CAPÍTULO 27. Lo siento...

Marianne la había visto. La había visto mientras levantaba los ojos entre una oración que no significaba nada y otra, y había visto cómo aquella mujer sacaba un arma. Su conciencia se lo gritó, Gabriel Cross no era de los que esquivaban una bala, incluso si el infeliz de Benjamín no lo merecía. Y supo que si no hacía algo iba a perderlo a la misma velocidad con que lo había recuperado.

Escuchó el estampido de la bala mientras lo empujaba y se quedó allí, mirándose las manos, porque por primera vez después de ocho años, había tocado a alguien voluntariamente y no estaba gritando…

¿Por qué no estaba gritando?

Pero cuando sus ojos se encontraron con la expresión horrorizada de Gabriel lo entendió: no estaba gritando porque le dolía. Había un dolor, sordo y feroz, extendiéndose desde su abdomen. Lo escuchó gritar su nombre en cámara lenta.

—¡Maaaariaaaaanneeeee...!

¿Cómo podía gritar en cámara lenta…?

Marianne sintió que las rodillas le fallaban, pero antes de que llegara al suelo, sintió
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