, al igual que ella, también sonreía. —Lo lamento por eso —dijo ella con un dest
Corleone abrió los ojos y parpadeó, desorientado. Durante un instante, el mundo a su alrededor fue solo sombras y silencio. La oscuridad lo envolvía casi por completo, apenas rota por una tenue luz que llegaba desde atrás. Luego, el sonido rítmico de las olas rompiendo en la distancia le devolvió claridad.Bajó la mirada y una sonrisa, inevitable, se dibujó en su rostro al ver a Caterine profundamente dormida. Su respiración era pausada, tranquila, y su cuerpo cálido descansaba sobre él con una naturalidad que lo desarmaba.Tal como ella lo había planeado, habían pasado el día relajándose. Nadaron en el mar y jugaron como si fueran un par de niños. Corleone no había desaprovechado ninguna oportunidad para robarle algún beso cada vez que podía. Más tarde, cuando el sol comenzó a descender, se acomodaron en las perezosas frente al porche y observaron el atardecer. En algún momento, cuando la oscuridad empezó a envolverlos, Caterine se deslizó hasta la perezosa en la que él estaba y se l
Caterine levantó la mirada justo en el momento en que Corleone entraba a la oficina. Venía regresando de un juicio, con esa expresión seria e impenetrable que siempre llevaba en la sala. Era difícil adivinar el resultado solo con verlo, pero eso no fue lo que hizo que su estómago se encogiera. Lo que realmente la inquietó fue que él ni siquiera la miró.Intentó no darle demasiada importancia. Sabía que, en el trabajo, debían mantener la profesionalidad, pero algo había cambiado, y no lograba entender por qué. Corleone siempre había sido reservado, pero, hasta hacía poco, solía buscarla con la mirada, y en esos breves instantes, sus ojos reflejaban una calidez.Suspiró, apartando esos pensamientos, y volvió la vista a sus documentos. Pero la sensación persistía. Desde que habían regresado de su fin de semana en la playa, algo entre ellos se sentía diferente. Corleone estaba distante. A veces, cuando hablaban, su mirada se perdía en algún punto lejano, como si su mente estuviera en otro
Corleone apenas lograba concentrarse en la conversación entre Caterine y sus padres. Sus pensamientos estaban en otra parte, y solo respondía cuando le dirigían una pregunta directa, esforzándose por no parecer grosero.Giovanni lo había llamado después del almuerzo para informarle que tenía la información que le había pedido y desde entonces su mente no había tenido descanso. Habían acordado reunirse para cenar en su casa, y la incertidumbre lo carcomía. Habría preferido hablar con él antes, pero había ido de un juicio a otro y apenas había tenido un momento libre durante el día.Cuando terminaron de comer, todos se trasladaron a la sala, mientras Giovanni se disculpaba para ir por los documentos. Un tenso silencio se instaló en el ambiente, prolongándose apenas unos segundos, aunque para él pareció una eternidad.En cuanto Giovanni regresó y se acomodó junto a su esposa, Corleone no pudo contenerse más.—¿Él lo hizo? —preguntó sin rodeos, su voz tensa.Podría haberle pedido a Giovan
El padre de Corleone extendió una mano con calma en dirección al asiento que estaba frente a él. Podía lucir tranquilo, pero Corleone notó que estaba algo lívido.—Toma asiento.Corleone no discutió. Se sentó, con la espalda recta y el rostro impenetrable.—Supongo que si estás aquí pidiendo información sobre ese caso es porque sabes algo —dijo su padre—. ¿Cómo fue que te enteraste?Corleone no se molestó en responder la pregunta. Era irrelevante.Al menos no había seguido con la farsa, fingiendo ignorancia y tratándolo como si fuera un estúpido. Aquello, sin embargo, no hacía que su amargura disminuyera.—¿Es que acaso importa? —soltó, con un tono gélido—. Manipulaste las pruebas de un caso para dejar libre al hijo de tu amigo, un hombre que no hace más que cometer crimen tras crimen, porque ambos sabemos que no son simples errores. ¿Y todo por qué? ¿Por dinero? ¿Por poder?Su padre no pareció inmutarse ante la acusación, era como si no le importara lo que le estaba diciendo.—Bueno,
Corleone se separó de Caterine con la respiración agitada. Durante unos instantes, había logrado silenciar su mente, apagar los pensamientos que no lo dejaban en paz.Siempre se había considerado un hombre de acciones, siempre sabía lo que tenía que hacer y lo hacía. Pero esta vez era distinto.A pesar de haber pasado la noche en un incesante debate interno, aún no estaba listo para dar el siguiente paso. No estaba listo para exponer la verdad sobre su padre. No porque temiera por sí mismo o por lo que eso significaría para su propio futuro, sino porque las consecuencias recaerían sobre su padre, y, aunque no debería importarle, ya que él mismo se lo había buscado, todavía le importaba. También estaba su madre, que se vería arrastrada a un escándalo mediático.—Vamos a desayunar —dijo al fin, su voz más serena de lo que se sentía. Le hizo un gesto a Caterine para que se sentara y, en cuanto ella lo hizo, acercó otro banco hasta quedar a su lado—. Cuéntame algo, cualquier cosa —pidió.