A él no le importaba la loca, podíamos empezar por ahí, sin embargo la velocidad que de repente había adquirido aquella camioneta al dirigirse hacia la mansión Grey, desmentía eso completamente.La única satisfacción que le quedaba era que los Grey debían estarse tirando de los pelos con el Ministro por haber dejado a Marianne.Estacionó en la entrada y solo tuvo que mostrarle su identificación al guardia de seguridad para que lo dejara pasar. Entró en aquella casa como si fuera un huracán.—¿Dónde está la loc…? —respiró profundo y negó—. Marianne, ¿dónde está Marianne? —le preguntó a la mujer que le abrió la puerta, pero ella solo negó con indiferencia.—No tengo idea…—Su habitación —gruñó el guardaespaldas y subió la escalera de dos en dos después de escuchar las instrucciones de la mujer.Al parecer el personal había aprendido bien de los dueños de la casa, porque no les importaba la chica en lo más mínimo. Gabriel empujó la puerta sin miramientos y a buscó por toda la habitación,
«¿Y tú no estas muy mocosa para conocer Cincuenta sombras de Grey?», pensó Gabriel, pero ciertamente no iba a ponerse a conversar con ella sobre algo como eso.Aseguró las puertas del departamento, compro comida y respondió como mucho a cinco de las trescientas preguntas que Marianne intentó hacerle.—Eres una criatura muy hostil. ¿Qué te costará decirme cuál es tu comida favorita? —siseó Marianne sacándole la lengua y lanzándole una almohada cuando se aburrió de intentar mantener una conversación—. Solo estoy tratando de que seamos amigos.—Es que yo no quiero ser tu amigo. Soy el guardaespaldas de tu prometido, y si ni así me respetas, no quiero ni imaginarme lo que harías si me agradaras siquiera —rezongó él y solo para molestarlo ella apagó el televisor y la luz de la sala.—Entonces lárgate a dormir, guardaespaldas, que mañana tengo clases y no pienso faltar.Gabriel protestó diez veces antes de abrir la puerta de la habitación. Era tan común como otra cualquiera. Revisó alrededo
Si a Gabriel alguien lo hubiera golpeado en pleno rostro, probablemente le hubiera dolido menos que aquellas palabras.—¡Yo no le hice nada! —gruñó molesto, mientras salía del salón y apuraba el paso detrás de Marianne hasta que los dos llegaron a la camioneta.Le abrió la puerta del copiloto y la muchacha no dijo otra palabra mientras se metían en el tráfico de vuelta al departamento. Sin embargo aquella sensación de inquietud no dejaba tranquilo al guardaespaldas, así que cuando entró al estacionamiento del edificio, pasó el seguro a las puertas para que ella no saliera.—¿Por qué no te gusta que te toquen? —la interrogó directamente y ella arrugó el ceño—. Si tú puedes preguntar lo que quieras, yo también. ¿Por qué no te gusta que te toquen?Marianne apretó los labios.—Es una decisión personal —respondió.—¡Una decisión personal es golpear a alguien si te toca! —replicó él—. Pero desmayarte si alguien te toca no es una decisión, es una reacción involuntaria y puede afectar… —Gabri
Los celos que le provocaban sus compañeras de clase eran una cosa, porque esas calenturientas no lo conocían. Sin embargo el hecho de que hubiera otra mujer en la vida de Gabriel Cross era, lamentablemente, algo que a Marianne no le había pasado por la cabeza.Stela le había dicho más de una vez y con amabilidad que su obsesión por él era insana. Y quizás sí, quizás estuviera obsesionada, pero no estaba lo suficientemente loca como para no entender que no tenía derecho a sentir celos de una relación seria que aquel hombre tuviera.Dio el primer paso atrás cuando vio a la mujer colgarse de su cuello, y eso solo fue un doloroso recordatorio de algo que ella jamás podría hacer: tocarlo, abrazarlo…Dio el segundo cuando la escuchó reclamarle por no visitarla. No era una chica cualquiera a la que le gustara, era una chica con la que convivía, una chica de su vida, una en la que él se negaba a dejarla entrar.Pero cuando vio que aquella mujer y Gabriel se besaban, esas esperanzas que estúpi
Gabriel entró al departamento como si fuera un huracán, y arrinconó a Marianne en la pequeña cocina, mirándola de arriba abajo.—¿Dónde te lastimaste? —preguntó dando la vuelta a su alrededor, pero ella negó.—En ningún lado…Gabriel arrugó el ceño, lleno de preocupación.—No te voy a tocar, mocosa, solo dime… solo dime dónde te lastimaste.Ella negó de nuevo, pero él pudo ver que se lo estaba ocultando. Le mostró el rastro de sangre que tenía en los dedos todavía y la increpó con impaciencia.—Había sangre en el asiento del coche, sé que es tuya. No vuelvas a mentirme. ¡Enséñame dónde te lastimaste! —La vio agachar la cabeza y retroceder con algo que parecía vergüenza, pero antes de que pudiera escaparse, Gabriel se acercó a ella bruscamente y Marianne pegó la espalda a la pared mientras dejaba de respirar.Lo tenía a menos de diez centímetros, así que no podía moverse sin tocarlo. Podía sentir su respiración pesada y ver la forma en que cada músculo de su pecho se tensaba, y por pri
Marianne respiró profundamente, antes de salir de la habitación al día siguiente, pero en cuanto lo hizo, se arrepintió de no haber salido antes. Había escuchado a Gabriel andar por el departamento hasta bien entrada la madrugada, y ahora estaba a allí, con medio cuerpo fuera del sofá y la otra mitad intentando no caerse. Tenía puesto un pantalón largo de algodón, un antebrazo cubriéndose los ojos y… ¡nada para arriba. Sin camisa… ¡Jesús!Marianne pasó saliva, fijándose en los tatuajes que iban desde su pecho hasta su abdomen. Parecía que los habían hecho expresamente para seguir las líneas de sus músculos y resaltarlos. Era hermoso, más de lo que se había imaginado, más sexy de lo que había imaginado, él era más… ¡todo!Alargó la mano inconscientemente. Quería tocarlo. Sabía que no debía. Pero poder y querer por desgracia no iban de la mano. Sus dedos se detuvieron a un par de centímetros de su piel y terminó cerrando la mano con tristeza. No podía hacerlo, no después de lo que recié
Un nudo en la garganta era poco, para un hombre que imaginaba todo lo que significaban aquellas marcas.—¡No es nada, te dije! —insistió Marianne alejándose y usando la misma tela para presionarla contra el corte—. Tuve un accidente cuando era niña, solo son viejas cicatrices.Gabriel arrugo el ceño, pero la verdad era que ya no le creía ni una sola palabra sobre eso.—Marianne…—¡Quiero irme! —dijo ella nerviosa—. La gente está viniendo… Por favor vámonos.El guardaespaldas apretó los puños y gruñó con frustración, pero finalmente se acercó a la primera patrulla de policía que llegó y le mostró su identificación. Cinco minutos después subían a otra patrulla y esta los dejaba en su mismo edificio.—Envíame la foto de la matrícula —le pidió Gabriel apenas entraron al departamento—. Y súbete en la encimera. —Y eso sí no era una petición. La vio dudar y abrir la boca para protestar, así que la atajó—. Te subes o te subo, tú eliges.Marianne pasó saliva, nerviosa, pero terminó apoyando la
«¿Por qué no te golpeas con algún objeto contundente, de preferencia metálico y pesado para que te duela??» le gruñó su subconsciente.Ella le estaba ofreciendo una salida, una que quería… ¿entonces por que simplemente no la tomaba? Se echó más agua fría en la cara, como si con la ducha que se acababa de dar no le hubiera alcanzado, y salió del baño para encontrársela pintando furiosamente sobre un lienzo.El silencio era tan perfecto que solo se escuchaba el sonido húmedo de la brocha llenando de un negro intenso el lienzo blanco. Gabriel apoyó la espalda en la pared y se quedó mirándola.Ahora que podía dejarla… ¿cómo?Ahora entendía que la cara de cachorrita perdida de la que se había burlado era una triste realidad. Recordó su rebeldía y su locura, si solo hubiera conocido eso, Gabriel no habría dudado en irse. Pero también recordaba lo demás: sus miedos, sus gritos, sus lágrimas… y para acabar aquellos cortes…Cerró los ojos con rabia y apretó los dientes. Sabía que algo había pa