"Quédate". Era una palabra simple que ni siquiera llevaba esfuerzo, pero Lucio ni siquiera había podido pronunciarla. Mientras estaba sentado en aquella butaca de su palco especial en el teatro, presenciando el último concierto de Maya, su corazón y su mente libraban una batalla muy difícil. Los dos querían exactamente lo mismo, pero no estaba seguro de que para Maya fuera igual. Trató de concentrarse en la música, pero no podía sacar a Maya de su mente. Ella tocaba tan bien, con tanta maestría y pasión, que era imposible no sentirse cautivado por cada nota que salía de sus dedos. A medida que el concierto avanzaba, Lucio se dio cuenta de que el corazón con que había iniciado aquella aventura había cambiado mucho en siete semanas. Sabía que aquella no sería la última vez que vería a Maya, probablemente ella lo esperaría en alguno de sus conciertos, pero estaba seguro de que no le pediría que formalizaran su relación. Ninguno de los dos lo haría. Después de todo, ella era un genio de
Paris era indudablemente la ciudad del amor, pero aquel espíritu de romance solo había logrado que Maya sintiera una nostalgia infinita por Lucio. Era imposible no pensar en él en cada rincón, en cada esquina, en cada momento… y era aún más difícil no extrañarlo.El concierto de aquella noche no fue una excepción. El auditorio estaba lleno de gente, todos los asientos ocupados por expectantes admiradores que ansiaban ver a la famosa violinista italiana. Desde su posición en el camerino, Maya podía escuchar los gritos y aplausos que la recibirían al salir al escenario, pero no se sentía con ánimos para tocar. Su corazón estaba demasiado lejos de allí.Cuando salió al escenario, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran, pero igualmente dio todo de ella para hacer de aquel concierto tan único como todos los demás. El público se puso de pie para ovacionarla cuando terminó, y después de agradecer y saludar, Maya se retiró a su camerino.—Señorita Di Sávallo, hay un admirador que quiere
Pocos meses después.Lucio se había despertado más emocionado que nunca, Maya debía llegar en un par de días de su último destino en la gira de la Filarmónica. Tendría dos meses de vacaciones antes de asentarse en Viena durante todo un año, así que Lucio estaba en las nubes.Los últimos meses habían estado muy movidos. Él se aseguraba de estar en la mayoría de sus conciertos, y Maya viajaba a Ginebra cada vez que podía para estar algunos días con él.Lucio se había perdido su último concierto, pero era por una buena causa, y era que estaba preparándose para cuando ella llegara.Ahora eran muchos más en la ciudad. Su hermana Stela había llegado con su novio, Marianne y Gabriel también estaban de regreso en la ciudad con su bebé, así que la vida se había vuelto todavía más emocionante. La casa era un tránsito constante de amigos y eso era una alegría para él. Sin embargo, nada se comparaba con la felicidad de tener a Maya a su lado.Miró aquel estudio de grabación que había mandado a co
CIERRE DE LA SERIE OBSESIONADA, que incluye los libros:Obsesionada, el guardaespaldas de mi prometido. Loc@ por ti. La chica del violín.CINCO AÑOS DESPUÉS—¿Estás nervioso? ¿Del uno al diez? —preguntó Carlo pasando un brazo sobre los hombros de Lucio.—¿Del uno al diez?, preferiría que me hicieran veinte espartanas antes que volver a escucharla gritar —murmuró Lucio nervioso.—¡Oye, está teniendo un bebé! No puedes esperar que no grite —rio Carlo—. ¿No se suponía que después del segundo ya te habías acostumbrado?Lucio negó con vehemencia.—¡Jamás me voy a acostumbrar a esto, solo quiero que ella y el bebé estén bien!Pocos minutos después dos mujeres llegaban corriendo por el pasillo.—¡Llegamos, llegamos! —gritó Marianne entusiasmada—. ¿Ya nació?—Todavía —respondió Lucio abrazándola y luego a su hermana Stela—. Su mamá está con ella y yo me estoy muriendo de los nervios.—¿Quieres un paseíto en helicóptero para que se te quite? —preguntó alguien palmeando su espalda y Lucio sonri
Marianne abrió apenas los ojos, porque el dolor casi no la dejaba recuperar la consciencia. Además de eso, el peso de su pequeño cuerpo, que colgaba de sus muñecas, hacía que no pudiera respirar bien. La espalda de su blusa estaba deshecha y su piel marcada con decenas de latigazos que habían hecho correr la sangre hasta el suelo.—¿Y si la matamos ya? —dijo una voz lejos de ella y extrañamente eso no la asustó. Morirse era mejor a que la siguieran torturando.—Debemos esperar la respuesta del padre. Tiene que entregarnos esos archivos clasificados —respondió otro hombre.—¿Y qué más da si los entrega o no? ¡Ya nos pagaron por matarla! —rezongó el primero.—Sí, pero tiene que ser creíble… —murmuró el otro, y el cerebro de Marianne estaba tan embotado que no lograba comprender lo que querían decir. Después de todo solo tenía doce años y estaba muy herida.De repente algo estalló cerca de ellos. Un humo blanco se levantó y los disparos resonaron por toda la estancia sin que uno solo la
Ocho años despuésMarianne se desperezó mientras se levantaba para bajar a comer. Le dolía el cuerpo, pero eso era normal. El dolor jamás se había ido después de aquella fatídica noche en que había sido secuestrada, pero al menos la ayudaba a sentir que todavía seguía viva.Se vistió para salir y tomó una mochila con sus cosas de dibujo. Abrió su cuaderno y en la primera página repasó con los dedos el rostro de aquel hombre. Era lo primero que veía cada mañana y lo que le daba fuerzas para terminar el día un poco cuerda. Se había cansado de pintarlo, se había cansado de buscarlo, pero jamás lo había encontrado.Aún ahora, ocho años después, parecía que solo él ocupaba sus pensamientos, al punto de casi olvidar que al día siguiente era su cumpleaños. No esperaba nada especial de parte de su familia, su madrastra y sus hermanastros la detestaban, pero al menos su padre era amable con ella.Bajó la escalera y se dirigió a la cocina para comer algo, cuando las voces exaltadas en el despac
Ser la hija ilegítima de Hamilt Grey siempre había sido un estigma en la vida de Marianne, o al menos desde que lo había sabido. Su madre había muerto cuando ella solo tenía once años, y poco después se había aparecido aquel hombre diciendo que era su padre y que la cuidaría. El problema era que Hamilt Grey ya tenía una esposa y dos hijos mayores que ella, que jamás le habían permitido olvidar que había sido producto de la aventura y la traición de su padre. Al día siguiente Marianne salió temprano de la casa, procurando que nadie la viera, se subió a su coche y condujo hasta la universidad, pero estaba tan alterada que no pudo entrar a clases, se sentó en una banca del campus y comenzó a tirar de aquella liga que siempre tenía en una muñeca. Una hora después no sabía ni que existía, pero el grito de su mejor amiga la devolvió a la realidad. —¡Marianne! ¡Deja de hacer eso! —gritó Stela mientras intentaba detenerla, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de tocarla
Marianne sentía que le sudaban las palmas de las manos y se le secaba la garganta. En la puerta su madrastra recibía a todos con su sonrisa falsa de siempre y cuando la muchacha miró a su padre, solo vio una resignada tristeza en sus ojos.¡Lo iba a permitir! ¡Su padre lo iba a permitir!Se dio la vuelta para salir de aquel lugar cuando casi se dio de bruces contra el cuerpo desgarbado de su hermano.—¡No! —le gruñó con fiereza y Astor arrugó el ceño.—«No» ¿qué?—¡No voy a permitir que me cases con nadie! ¡Yo no soy uno de tus artículos de inventario!La mandíbula de Astor se tensó visiblemente al darse cuenta de que Marianne conocía sus planes.—Vamos al despacho, no voy a permitir que hagas escándalos aquí.—No quiero… —Pero en cuanto trató de tomar otro camino vio a Asli cortarle el paso.—Si no quieres que te agarre por un brazo, te dé uno de tus ataques de ansiedad y te desmayes, te sugiero que camines hasta el despacho o te juro que te llevo a rastras —siseó Astor con furia bie