El padre de Corleone extendió una mano con calma en dirección al asiento que estaba frente a él. Podía lucir tranquilo, pero Corleone notó que estaba algo lívido.—Toma asiento.Corleone no discutió. Se sentó, con la espalda recta y el rostro impenetrable.—Supongo que si estás aquí pidiendo información sobre ese caso es porque sabes algo —dijo su padre—. ¿Cómo fue que te enteraste?Corleone no se molestó en responder la pregunta. Era irrelevante.Al menos no había seguido con la farsa, fingiendo ignorancia y tratándolo como si fuera un estúpido. Aquello, sin embargo, no hacía que su amargura disminuyera.—¿Es que acaso importa? —soltó, con un tono gélido—. Manipulaste las pruebas de un caso para dejar libre al hijo de tu amigo, un hombre que no hace más que cometer crimen tras crimen, porque ambos sabemos que no son simples errores. ¿Y todo por qué? ¿Por dinero? ¿Por poder?Su padre no pareció inmutarse ante la acusación, era como si no le importara lo que le estaba diciendo.—Bueno,
Corleone se separó de Caterine con la respiración agitada. Durante unos instantes, había logrado silenciar su mente, apagar los pensamientos que no lo dejaban en paz.Siempre se había considerado un hombre de acciones, siempre sabía lo que tenía que hacer y lo hacía. Pero esta vez era distinto.A pesar de haber pasado la noche en un incesante debate interno, aún no estaba listo para dar el siguiente paso. No estaba listo para exponer la verdad sobre su padre. No porque temiera por sí mismo o por lo que eso significaría para su propio futuro, sino porque las consecuencias recaerían sobre su padre, y, aunque no debería importarle, ya que él mismo se lo había buscado, todavía le importaba. También estaba su madre, que se vería arrastrada a un escándalo mediático.—Vamos a desayunar —dijo al fin, su voz más serena de lo que se sentía. Le hizo un gesto a Caterine para que se sentara y, en cuanto ella lo hizo, acercó otro banco hasta quedar a su lado—. Cuéntame algo, cualquier cosa —pidió.
Esaú echó un vistazo alrededor antes de fijar su mirada en Corleone.—¿Por qué me citaste aquí.La casa de Giovanni parecía el lugar más seguro para reunirse con Esaú.—Mi padre está al tanto de que descubrí lo que hizo, y no puedo confiar en que no se lo dirá a Bernardo. Tampoco puedo asegurar que alguno de ellos no intentará impedir que lo expongamos.—¿Así que mis sospechas eran ciertas?Asintió con leve movimiento de cabeza.Esaú no dijo nada durante un largo momento antes de señalar con movimiento del mentón a Giovanni, quien estaba sentado en otro de los sofás.—¿Y qué hay sobre él?—Él es Giovanni Vitale. El hombre que me ha estado ayudando con las investigaciones y alguien en quien confío —respondió Corleone.—Tu mensaje me tomó por sorpresa —dijo Esaú, regresando su atención a él—. Antes solo enviaste mensajes carentes de cualquier información valiosa. Creí que estabas dándome largas. De hecho, estaba considerando la opción de ir de una vez con la prensa.Corleone no reaccion
Caterine dio un suave golpe en la puerta del despacho de Corleone antes de entrar. Él alzó la mirada de sus documentos y le dio una leve sonrisa al verla.—¿No vas a recostarte? —preguntó Caterine.—Iré en un momento.Caterine sabía que no era cierto. En la última semana, él apenas dormía lo necesario. Cada noche se iba a la cama demasiado tarde y se levantaba temprano. Las sombras bajo sus ojos se habían oscurecido, y las líneas de expresión en su rostro parecían haberse marcado más cada día.Sin decir nada más, avanzó hasta él y se coló entre su cuerpo y el escritorio. Se acomodó sobre sus piernas con las piernas a cada lado de las de él y entrelazó los dedos detrás de su nuca.—No me gusta dormir sin ti a mi lado. La cama es demasiado grande y fría para mí sola. Y ni hablemos del sexo… No es que queje de hacerlo al amanecer o cuando me acorralas en algún rincón de la casa…—Eres tú quien suele acorralarme —interrumpió Corleone.—Eso es debatible —dijo—. Como iba diciendo, no me est
Corleone deslizó suavemente su mano por la espalda de Caterine, acariciándola con lentitud. De vez en cuando, le vertía un poco de agua tibia. En aquellos momentos con ella, podía olvidar todo lo demás. No había preocupaciones ni sombras acechantes, solo tranquilidad. Se sentía en paz.Después de haberle confesado sus temores, había pensado que se sentiría débil y avergonzado, pero no fue así. Tal vez porque en los ojos de Caterine no encontró ni lástima ni esa condescendencia que tanto había temido. Solo vio comprensión y eso era reconfortante.—Deberíamos salir —murmuró cuando el agua comenzó a enfriarse—. No quiero que te enfermes.Caterine, con los ojos pesados por el sueño, se incorporó con cierta pereza. Soltó un pequeño bostezo y asintió.—Déjame ayudarte —dijo él.Se puso de pie, de inmediato, y salió primero de la bañera, luego le ofreció la mano para ayudarla a salir. En cuanto estuvo fuera, la envolvió con cuidado en un albornoz y le entregó una toalla para el cabello antes
Caterine pasó un brazo por el de la madre de Corleone mientras avanzaban por la boutique, tratando de ignorar la evidente rigidez en la postura de la mujer.Convencer a Rebeca de salir con ella no había sido tarea fácil. La mujer había puesto excusas, una mejor con otra. Caterine no estaba segura de si, de no ser por la intervención de Corleone, Rebeca habría aceptado finalmente.Eso no significaba que la mujer siquiera hubiera intentado fingir entusiasmo. Durante el viaje hasta allí, se la había pasado en un silencio tenso. Caterine había hecho varios intentos por entablar conversación, pero tras recibir solo respuestas cortantes o monosilábicas, terminó rindiéndose y dejando que la incomodidad se instalara entre ambas. Pero no estaba dispuesta a aceptar que aquello se prolongara por más tiempo.Su actitud comenzaba a resultar agotadora.—Oh, mira ese vestido —dijo con entusiasmo, señalando uno de los modelos expuestos en un maniquí—. ¿No crees que es hermoso?El vestido era de un vi
Un tenso silencio se había instalado en el despacho del padre de Corleone desde el momento en que cruzaron la puerta. La atmósfera era sofocante, cargada de emociones contenidas y miradas afiladas. Esaú, con los puños cerrados y la mandíbula tensa, fulminaba con la mirada al hombre que tenía frente a él. Su enojo era palpable, casi tangible.Corleone se mantenía alerta a cada uno de los movimientos de Esaú. No descartaba la posibilidad de que el hombre perdiera el control en cualquier momento y se lanzara sobre su padre. El cual, en cambio, se mantenía impasible. Sentado tras su escritorio, parecía tan sereno y calculador como siempre. Su postura denotaba autoridad.—Debo suponer que es él quien te habló sobre el caso de la muchacha —comentó su padre, mirándolo antes de darle un sorbo a su whisky—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos —continuó, esta vez con sus ojos puestos sobre Esaú.Esaú dejó escapar una breve risa cargada de ironía.—Me sorprende que me recuer
Corleone estaba sorprendido. No había esperado aquello, pero ¿cómo podría haberlo hecho? Nunca había logrado anticipar con precisión los movimientos de su padre. Ennio Fioravanti era un hombre astuto, calculador y jamás daba un paso en falso. Aunque parte de su éxito en la política se debía a su vínculo con Bernardo, no habría llegado tan lejos si no fuera un hombre inteligente y que se anticipaba los movimientos de sus oponentes.Corleone dejó escapar una breve sonrisa y sacudió la cabeza con incredulidad.—Eres un zorro astuto.Su padre le devolvió la mirada por un instante antes de volver a centrar su atención en Esaú.—Aún hay detalles que necesitan ser investigados —dijo con calma—. Había un límite de cosas que podía indagar antes de que comenzara a levantar sospechas y él se diera cuenta de que era yo quien estaba detrás de todo. No podía arriesgarme a que me descubriera antes de reunir tantas pruebas como fueran posibles. Aun así, esto los guiará en la dirección correcta y les a