Definitivamente se había vuelto loco. Pero ¿cuál era la alternativa? En aquel momento no sabía si tenía emociones, sentimientos o terrores, pero lo que sí era seguro era de que la conversación cuando aquella chiquilla abriera los ojos sería delicada.La cubrió con una de las mantas que había sobre el sofá y dio gracias porque la alfombra estuviera agradable, porque ya era de madrugada cuando por fin se le cerraron los ojos y ella todavía no despertaba.Sin embargo al día siguiente cuando el sonido de la ducha lo despertó, se sobresaltó dándose cuenta de que ella no estaba. Pasó saliva mientras su mano se quedaba a dos centímetros de la manija del baño, pero no llegó a abrir la puerta. En cambio se lavó la cara en el fregadero de la cocina, protestando cada cinco segundos.—¿Cómo puedes levantarte rezongando? —preguntó Marianne con acento risueño y Gabriel se giró hacia ella, conteniendo el aliento.Iba completamente vestida, descalza y secándose el cabello húmedo con una toalla… y men
—¿¡Hasta cuándo, Benjamín!? —rugía el Ministro—. ¡Tú no tienes vergüenza! ¡En las narices de tus suegros! ¡En la misma propiedad donde nos quedamos todos…! ¿¡Tenías que llevar a una put@!?Gabriel escuchó el sonido de algo de cristal estrellándose contra el suelo.—¡¿Y qué esperas que haga?! —gritaba Benjamín en el mismo tono exasperado—. ¡No me puedo coger a la mujer que me diste! Entonces ¿no me puedo coger a nadie? ¿¡Me ves cara de sacerdote!?—¡Al menos te hubieras largado a un hotel! —espetó el Ministro—. Los Grey no tenían por qué escuchar gritos de tu golfa…—¿¡Y a quién carajo le importan los Grey!? —bufó su hijo—. ¡Ya firmaron los contratos, no pueden echarse atrás! Además espero que no hayas sido tan estúpido como para no poner condiciones.—¡Pues claro que no soy estúpido! ¡Esos contratos durarán tanto como dure tu matrimonio con la chica! En el mismo momento en que el acuerdo se cancele, esos contratos se irán al diablo.Gabriel arrugó el ceño. Descubrir que el ministro d
La condecoración al Ministro de defensa era solo un evento de los que no servían para otra cosa que no fuera gastar los recursos del gobierno. Quinientas personas, discursos, fotos, champaña y una medalla en el pecho del tipo que menos se lo merecía.La seguridad era extrema, así que no había posibilidad de que los atacara quien estaba tras de Benjamín. Precisamente por eso, lo que más le preocupaba a Gabriel Cross, era lo que pudiera ocurrir dentro de aquellas paredes.Sus ojos estaban sobre Marianne todo el tiempo, que procuraba moverse siempre, como por instinto, hacia los sitios más despejados del salón. Pero también vigilaba a los Grey. Hamilt y su mujer parecían fríos y distantes. Astor bebía todo lo que le pasaba por delante y Asli era la única que taconeaba en su sitio mientras le dirigía una mirada de odio tras otra a Marianne.—¿Es que no viste lo que le mandaron? ¡Ni que fuera una maldit@ princesa! —la escuchó sisear apenas se acercó un poco, disimuladamente.—Asli, solo es
—¡Gabriel! ¡Qué gusto verte! —Morgan Reed debía rondar los cuarenta años, y por más que lo regañaran en el hospital, no había querido perder la barba a la que se había acostumbrado mientras trabajaba en conjunto con las Fuerzas Especiales—. ¿Vienes a que te apriete los tornillos o ya los acabaste de perder todos?Gabriel le dio un abrazo lleno de cariño y se sentó en una de las butacas de su oficina.—Todavía me queda alguno por ahí, pero te llamé por otra cosa. Necesito tu ayuda —dijo el guardaespaldas.—Bien, tú dirás.Durante cinco años el doctor Reed había sido el psicólogo a cargo de las Fuerzas Especiales, así que Gabriel tenía con él la confianza suficiente como para explicarle lo que estaba pasando con Marianne.—Lo bueno de esto es que has convivido demasiado con los síntomas como para reconocerlos —murmuró el doctor Reed cuando terminó de escucharlo—. Sudoración, escalofríos, dificultad para respirar, mareos y dolor en el pecho, los gritos… sabes que son ataques de pánico de
Marianne se había despertado solo porque su celular parecía las bocinas de una disco que no paraban de sonar. Diez minutos después Stela la sacaba de la cama y se la llevaba al cine, a vegetar todo el día con comida y películas, sin tener que hablar y sin que nadie las molestara. Así que para la noche, cuando por fin la dejó en la mansión Grey, Marianne todavía se sentía medio atontada. —¿Dónde está la gente de esta casa? —gruñó a la sirvienta que le abrió la puerta, dándose cuenta de que los gritos normales de su hermanastra no estaban resonando en la casa. —Salieron todos, señorita… —dijo la mujer y Marianne suspiró con cierto alivio, uno que desaparecería media hora después, cuando los golpes hicieran saltar la cerradura de su puerta. La figura tambaleante y furiosa de Benjamín Moore se dibujó en ella, y levantó un dedo furioso para señalarla. —Tú… ¡Tú m*****a zorra… eres la que ayudó a mi padre a fastidiarme la existencia…! —¿¡Qué diablos haces aquí!? —gritó Marianne retrocedi
La cara del asistente del Ministro era digna de un poema cuando vio al guardaespaldas llegar con Benjamín en ese estado.—¡¿Qué le pasó al hijo del Ministro?! ¿¡Por qué lo traes así!?—Deja de hacer escándalo, hay más médicos que pacientes en esta casa. Que lo curen y ya —rezongó Gabriel avanzando hacia el salón.—¡¿Y esto qué significa…?! —exclamó el Ministro Moore, que se había levantado en contra de todas las indicaciones de los médicos—. ¿Quién…?Gabriel tiró a Benjamín sobre una silla con gesto de asco.—Eso se lo hice yo —gruñó sin cortarse—. Me pareció que era mejor una paliza preventiva que una demanda por abuso sexual… aunque tengo entendido que todavía pueden demandarlo por agresión.El Ministro se puso pálido, luego rojo, luego todos los aparatos que tenía conectados empezaron a sonar y los médicos comenzaron a correr.Alguien se llevó a Benjamín.Alguien apuntó que sería un escándalo.Y veinte minutos después el asistente del Ministro casi de desmayaba leyendo el primer ti
Si al Ministro de Defensa no le había dado todavía un infarto, era evidente que faltaba muy poco. Y sus asistentes acataron todas aquellas órdenes que casi eran gritos, a punto de ensuciar sus distinguidos pantalones.Quince minutos después Marianne tenía asignada su camioneta, su guardaespaldas y en la tarde le entregarían las llaves de su nuevo departamento. Gabriel se subió al volante cuando salieron de la casa, y lo único que le produjo satisfacción fue escuchar cómo el Ministro se quedaba amenazando a los Grey con quitarles hasta el último contrato.—No pelees con ella —murmuró Stela antes de separarse de ellos en el estacionamiento de su edificio—. Parece que está loca, pero al menos en este caso, sabe lo que hace.Sin embargo, esa advertencia servía muy poco para alguien que tenía las emociones tan comprometidas como el capitán Cross. Entró detrás del Marianne al departamento y cerró de un portazo.—¿Qué mierda es eso de que te vas a casar, mocosa…? —preguntó exacerbado y ell
Marianne la había visto. La había visto mientras levantaba los ojos entre una oración que no significaba nada y otra, y había visto cómo aquella mujer sacaba un arma. Su conciencia se lo gritó, Gabriel Cross no era de los que esquivaban una bala, incluso si el infeliz de Benjamín no lo merecía. Y supo que si no hacía algo iba a perderlo a la misma velocidad con que lo había recuperado.Escuchó el estampido de la bala mientras lo empujaba y se quedó allí, mirándose las manos, porque por primera vez después de ocho años, había tocado a alguien voluntariamente y no estaba gritando…¿Por qué no estaba gritando?Pero cuando sus ojos se encontraron con la expresión horrorizada de Gabriel lo entendió: no estaba gritando porque le dolía. Había un dolor, sordo y feroz, extendiéndose desde su abdomen. Lo escuchó gritar su nombre en cámara lenta.—¡Maaaariaaaaanneeeee...!¿Cómo podía gritar en cámara lenta…?Marianne sintió que las rodillas le fallaban, pero antes de que llegara al suelo, sintió