Caterine pasaba una mano distraída por el cabello de Corleone, deslizándola con suavidad entre los mechones oscuros, un poco más largos de lo habitual. La habitación estaba envuelta en un silencio íntimo, solo interrumpido por el sonido de sus respiraciones acompasadas. Corleone tenía la mejilla apoyada en su vientre, hasta hace unos minutos había estado hablándole en susurros a su bebé y aquella escena le había parecido de los más tierna.Desde su regreso del encuentro con Bernardo y Ovidio, Corleone apenas había dicho una palabra. Cuando Caterine le preguntó sobre sus secuestradores, su única respuesta fue que ya no debía preocuparse por ellos. Y ella decidió no presionarlo por más información.—¿Qué te gustaría que fuera? —preguntó de pronto, rompiendo la quietud—. Me refiero a nuestro bebé.Corleone se acomodó ligeramente, girando el rostro hacia ella sin apartarse de su vientre.—No lo sé, no he pensado mucho en eso —confesó él con voz serena—. Pero una niña con tu hermosa sonris
Corleone se despertó de golpe, con la respiración agitada y el cuerpo cubierto de sudor. Su pecho subía y bajaba rápidamente. Giró la cabeza con urgencia, al recordar lo que había soñado. Solo cuando sus ojos encontraron la figura de Caterine dormida a su lado, su corazón empezó a calmarse. Por un instante, el sueño le había parecido demasiado real.Suavemente, se recostó de nuevo y rodeó a Caterine con sus brazos, aferrándose a ella para asegurarse de que realmente estaba ahí y no era otro sueño más. Su calor y su aroma lo anclaron a la tranquilidad que tanto le costaba mantener.La había recuperado, pero el miedo a perderla todavía no se había ido por completo. —¿Está todo bien? —murmuró Caterine de repente, parpadeando con somnolencia.Él suspiró.—Lamento haberte despertado.—Descuida. —Ella sonrió—. Así que... ¿Me piensas decir porque pareces algo agitado?—No fue nada. Estoy bien —susurró, apretándola con un poco más de fuerza—. Ahora lo estoy.—¿Seguro?—Sí, solo tuve una pesa
—Entonces, ¿alguien me piensa decir por qué aún no se han publicado las noticias sobre Bernardo? —preguntó Esaú con impaciencia, cruzándose de brazos—. La última vez que hablamos todos acordamos que no esperaríamos más y luego… nada.Corleone dirigió una mirada a su padre y a Giovanni. Ambos asintieron con discreción.—Entregaremos los informes a la prensa la próxima semana —informó con calma, observando cómo los hombros de Esaú parecían relajarse, aunque su expresión aún era cautelosa.—Por un momento pensé que habían cambiado de opinión… o que Bernardo había encontrado la forma de chantajearlos. No sería nada nuevo, con lo que sucedió en el pasado. —Esaú miró al padre de Corleone al decir eso último.Corleone pasó por alto aquello, no quería iniciar una discusión.—No cambiamos de opinión —dijo—. Aun creemos que la verdad debe salir a la luz. Todo lo que Bernardo y su hijo hicieron debe conocerse —su voz sonaba firme—. Pero en cuanto a las víctimas de Ovidio… sus nombres no serán re
Caterine observó el rostro de Bernardo en la pantalla del televisor. Sus ojos fríos le devolvieron la mirada y por un segundo se sintió transportada a aquella pequeña habitación en la que la habían mantenido cautiva. Caterine recordó su sonrisa sádica, mientras le decía lo que iba a hacer con ella. Su padre y Corleone habían llegado antes de que él tuviera oportunidad de cumplir alguna de sus amenazas. —Bernardo Mazza aún no ha dado explicaciones —dijo la presentadora—. La policía tampoco ha brindado información sobre cómo van a proceder.Caterine regresó al presente. No tenía que pensar más en Bernardo u Ovidio, ninguno representaba más un peligro para ella y no iba a dejar que su recuerdo empañara su tranquilidad. Las noticias sobre los negocios sucios de Bernardo habían salido a la luz esa mañana. Todos los noticieros estaban hablando ahora sobre ello. Probablemente era el escándalo del año, considerando la cantidad de lugares en los que Bernardo había tejido su red de corrup
Corleone evaluó los anillos frente a él, buscando uno que representara a Caterine. Quería que ella sonriera cada vez que lo viera.Esa misma mañana, antes de ir al trabajo, había visitado la casa de los padres de Caterine para hablar con ellos. Sabía cuán importante era para ella su familia, y por eso había decidido ir en busca de su bendición antes de pedirle matrimonio. Aunque no necesitaba su aprobación, sí deseaba que formaran parte de ese momento especialMia casi se había echado a llorar de la emoción, mientras que Giovanni lo observó con una mirada larga y calculadora. Al final, el padre de Caterine sonrió.—Tienes nuestra bendición —dijo Giovanni—, aunque no creo que eso sea ninguna garantía. No es a nosotros a quien debes convencer.—No asustes al pobre muchacho —intervino Mia, poniéndose de pie y acercándose a Corleone para darle un abrazo—. ¿Puedo confiar en que cuidarás de ella?—Tan ferozmente como ella cuida de mí.Mia sonrió sin añadir nada más. Luego, para su sorpresa,
Corleone giró la cabeza por un momento para ver a Caterine. Ella había hablado sin parar durante todo el trayecto, pero de repente, el silencio había llenado el espacio. Sonrió al verla dormida. Su habilidad para hablar sin detenerse ni siquiera para respirar seguía sorprendiéndolo. Aunque al principio le resultaba inusual, con el tiempo había llegado a aceptarlo como una de las características que la hacían única. No solo lo aceptaba, lo amaba.Desvió la mirada hacia la autopista, y continuó conduciendo en silencio.El día anterior, habían visitado al ginecólogo para la primera revisión del embarazo de Caterine. Ella había estado en lo cierto. Iban a tener una niña. Corleone se imaginaba cómo, al igual que su madre, lo volvería loco, con sus pequeñas exigencias y travesuras, y lo cierto era que él solo la amaría más por eso.Había aprovechado la visita para preguntarle a la doctora si podían viajar. La mujer lo tranquilizó, asegurándole que no había motivo para no hacerlo. Corleone h
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p