CAPÍTULO 36. No te puedes arrepentir

Quedaba poco. Quedaba tan poco entre ellos que quitarse lo que todavía los separaba fue cuestión de segundos. Y para cuando ya no había tela, el cuerpo de Marianne se pegó al suyo con un estremecimiento lleno de suspiros.

La besó. La besó como si de verdad fuera la última mujer sobre la Tierra, porque a pesar de las otras cuatro mil millones, sentía que al menos era la última para él. Su boca devoró cada centímetro de piel que se ponía en su camino, sus manos apretaban, dejando marcas suaves por donde quiera que pasaban, y Marianne se aferraba a su cuerpo como si estuviera a punto de desmayarse.

Gabriel era demasiado grande para ella, eso era evidente, y lo fue todavía más cuando Marianne sintió su palma sobre uno de sus senos, acariciándolo lentamente para atrapar el pequeño pezón entre sus nudillos, apretándolo hasta arrancarle un jadeo de placer.

Marianne era como un enorme campo minado. Acariciarla era hacerla estremecerse. Pero Gabriel no solo era el primero en tocarla, también e
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