CIERRE DE LA SERIE OBSESIONADA, que incluye los libros:Obsesionada, el guardaespaldas de mi prometido. Loc@ por ti. La chica del violín.CINCO AÑOS DESPUÉS—¿Estás nervioso? ¿Del uno al diez? —preguntó Carlo pasando un brazo sobre los hombros de Lucio.—¿Del uno al diez?, preferiría que me hicieran veinte espartanas antes que volver a escucharla gritar —murmuró Lucio nervioso.—¡Oye, está teniendo un bebé! No puedes esperar que no grite —rio Carlo—. ¿No se suponía que después del segundo ya te habías acostumbrado?Lucio negó con vehemencia.—¡Jamás me voy a acostumbrar a esto, solo quiero que ella y el bebé estén bien!Pocos minutos después dos mujeres llegaban corriendo por el pasillo.—¡Llegamos, llegamos! —gritó Marianne entusiasmada—. ¿Ya nació?—Todavía —respondió Lucio abrazándola y luego a su hermana Stela—. Su mamá está con ella y yo me estoy muriendo de los nervios.—¿Quieres un paseíto en helicóptero para que se te quite? —preguntó alguien palmeando su espalda y Lucio sonri
Marianne abrió apenas los ojos, porque el dolor casi no la dejaba recuperar la consciencia. Además de eso, el peso de su pequeño cuerpo, que colgaba de sus muñecas, hacía que no pudiera respirar bien. La espalda de su blusa estaba deshecha y su piel marcada con decenas de latigazos que habían hecho correr la sangre hasta el suelo.—¿Y si la matamos ya? —dijo una voz lejos de ella y extrañamente eso no la asustó. Morirse era mejor a que la siguieran torturando.—Debemos esperar la respuesta del padre. Tiene que entregarnos esos archivos clasificados —respondió otro hombre.—¿Y qué más da si los entrega o no? ¡Ya nos pagaron por matarla! —rezongó el primero.—Sí, pero tiene que ser creíble… —murmuró el otro, y el cerebro de Marianne estaba tan embotado que no lograba comprender lo que querían decir. Después de todo solo tenía doce años y estaba muy herida.De repente algo estalló cerca de ellos. Un humo blanco se levantó y los disparos resonaron por toda la estancia sin que uno solo la
Ocho años despuésMarianne se desperezó mientras se levantaba para bajar a comer. Le dolía el cuerpo, pero eso era normal. El dolor jamás se había ido después de aquella fatídica noche en que había sido secuestrada, pero al menos la ayudaba a sentir que todavía seguía viva.Se vistió para salir y tomó una mochila con sus cosas de dibujo. Abrió su cuaderno y en la primera página repasó con los dedos el rostro de aquel hombre. Era lo primero que veía cada mañana y lo que le daba fuerzas para terminar el día un poco cuerda. Se había cansado de pintarlo, se había cansado de buscarlo, pero jamás lo había encontrado.Aún ahora, ocho años después, parecía que solo él ocupaba sus pensamientos, al punto de casi olvidar que al día siguiente era su cumpleaños. No esperaba nada especial de parte de su familia, su madrastra y sus hermanastros la detestaban, pero al menos su padre era amable con ella.Bajó la escalera y se dirigió a la cocina para comer algo, cuando las voces exaltadas en el despac
Ser la hija ilegítima de Hamilt Grey siempre había sido un estigma en la vida de Marianne, o al menos desde que lo había sabido. Su madre había muerto cuando ella solo tenía once años, y poco después se había aparecido aquel hombre diciendo que era su padre y que la cuidaría. El problema era que Hamilt Grey ya tenía una esposa y dos hijos mayores que ella, que jamás le habían permitido olvidar que había sido producto de la aventura y la traición de su padre. Al día siguiente Marianne salió temprano de la casa, procurando que nadie la viera, se subió a su coche y condujo hasta la universidad, pero estaba tan alterada que no pudo entrar a clases, se sentó en una banca del campus y comenzó a tirar de aquella liga que siempre tenía en una muñeca. Una hora después no sabía ni que existía, pero el grito de su mejor amiga la devolvió a la realidad. —¡Marianne! ¡Deja de hacer eso! —gritó Stela mientras intentaba detenerla, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de tocarla
Marianne sentía que le sudaban las palmas de las manos y se le secaba la garganta. En la puerta su madrastra recibía a todos con su sonrisa falsa de siempre y cuando la muchacha miró a su padre, solo vio una resignada tristeza en sus ojos.¡Lo iba a permitir! ¡Su padre lo iba a permitir!Se dio la vuelta para salir de aquel lugar cuando casi se dio de bruces contra el cuerpo desgarbado de su hermano.—¡No! —le gruñó con fiereza y Astor arrugó el ceño.—«No» ¿qué?—¡No voy a permitir que me cases con nadie! ¡Yo no soy uno de tus artículos de inventario!La mandíbula de Astor se tensó visiblemente al darse cuenta de que Marianne conocía sus planes.—Vamos al despacho, no voy a permitir que hagas escándalos aquí.—No quiero… —Pero en cuanto trató de tomar otro camino vio a Asli cortarle el paso.—Si no quieres que te agarre por un brazo, te dé uno de tus ataques de ansiedad y te desmayes, te sugiero que camines hasta el despacho o te juro que te llevo a rastras —siseó Astor con furia bie
Gabriel Cross puso los ojos en blanco detrás de los lentes deportivos oscuros y suspiró con fastidio cuando escuchó aquella orden: «Tráela», como si fuera un sabueso de presa. Metió la mano en sus pantalones y le pasó su celular a Benjamín.—Su teléfono —siseó y el idiota se encogió de hombros.—¿Y yo cómo voy a saber su teléfono? —rezongó.—Pues a menos que me des algo que rastrear, no soy psíquico —le gruñó Gabriel—. Y solo les huelo las bragas a las mujeres que me tiro. ¿Entendido?Benjamín hizo un gesto de impotencia, le estaban imponiendo el cochino compromiso y lo odiaba. Odiaba a su padre y más a su guardaespaldas, a su nueva prometida y a todos, pero por desgracia si quería seguir viviendo sin trabajar, tenía que aceptar la estrategia publicitaria que era un matrimonio.Antes de que pudiera contestar, Astor tomó el celular y grabó el número de Marianne. Gabriel les dio la espalda y salió del salón mientras Astor achicaba los ojos.—¿Cómo dejas que tu guardaespaldas te trate as
Sus rodillas se aflojaron y el mundo comenzó a darle vueltas, pero en cuanto él hizo un ademán de sostenerla, el instinto de Marianne la llevó a pegar la espalda a la pared y cerrar los ojos con un gesto brusco.—¡Por favor no me toques…! ¡No me toques…! —suplicó porque no quería tener con él esa reacción horrible que ocurría cada vez que alguien la tocaba.—¡Oye, oye! ¡¿Sí sabes que el malo es ese, verdad?! —gruñó Gabriel señalando al hombre desmayado en el suelo—. ¿No se nota que acabo de salvar tu ilustre trasero de princesa consentida?Marianne abrió los ojos y se quedó mirándolo estupefacta. Parecía molesto y frustrado, y ella solo bajó las manos, llevándolas a su pecho.Marianne sentía que no podía respirar, como si su pecho se hubiera llenado demasiado de aire y no pudiera sacarlo. ¡Era él! ¡El hombre que la había salvado estaba frente a ella! ¡Era él! Pero cuando lo vio inclinarse y decirle aquellas palabras que parecían tan simples: «Tranquila, chiquilla, ya estás a salvo…»,
Marianne sonrió. Él no podía entenderlo porque no la recordaba, pero para ella, que había pasado tanto tiempo pensando en él, era imposible no estar feliz solo por el simple hecho de tenerlo delante.—Sé sincera conmigo… ¿qué tan loca estás? —preguntó Gabriel mirándola por encima de los lentes oscuros y ella solo sonrió con picardía.Era exactamente como lo recordaba, aunque con la barba más tupida y pequeñas arrugas de preocupación en la frente. Estaba a punto de bajar la vista y observar el resto de aquella mole que era su cuerpo, cuando él frenó de golpe.Marianne miró alrededor, ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaban en la casa, y su cuerpo volvió a tensarse.Gabriel le abrió la puerta y tuvo buen cuidado de escoltarla por la parte trasera de la casa, porque estaba casi seguro de que iba a terminar haciendo un escándalo.—¡Te dije que no quería venir! —le gruño ella.«Cuatripolar», pensó él antes de señalarle violentamente a la puerta.—¡Entra o te cargo adentro! ¡Tú e