CAPÍTULO 2. Una fiesta de compromiso

Ser la hija ilegítima de Hamilt Grey siempre había sido un estigma en la vida de Marianne, o al menos desde que lo había sabido. Su madre había muerto cuando ella solo tenía once años, y poco después se había aparecido aquel hombre diciendo que era su padre y que la cuidaría.

El problema era que Hamilt Grey ya tenía una esposa y dos hijos mayores que ella, que jamás le habían permitido olvidar que había sido producto de la aventura y la traición de su padre.

Al día siguiente Marianne salió temprano de la casa, procurando que nadie la viera, se subió a su coche y condujo hasta la universidad, pero estaba tan alterada que no pudo entrar a clases, se sentó en una banca del campus y comenzó a tirar de aquella liga que siempre tenía en una muñeca. Una hora después no sabía ni que existía, pero el grito de su mejor amiga la devolvió a la realidad.

—¡Marianne! ¡Deja de hacer eso! —gritó Stela mientras intentaba detenerla, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de tocarla y recordó que a Marianne no toleraba que nadie la tocara—. Por favor deja de hacer eso, cariño, te estás lastimando.

Marianne se miró la muñeca y se dio cuenta de que la liga le había trozado la piel hasta sacarle sangre. Era extraño, pero eso la relajaba, ni siquiera lo sentía.

—Vamos, vamos… —Stela sacó su cuaderno y le dio un carboncillo porque sabía que eso la calmaba—. Dibuja un poco.

Marianne apretó los labios y se puso a dibujar lo único que la tranquilizaba: a él, el hombre que la había salvado.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Stela sentándose frente a ella.

—Mi hermanastro dice que soy una inútil, me quiere casar con un tipo ahí para conseguir un contrato porque según él es eso o quebramos —dijo Marianne.

—¡Pues a la verg@! ¡Que quiebren! ¡Pero tú no te casas con nadie! —se rio Stela.

—Creo que si no me caso me va a echar de la casa —dijo Marianne.

—¡Pues mejor! No es como que te falten lugares donde quedarte y tu hermano ya me tiene hasta los huevos por despreciarte.

—Tú no tienes huevos, Stela.

—¿Ah, no? ¡Pues que venga y me los toque para que vea que pesan más que los suyos! ¿Por qué no casa a la sinvergüenza de tu hermana? ¡Total, si esa ya le ha dado las nalgas hasta al portero! —gruñó Stela con molestia.

—Asli trabaja en la empresa, la inútil soy yo —repitió Marianne y su amiga apretó los labios.

—Escúchame muy bien, Marianne. Puedes venir conmigo cuando quieras, lo sabes bien. Mi familia tiene mucho dinero, y estamos por graduarnos, pagarte nos meses de la carrera no es nada para mí, pero no voy a permitir que obliguen a hacer algo que no quieres. ¿Entendido? ¡Es más! ¿Sabes qué? ¡Te vienes conmigo! ¡Mi hermano  Lucifer...!

—Se llama Lucio, tarada —rio Marianne.

—Igual es el diablo. Lucio tiene un apartamento en el centro que no usa desde hace años, y yo tengo la llave. ¡Ve a tu casa, busca lo que necesites, y hoy mismo te vienes conmigo!

Marianne levantó la vista y sus ojos se humedecieron.

—Te estoy abrazando mucho —le dijo porque si bien no podía hacerlo, sí podía decirlo.

—Yo también te estoy abrazando mucho, amiga. Te quiero —respondió Stela y miró al dibujo—. ¡Si solo pudiéramos encontrar a este estúpido! —gruñó porque sabía que aquel hombre había sido la obsesión de Marianne durante los últimos ocho años.

—No se puede. Sabes cuántas cartas he mandado, cuánto he suplicado… pero no pueden decirme —susurró Marianne con tristeza—. La identidad de los miembros de las Fuerzas Especiales es secreta. ¡Jamás me lo dirán! ¡Maldición! —gritó emborronando aquel rostro con el carboncillo y llorando sobre el dibujo—. ¡Jamás me lo dirán! ¿¡Qué mierd@ se supone que tengo que hacer!? ¿Enlistarme para encontrarlo?

Stela no sabía qué decirle, pero definitivamente no tenía una solución para eso. Marianne no fue capaz de entrar a clases en todo el día y su amiga se quedó acompañándola. Sin embargo apenas llegó a su casa, supo que todo iba a ponerse mucho peor.

—¿Qué…? ¿Qué es esto…? —murmuró viendo que el salón principal de la casa estaba perfectamente adornado.

—Tenemos una recepción —declaró sin mirarla Griselda, su madrastra—. Ve a cambiarte que los invitados están a punto de llegar.

—¿Una recepción? —Marianne arrugó el ceño—. ¿¡Una recepción con quién!?

Griselda no era de las que se molestaba en esconder el odio que sentía por ella, así que solo se le quedó mirando como si fuera una cucaracha a la que quisiera matar lo más pronto posible.

—De los socios de tu padre. Ve a cambiarte, todo el mundo tiene que estar en la cena —sentenció.

Marianne se fue a su habitación lanzando un gruñido de impotencia y se detuvo al ver el vestido que había sobre su cama. ¡Era nuevo! ¡Y eso era muy malo!

Marianne siempre había heredado lo que Asli no quería. Por más dinero que tuviera su padre, Griselda siempre lo convencía de que era estúpido gastar dinero de más si las chicas podían compartir la ropa, aunque realmente aquel «compartir» más bien eran las sobras de Asli.

¡Pero aquel vestido era completamente nuevo y para ella!

¿Recepción, cena? ¡Nada de eso! Cuando Marianne vio llegar más de cien personas, ya sabía lo que se estaba cociendo. Y en cuanto vio aparecer al Ministro de Defensa, supo que Astor ya la había vendido por ese contrato. ¡Ni siquiera iban a preguntarle! ¡Iban a casarla sin importarles su opinión!  

¡Aquello no era una recepción! ¡Era su maldit@ fiesta de compromiso!

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo