—Entonces, ¿alguien me piensa decir por qué aún no se han publicado las noticias sobre Bernardo? —preguntó Esaú con impaciencia, cruzándose de brazos—. La última vez que hablamos todos acordamos que no esperaríamos más y luego… nada.Corleone dirigió una mirada a su padre y a Giovanni. Ambos asintieron con discreción.—Entregaremos los informes a la prensa la próxima semana —informó con calma, observando cómo los hombros de Esaú parecían relajarse, aunque su expresión aún era cautelosa.—Por un momento pensé que habían cambiado de opinión… o que Bernardo había encontrado la forma de chantajearlos. No sería nada nuevo, con lo que sucedió en el pasado. —Esaú miró al padre de Corleone al decir eso último.Corleone pasó por alto aquello, no quería iniciar una discusión.—No cambiamos de opinión —dijo—. Aun creemos que la verdad debe salir a la luz. Todo lo que Bernardo y su hijo hicieron debe conocerse —su voz sonaba firme—. Pero en cuanto a las víctimas de Ovidio… sus nombres no serán re
Caterine observó el rostro de Bernardo en la pantalla del televisor. Sus ojos fríos le devolvieron la mirada y por un segundo se sintió transportada a aquella pequeña habitación en la que la habían mantenido cautiva. Caterine recordó su sonrisa sádica, mientras le decía lo que iba a hacer con ella. Su padre y Corleone habían llegado antes de que él tuviera oportunidad de cumplir alguna de sus amenazas. —Bernardo Mazza aún no ha dado explicaciones —dijo la presentadora—. La policía tampoco ha brindado información sobre cómo van a proceder.Caterine regresó al presente. No tenía que pensar más en Bernardo u Ovidio, ninguno representaba más un peligro para ella y no iba a dejar que su recuerdo empañara su tranquilidad. Las noticias sobre los negocios sucios de Bernardo habían salido a la luz esa mañana. Todos los noticieros estaban hablando ahora sobre ello. Probablemente era el escándalo del año, considerando la cantidad de lugares en los que Bernardo había tejido su red de corrup
Corleone evaluó los anillos frente a él, buscando uno que representara a Caterine. Quería que ella sonriera cada vez que lo viera.Esa misma mañana, antes de ir al trabajo, había visitado la casa de los padres de Caterine para hablar con ellos. Sabía cuán importante era para ella su familia, y por eso había decidido ir en busca de su bendición antes de pedirle matrimonio. Aunque no necesitaba su aprobación, sí deseaba que formaran parte de ese momento especialMia casi se había echado a llorar de la emoción, mientras que Giovanni lo observó con una mirada larga y calculadora. Al final, el padre de Caterine sonrió.—Tienes nuestra bendición —dijo Giovanni—, aunque no creo que eso sea ninguna garantía. No es a nosotros a quien debes convencer.—No asustes al pobre muchacho —intervino Mia, poniéndose de pie y acercándose a Corleone para darle un abrazo—. ¿Puedo confiar en que cuidarás de ella?—Tan ferozmente como ella cuida de mí.Mia sonrió sin añadir nada más. Luego, para su sorpresa,
Corleone giró la cabeza por un momento para ver a Caterine. Ella había hablado sin parar durante todo el trayecto, pero de repente, el silencio había llenado el espacio. Sonrió al verla dormida. Su habilidad para hablar sin detenerse ni siquiera para respirar seguía sorprendiéndolo. Aunque al principio le resultaba inusual, con el tiempo había llegado a aceptarlo como una de las características que la hacían única. No solo lo aceptaba, lo amaba.Desvió la mirada hacia la autopista, y continuó conduciendo en silencio.El día anterior, habían visitado al ginecólogo para la primera revisión del embarazo de Caterine. Ella había estado en lo cierto. Iban a tener una niña. Corleone se imaginaba cómo, al igual que su madre, lo volvería loco, con sus pequeñas exigencias y travesuras, y lo cierto era que él solo la amaría más por eso.Había aprovechado la visita para preguntarle a la doctora si podían viajar. La mujer lo tranquilizó, asegurándole que no había motivo para no hacerlo. Corleone h
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab