CAPÍTULO 51. Recuerdos

—¡No me toquen! ¡No me toquen! ¡No me…! ¡Aaaaaaaahhhhhh!

El grito de Marianne resonó en aquel pequeño cuarto y se sacudió, lastimándose incluso con las correas mientras trataba de escapar de ese tacto hostil que eran las manos de las enfermeras.

Astor apoyó la espalda en la pared del corredor y esperó a que terminaran con ella, mientras se regodeaba con cada uno de aquellos ataques.

Iba a visitarla cada semana, muy temprano en el día, para disfrutar de los gritos de Marianne cuando las enfermeras intentaban limpiarla. Verla amarrada a aquella cama siempre le provocaba un placer especial, una satisfacción enfermiza que él no era capaz de ver, pero que lo hacía salir del hospital psiquiátrico para ir a pagarse una puta y follársela en un hotel barato como si eso fuera el colofón de un día perfecto.

Esperó a que las enfermeras retiraran las sábanas llenas de suciedad de la noche, porque ni para ir al baño la soltaban, y los gritos solo fueron pasando media hora después de que Marianne ha
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