Gabriel golpeó el volante y suspiró mirando hacia la puerta del hotel por donde ella había desaparecido. Solo era una chiquilla, malcriada, sí, pero seguía siendo una chiquilla y él era un hombre adulto, hecho y derecho, que le sacaba al menos doce años y que al parecer había aprendido a lidiar con cualquier frustración menos con aquella.Se bajó del auto y subió hasta el décimo piso, donde estaban las habitaciones. Ya sabía que la loca estaría en el cuarto 1005, pero antes de que pudiera tocar a la puerta y hacer cualquier intento por disculparse, la oyó increpar furiosamente a Benjamín.—¡Pues si esta es mi habitación y no la tuya, entonces no entiendo qué haces aquí!—Solo vine a traerte los vestidos de esta noche —decía Benjamín con un tono que ya Gabriel le conocía muy bien, el que usaba cuando quería empezar por las buenas con alguna mujer para luego acabar siendo el mismo hijo de put@ de siempre—. Me encantaría saber cuál vas a elegir, y si pudiera vértelo puesto pues… mejor.G
Marianne pasó saliva y al guardaespaldas no le pasó desapercibido que estaba casi sudando frío.—No te voy a tocar —advirtió él apoyando la rodilla izquierda en el suelo a la altura de una pantorrilla de la chica y el pie derecho al otro lado de su cuerpo—. Solo voy a tocar el vestido, ¿de acuerdo? —Agarró los vuelos, hizo un doblez en el borde del tubito de tela y metió la navaja. El primer tirón cortó veinte centímetros, Gabriel agarró cada una de las puntas y bajó la otra rodilla para apoyarse mejor—. Tú me dices hasta dónde, mocosa…Tiró con fuerza y el sonido de tela rasgándose hizo que Marianne ahogara un grito. No sirvió de mucho, solo para sobresaltarle la concentración al guardaespaldas y hacerlo tirar con más fuerza de la que había planeado.—¡Mierd@! —gruñó cuando vio que el desgarrón se le había ido un poco por encima de la rodilla y en un segundo el uno noventa de Gabriel Cross se convirtió en un uno noventa pálido como la muerte.Estaba en el suelo, con las rodillas a ca
Gabriel Cross respiró profundamente. Estaba acostumbrado a la guerra, pero al menos ahí sabía quién era el enemigo y qué hacer cuando lo tenía en frente.Aquellas puñaladas familiares eran algo nuevo y desagradable para él, pero el único modo de evitarlas era saber de dónde vendrían.La familia Grey le había causado una desagradable impresión desde el inicio, tanto o más que Benjamín y el Ministro Moore. Los matrimonios por conveniencia no eran problema suyo pero era obvio que Marianne era el elemento descartable de los Grey, incluso para su propio padre.Se alejó de aquel corredor y volvió al salón, al menos ahora sabía dos cosas: la primera, era que Marianne definitivamente tenía un problema serio con el hecho de que la tocaran. Y al segunda, era que por más que le molestara la mocosa, prefería su neurótica sinceridad a la falsedad de toda aquella gente que la rodeaba, al menos la loca disparaba de frente.Quizás por eso esa noche, cuando les tocó retirarse, estacionó la camioneta j
A él no le importaba la loca, podíamos empezar por ahí, sin embargo la velocidad que de repente había adquirido aquella camioneta al dirigirse hacia la mansión Grey, desmentía eso completamente.La única satisfacción que le quedaba era que los Grey debían estarse tirando de los pelos con el Ministro por haber dejado a Marianne.Estacionó en la entrada y solo tuvo que mostrarle su identificación al guardia de seguridad para que lo dejara pasar. Entró en aquella casa como si fuera un huracán.—¿Dónde está la loc…? —respiró profundo y negó—. Marianne, ¿dónde está Marianne? —le preguntó a la mujer que le abrió la puerta, pero ella solo negó con indiferencia.—No tengo idea…—Su habitación —gruñó el guardaespaldas y subió la escalera de dos en dos después de escuchar las instrucciones de la mujer.Al parecer el personal había aprendido bien de los dueños de la casa, porque no les importaba la chica en lo más mínimo. Gabriel empujó la puerta sin miramientos y a buscó por toda la habitación,
«¿Y tú no estas muy mocosa para conocer Cincuenta sombras de Grey?», pensó Gabriel, pero ciertamente no iba a ponerse a conversar con ella sobre algo como eso.Aseguró las puertas del departamento, compro comida y respondió como mucho a cinco de las trescientas preguntas que Marianne intentó hacerle.—Eres una criatura muy hostil. ¿Qué te costará decirme cuál es tu comida favorita? —siseó Marianne sacándole la lengua y lanzándole una almohada cuando se aburrió de intentar mantener una conversación—. Solo estoy tratando de que seamos amigos.—Es que yo no quiero ser tu amigo. Soy el guardaespaldas de tu prometido, y si ni así me respetas, no quiero ni imaginarme lo que harías si me agradaras siquiera —rezongó él y solo para molestarlo ella apagó el televisor y la luz de la sala.—Entonces lárgate a dormir, guardaespaldas, que mañana tengo clases y no pienso faltar.Gabriel protestó diez veces antes de abrir la puerta de la habitación. Era tan común como otra cualquiera. Revisó alrededo
Si a Gabriel alguien lo hubiera golpeado en pleno rostro, probablemente le hubiera dolido menos que aquellas palabras.—¡Yo no le hice nada! —gruñó molesto, mientras salía del salón y apuraba el paso detrás de Marianne hasta que los dos llegaron a la camioneta.Le abrió la puerta del copiloto y la muchacha no dijo otra palabra mientras se metían en el tráfico de vuelta al departamento. Sin embargo aquella sensación de inquietud no dejaba tranquilo al guardaespaldas, así que cuando entró al estacionamiento del edificio, pasó el seguro a las puertas para que ella no saliera.—¿Por qué no te gusta que te toquen? —la interrogó directamente y ella arrugó el ceño—. Si tú puedes preguntar lo que quieras, yo también. ¿Por qué no te gusta que te toquen?Marianne apretó los labios.—Es una decisión personal —respondió.—¡Una decisión personal es golpear a alguien si te toca! —replicó él—. Pero desmayarte si alguien te toca no es una decisión, es una reacción involuntaria y puede afectar… —Gabri
Los celos que le provocaban sus compañeras de clase eran una cosa, porque esas calenturientas no lo conocían. Sin embargo el hecho de que hubiera otra mujer en la vida de Gabriel Cross era, lamentablemente, algo que a Marianne no le había pasado por la cabeza.Stela le había dicho más de una vez y con amabilidad que su obsesión por él era insana. Y quizás sí, quizás estuviera obsesionada, pero no estaba lo suficientemente loca como para no entender que no tenía derecho a sentir celos de una relación seria que aquel hombre tuviera.Dio el primer paso atrás cuando vio a la mujer colgarse de su cuello, y eso solo fue un doloroso recordatorio de algo que ella jamás podría hacer: tocarlo, abrazarlo…Dio el segundo cuando la escuchó reclamarle por no visitarla. No era una chica cualquiera a la que le gustara, era una chica con la que convivía, una chica de su vida, una en la que él se negaba a dejarla entrar.Pero cuando vio que aquella mujer y Gabriel se besaban, esas esperanzas que estúpi
Gabriel entró al departamento como si fuera un huracán, y arrinconó a Marianne en la pequeña cocina, mirándola de arriba abajo.—¿Dónde te lastimaste? —preguntó dando la vuelta a su alrededor, pero ella negó.—En ningún lado…Gabriel arrugó el ceño, lleno de preocupación.—No te voy a tocar, mocosa, solo dime… solo dime dónde te lastimaste.Ella negó de nuevo, pero él pudo ver que se lo estaba ocultando. Le mostró el rastro de sangre que tenía en los dedos todavía y la increpó con impaciencia.—Había sangre en el asiento del coche, sé que es tuya. No vuelvas a mentirme. ¡Enséñame dónde te lastimaste! —La vio agachar la cabeza y retroceder con algo que parecía vergüenza, pero antes de que pudiera escaparse, Gabriel se acercó a ella bruscamente y Marianne pegó la espalda a la pared mientras dejaba de respirar.Lo tenía a menos de diez centímetros, así que no podía moverse sin tocarlo. Podía sentir su respiración pesada y ver la forma en que cada músculo de su pecho se tensaba, y por pri