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CAPÍTULO 34. No digas que no te lo advertí

Había calor, un calor de ese que es agradable únicamente porque hay frío alrededor. Marianne abrió los ojos despacio, pero verse en un lugar extraño la hizo levantarse sobresaltada, con el corazón latiéndole a mil. Trató de desembarazarse de las mantas y solo consiguió caerse de la cama, haciendo un ruido que de inmediato hizo eco en la cabaña.

—¡Hey, hey, mocosa! Estás conmigo… estás conmigo —murmuró Gabriel llegando frente a ella y Marianne se quedó un largo segundo observándolo.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella calmándose y poniéndose de pie, pero apenas se acercó a la ventaba abrió mucho los ojos, porque había nieve afuera—. ¿Y yo cuánto dormí que tú me trajiste hasta Siberia? Espera… ¡Me sedaste!

La muchacha se giró con la ira retratada en el rostro y Gabriel sonrió.

—Fue un último recurso, tenía que traerte.

—¿¡Con permiso de quién!?

—¿Sabes que te ves muy linda enojada? —preguntó él como si ella no estuviera echando chispas y Marianne apretó los labios.

—No me cambies el tema, c
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