«Dos pueden controlar a Marianne: su trauma o tú. Su trauma te lleva dos grandes ventajas, la primera es que ha estado con ella por mucho más tiempo, la segunda es que no tiene conciencia. Si esto fuera una campaña militar, estarías peleando por la conservación de territorio y ese territorio es el cuerpo de Marianne.»Primero va a resistirse con todas sus fuerzas. Así que no importa cuánto grite, cuánto llore o cuánto suplique, no la escuches porque esa no es ella, es su trauma tratando de deshacerse de ti. Ahora, el verdadero problema no será cuando grite, sino cuando se calle, porque significa que le habrá llegado la aceptación de que no puede deshacerse de ti; y entonces su trauma tratará de convencerla de que tú la estresas, de que tú eres malo, y de que solo él puede hacerla sentir mejor… Y tú no puedes dejar que eso pase. »Esta no es una simple batalla, esta es la guerra, y si la pierdes, te garantizo que será la última vez que puedas tocar a esa mujer. Morgan Reed había sido
Quedaba poco. Quedaba tan poco entre ellos que quitarse lo que todavía los separaba fue cuestión de segundos. Y para cuando ya no había tela, el cuerpo de Marianne se pegó al suyo con un estremecimiento lleno de suspiros.La besó. La besó como si de verdad fuera la última mujer sobre la Tierra, porque a pesar de las otras cuatro mil millones, sentía que al menos era la última para él. Su boca devoró cada centímetro de piel que se ponía en su camino, sus manos apretaban, dejando marcas suaves por donde quiera que pasaban, y Marianne se aferraba a su cuerpo como si estuviera a punto de desmayarse.Gabriel era demasiado grande para ella, eso era evidente, y lo fue todavía más cuando Marianne sintió su palma sobre uno de sus senos, acariciándolo lentamente para atrapar el pequeño pezón entre sus nudillos, apretándolo hasta arrancarle un jadeo de placer.Marianne era como un enorme campo minado. Acariciarla era hacerla estremecerse. Pero Gabriel no solo era el primero en tocarla, también e
Aquellas perlas de sudor que se formaban en el vientre de Marianne eran, sin duda alguna, lo mejor que Gabriel Cross había probado en su vida. Escucharla gemir era increíble, pero oírla escalar un orgasmo, gritar y derretirse entre sus brazos ya era demasiado bueno.Marianne se aferraba a la alfombra con dedos feroces, porque bastaba que él volviera a tocarla otra vez y ya su piel parecía que se estaba incendiando. Lo vio levantarse sobre las rodillas y lo miró con adoración, el sudor también corría por su cuerpo, cada músculo parecía que iba a estallarse y era una sensación demasiado agradable saber que era la causante de eso.Gabriel apoyó una palma abierta sobre su vientre para controlarla mientras con la otra exploraba su sexo. Su dedo corazón entró despacio, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar, y sintió aquella tensión entre sus manos.—Eres virgen… —murmuró pensativo y ella abrió mucho los ojos.—Nooooo ¿tú crees? —replicó.Gabriel soltó la primera risa de la noche
El calor era agradable… agradable y extraño, y podía cambiar en un solo segundo mientras Marianne sentía a Gabriel ronronear contra su espalda. Se giró despacio y vio que todavía dormía profundamente, así que se levantó en el mayor silencio. En el momento en que sus manos dejaron de tocarla, sintió aquel extraño vacío dentro de ella.Se envolvió en una manta y se acercó a la chimenea. Le dolía el cuerpo, pero de una forma que no tenía nada que ver con calmarla o hacerla sentir mejor. Era el dolor cansado después de una noche feliz… y Marianne se dio cuenta de que era la primera noche feliz que podía recordar en mucho tiempo.Se acercó a la ventana, corrió la pequeña cortina y vio que estaba amaneciendo. Se dio una ducha rápida, agradeciendo que el agua estaba caliente, y encontró chocolate para preparar en la cocina.Gabriel no supo si fue el olor, o simplemente la sensación de frío a su costado, pero se levantó sobresaltado y la primera palabra que salió de su boca fue aquel nombre:
Marianne apretó los dientes cuando el Ministro Moore llegó junto a ella. Se veía furioso y demacrado. La miró como si fuera un insecto y miró a Gabriel con desprecio concentrado.—Espero que haya disfrutado la despedida de soltera, señorita Grey… porque ya se acabó —gruñó por lo bajo antes de girarse hacia el guardaespaldas—. ¡Y tú…! ¿No te pagué lo suficientemente bien? ¿Tenías que traicionarme?—Uno solo traiciona a quien se le ha tenido cierta lealtad —escupió Gabriel con una calma que Marianne no sabía de dónde sacaba—. Y usted sabe muy bien que mi lealtad jamás será para hombres de su escaso calibre.El Ministro se puso rojo hasta la raíz del cabello.—Tu lealtad ya me tiene sin cuidado, después de todo no eres más que un secuestrador. ¡Arréstenlo! —ordenó.—¡No! —gritó Marianne poniéndose frente a él para que no lo tocaran—. ¡Él no e secuestró! —dijo alzando la voz para que todos la oyeran—. ¡Yo vine porque quise, él no me secuestró…!—¡Cállate! —le ladró el Ministro.—¡No quier
—Lucio, te presento a la teniente O´Hara de la policía de Washintong; viene encubierta con nosotros. Teniente, le presento a mi hermano.La teniente miró al hermano de Stela de arriba abajo. Era un monumento de hombre. Uno ochenta, ojos claros, corte sofisticado y un aura de seductor moja bragas que no podía con ella. Y todo eso estaba metido en un traje fuscia brillante y una chalina alrededor del cuello al mejor estilo Ricky Martin.—Te voy a matar, Stela. ¿Cómo me haces esto? —gruñó Lucio con voz ronca mientras caminaba hacia la puerta de la mansión del Ministro Moore, con una maleta de maquillaje en la mano.—Eres mi hermano, ¿a quién más se lo pediría? —murmuró Stela.—¡No me debes una, esta vale por quince! —le advirtió mientras los tres llegaban frente al guardia de seguridad.—Somos parte del staff de la boda, vinimos a ensayar peinado y maquillaje —anunció Stela y el guardia miró a las chicas lindas, pero en cuanto sus ojos se posaron en Lucio, negó categóricamente.—Lo sient
Decir que el Jefe del precinto de policía se había sobresaltado cuando había visto entrar doce hombres y una psicópata, era poco.—Capitán, mi nombre es Lucio Hamilton, para servirle. Soy abogado, en este caso el abogado del capitán Gabriel Cross —se presentó y once hombres entraron tras él a la oficina—. Permítame presentarle: Teniente Lennox, Sargento Scott, sargento Douglas, Cabo Ferguson… podría seguir pero se lo abrevio, todos compañeros del Capitán Cross en las Fuerzas Especiales…—Pues me puede traer al ejército completo, señor Hamilton, pero las órdenes del Ministro de Defensa fueron claras, no podemos liberar al capitán Cross —lo interrumpió el Jefe del precinto con actitud severa—. Y yo no me tomo los casos de secuestro a la ligera.Lucio Hamilton sonrió y se sentó sin que lo mandaran, cruzando las piernas con actitud displicente.—Comprendo, pero verá: Yo tengo una declaración jurada, tomada a la supuesta víctima de ese secuestro, que exonera al capitán Cross —declaró—. La
Los ojos de Marianne se cruzaron con los de Gabriel durante un instante perfecto, y ella pudo ver toda la seguridad y la calma que había visto en él la primera vez que la había salvado. Había estado salvándola cada día después de eso, pero lo cierto era que ya para ella no había nada que el Capitán Gabriel Cross no pudiera hacer.—¿Entonces? ¿Le respondes? —preguntó Gabriel y ella se giró hacia Benjamín.—Claro —dijo Marianne, aclarándose la garganta como si fuera a decir algo muy importante, pero en lugar de eso, su puño fue a estrellarse directamente contra la nariz de Benjamín, haciéndolo tambalearse—. ¡Eso fue un «no», animal! —sentenció altes de lanzarle el ramo a la cara y darse la vuelta con una sonrisa iluminándole el rostro—. ¡Diablos, estoy en racha! —se rio sacudiéndose los nudillos y en la cara de Gabriel solo vio una sorpresa llena de emoción.Marianne corrió hacia él mientras detrás de ella los periodistas y los fotógrafos arrinconaban al Ministro y a su hijo sin que uno