!️ ALERTA DE CONTENIDO !️El siguiente capítulo contiene elementos que podrían resultar sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción. La decisión de continuar la lectura queda a criterio del lector. ***El primer golpe de Giovanni impactó de lleno en la mandíbula de Bernardo con una brutalidad que lo hizo tambalearse. El segundo lo mandó al suelo sin piedad. Giovanni no atacó de inmediato después de eso. Se limitó a observar a Bernardo, dándole tiempo para ponerse de pie.Corleone observó la escena sin ninguna emoción.Con pasos vacilantes, Bernardo avanzó hacia su oponente y lanzó un golpe desesperado, pero Giovanni lo esquivó sin esfuerzo. En un movimiento ágil, lo sujetó por los hombros, lo inclinó hacia adelante y le asestó un rodillazo en el estómago.Bernardo retrocedió, soltando quejidos de dolor. Otra vez, Giovanni se quedó quieto, demasiado tranquilo, como un depredador jugando con su presa. Cada vez que Bernardo intentaba golpearlo, Giovanni lo esquivaba con fac
Caterine pasaba una mano distraída por el cabello de Corleone, deslizándola con suavidad entre los mechones oscuros, un poco más largos de lo habitual. La habitación estaba envuelta en un silencio íntimo, solo interrumpido por el sonido de sus respiraciones acompasadas. Corleone tenía la mejilla apoyada en su vientre, hasta hace unos minutos había estado hablándole en susurros a su bebé y aquella escena le había parecido de los más tierna.Desde su regreso del encuentro con Bernardo y Ovidio, Corleone apenas había dicho una palabra. Cuando Caterine le preguntó sobre sus secuestradores, su única respuesta fue que ya no debía preocuparse por ellos. Y ella decidió no presionarlo por más información.—¿Qué te gustaría que fuera? —preguntó de pronto, rompiendo la quietud—. Me refiero a nuestro bebé.Corleone se acomodó ligeramente, girando el rostro hacia ella sin apartarse de su vientre.—No lo sé, no he pensado mucho en eso —confesó él con voz serena—. Pero una niña con tu hermosa sonris
Corleone se despertó de golpe, con la respiración agitada y el cuerpo cubierto de sudor. Su pecho subía y bajaba rápidamente. Giró la cabeza con urgencia, al recordar lo que había soñado. Solo cuando sus ojos encontraron la figura de Caterine dormida a su lado, su corazón empezó a calmarse. Por un instante, el sueño le había parecido demasiado real.Suavemente, se recostó de nuevo y rodeó a Caterine con sus brazos, aferrándose a ella para asegurarse de que realmente estaba ahí y no era otro sueño más. Su calor y su aroma lo anclaron a la tranquilidad que tanto le costaba mantener.La había recuperado, pero el miedo a perderla todavía no se había ido por completo. —¿Está todo bien? —murmuró Caterine de repente, parpadeando con somnolencia.Él suspiró.—Lamento haberte despertado.—Descuida. —Ella sonrió—. Así que... ¿Me piensas decir porque pareces algo agitado?—No fue nada. Estoy bien —susurró, apretándola con un poco más de fuerza—. Ahora lo estoy.—¿Seguro?—Sí, solo tuve una pesa
—Entonces, ¿alguien me piensa decir por qué aún no se han publicado las noticias sobre Bernardo? —preguntó Esaú con impaciencia, cruzándose de brazos—. La última vez que hablamos todos acordamos que no esperaríamos más y luego… nada.Corleone dirigió una mirada a su padre y a Giovanni. Ambos asintieron con discreción.—Entregaremos los informes a la prensa la próxima semana —informó con calma, observando cómo los hombros de Esaú parecían relajarse, aunque su expresión aún era cautelosa.—Por un momento pensé que habían cambiado de opinión… o que Bernardo había encontrado la forma de chantajearlos. No sería nada nuevo, con lo que sucedió en el pasado. —Esaú miró al padre de Corleone al decir eso último.Corleone pasó por alto aquello, no quería iniciar una discusión.—No cambiamos de opinión —dijo—. Aun creemos que la verdad debe salir a la luz. Todo lo que Bernardo y su hijo hicieron debe conocerse —su voz sonaba firme—. Pero en cuanto a las víctimas de Ovidio… sus nombres no serán re
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab