Marianne sabía que alguien estaba tirando de la manga de su blusa, pero no podía ver quién. Solo avanzaba mientras todo el mundo iba dejando atrás el cementerio para subirse a las oscuras camionetas. Tenía el cerebro embotado, sombrío, confuso. Se subió a un auto, donde la sentaron, y Stela cerró suavemente la puerta.Ella también estaba aturdida y dolida, así que no se dio cuenta de que la ventanilla había quedado un poco abierta y que Marianne todavía podía escucharla cuando se acercó a Reed.—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Stela al médico.—Es mejor si se quedan conmigo… —murmuró Reed—. Tenemos muchos trámites que poner en orden.—¿Trámites? —preguntó Stela confundida y Reed se cruzó de brazos con tristeza.—Gabriel no tenía más familia —le explicó—. En caso de que algo pasara, me designó como el albacea de sus bienes. No era una cosa espectacular pero tampoco era poco, según escuché el gobierno le pagaba millones por la tierra de Mount Rainier, pero su familia jamás quiso vender
Reed sacudió a Stela por los hombros para llamar su atención y luego tiró de ella para sacarla del auto.—¡Oye, tienes que calmarte! ¡Así no vas a lograr nada! —dijo abriendo su departamento y haciéndola entrar.—¡Es que no aparece Reed! ¿Dónde diablos se metió? —se desesperó Stela—. ¡En un momento estaba en la camioneta y en el otro ya no estaba! ¿A dónde se fue?Reed se llevó una mano al puente de la nariz y negó con cansancio. Llevaban toda la noche buscándola y no habían logrado encontrarla por ningún lado.—Quizás… no sé, vamos de nuevo a mi departamento, a la cabaña de Mount Rainier… ¡A algún lado! —exclamó Stela y el médico asintió.—Claro… vamos a donde quieras, pero déjame hacernos un par de cafés porque estoy desorientado, ¿sí?Stela asintió y se sentó por un instante en una de las banquetas del departamento de Reed. Estaba más que preocupada por Marianne, porque sabía lo mucho que estaba sufriendo y no quería que hiciera ninguna locura.Reed estaba apenas poniendo la cafete
Marianne abrió los ojos.Le dolían hasta los pensamientos y apenas podía sentir su cuerpo. Tenía la cabeza pesada como si tuviera una resaca muy grande… o la hubieran golpeado muy fuerte.El mundo era un lugar difuso y lleno de bruma, y a su mente regresó la última imagen que había tenido ante ella: su hermano Astor disparándole en medio del pecho.Intentó incorporarse, pero era demasiado difícil.—No te aconsejo que hagas eso, se supone que todavía no te debes mover.El timbre de aquella voz hizo que Marianne se moviera bruscamente, tratando de retroceder, sin poder evitar el grito de dolor.—¡O muévete! ¡Te va a funcionar muy bien! —se rio Astor viéndola encogerse sobre sí misma en una esquina de la camita.Marianne trató de enfocar la vista y por fin logro distinguirlo. Estaba sentado en una silla a los pies de la cama, con su actitud arrogante y la satisfacción dibujada en el rostro.—¿No estoy…? —balbuceó Marianne.—¿Muerta? —terminó Astor—. Parece que no, pero te aseguro que des
Gabriel abrió los ojos, o al menos creyó que lo hacía, pero era como si tuviera una película oscura sobre ellos. A su lado las voces no cesaban.—¿Todavía crees que va a sobrevivir? —decía una.—Ya pasó una semana, si no se ha muerto hasta ahora, no creo que se muera, pero no esperes que despierte de un día para el otro, después de todo, le lanzaste un maldito misil —decía alguien más.—Pues debió morirse, pero ahí sigue, aferrado a la vida… Bueno, peor para él, porque yo necesito información, y esto no será nada comparado con l…Las voces se perdieron en una distancia llena de ruidos extraños y Gabriel volvió a caer en la inconciencia.No estaba seguro de por cuánto tiempo había estado entrando y saliendo de aquel estado agónico de duermevela. Solo podía sentir que no estaba precisamente entre amigos. Finalmente, un día su cerebro se obligó a reaccionar y abrió lo ojos del todo.Tenía los pensamientos embotados, y paso una mirada perdida alrededor. Aquella pequeña habitación tenía to
—¡No me toquen! ¡No me toquen! ¡No me…! ¡Aaaaaaaahhhhhh!El grito de Marianne resonó en aquel pequeño cuarto y se sacudió, lastimándose incluso con las correas mientras trataba de escapar de ese tacto hostil que eran las manos de las enfermeras.Astor apoyó la espalda en la pared del corredor y esperó a que terminaran con ella, mientras se regodeaba con cada uno de aquellos ataques.Iba a visitarla cada semana, muy temprano en el día, para disfrutar de los gritos de Marianne cuando las enfermeras intentaban limpiarla. Verla amarrada a aquella cama siempre le provocaba un placer especial, una satisfacción enfermiza que él no era capaz de ver, pero que lo hacía salir del hospital psiquiátrico para ir a pagarse una puta y follársela en un hotel barato como si eso fuera el colofón de un día perfecto.Esperó a que las enfermeras retiraran las sábanas llenas de suciedad de la noche, porque ni para ir al baño la soltaban, y los gritos solo fueron pasando media hora después de que Marianne ha
Era el antro más exclusivo de la ciudad, pero Lucio Hamilton no había ido a bailar. Había ido porque uno de los cantineros era amigo suyo y lo había llamado para decirle que Stela estaba borracha como una cuba.—¡Luciiiiiiiii! —gritó Stela abriendo los brazos al verlo llegar.—¡Maldición, Stela, no te hagas esto! —rezongó Lucio.Stela no había tenido ni un solo día de paz desde la muerte de Marianne y cuando no estaba tomando pastillas para dormir, estaba completamente borracha. Ni siquiera había aceptado volver a ver al doctor Reed, y a Lucio le constaba que aquel hombre también la estaba pasando mal.—Vamos, niña, vámonos… —dijo pasando un brazo alrededor de ella para levantarla y la sostuvo mientras se tambaleaba hacia la puerta, pero antes de que la alcanzaran, los dos se detuvieron, petrificados.Lucio tiro de Stela para sacarla del camino y se camuflaron detrás de una esquina para ver pasar a Astor con paso de rey feudal.—¿Y ese qué hace aquí? —murmuró Lucio—. ¿Esa gente no se
Habían pasado tres días desde la revuelta, Lennox estaba cada vez más mal y lo peor era que no aceptaban darle ningún medicamento. Los guardias, incluyendo al Comandante Hopper, que al parecer dirigía aquella prisión clandestina, habían salido a la persecución de fugitivos como si fuera temporada de caza, así que al menos por tres días Gabriel se había ahorrado la tortura.Sin embargo otra cosa peor lo estaba lastimando y era saber que Lennox se le iba a morir en los brazos si no lograban salir de allí.Hacía dos noches que la fiebre no le bajaba, así que cuando le permitieron a Gabriel salir para ir a comer con el resto de los reclusos, no dudo ni un instante en escabullirse hasta la enfermería.Por desgracia su suerte no era la mejor, y al abrir la puerta de la habitación se topó primero de frente con el médico. El codo de Gabriel se dirigió directamente a su nariz para golpearlo y lo dejó aturdido mientras usaba la poca fuerza que le quedaba para pasar el brazo alrededor de su cuel
Lucio se dio cuenta perfectamente de que Stela su hermana se estaba retrasando a propósito, así que se aseguró de acaparar toda la atención del Director del hospital.Apenas los vio doblar la primera esquina, Stela regresó sobre sus pasos y abrió la puerta de aquel cuarto. Olía terrible y era evidente que la muchacha se había orinado encima.—¡Por Dios, ¿qué es esto?! —A Stela se le humedecieron los ojos al verla—. ¡Marianne! ¡Marianne, contéstame por favor…!Pero solo la vio retroceder a pesar de las correas, tratar de apartarse y mirarla como si fuera una completa extraña.A Stela se le hizo un nudo en la garganta, sabía dios con qué la habían drogado o qué le habían hecho como para que ni siquiera la reconociera, pero de lo que sí estaba segura era de que aquello era obra de Astor.Marianne estaba completamente perdida y Stela sabía que quizás ya era demasiado tarde para ayudarla, pero aun así tenia que intentarlo.—¡Marianne…! Por favor, mírame! ¿Sabes quién soy? ¡Stela…! ¡Soy Ste