Lo bueno de que Morgan Reed hubiera estado tantos años vinculado a las Fuerzas Especiales, era que había adquirido la costumbre de mantener armas en sus propiedades, así que a Gabriel no le fue difícil encontrar un closet en el sótano bastante bien equipado. Dudaba que en medio del escándalo el Ministro se ensuciara más enviando gente a lastimarlos, pero era mejor precaver.No dejaba de estar feliz y atento a Marianne, pero ahora también escuchaba las noticias cada vez que estaba solo y la muchacha no tardó en darse cuenta.—No me voy a romper —murmuró ella apoyándose en la puerta de la terraza uno de esos días en que lo sintió particularmente tenso.—Ven acá. —Gabriel estiró su mano y Marianne se prendió de ella antes de darle un abrazo apretado.—Tienes que decirme las cosas, Capitán. No me voy a romper.Gabriel suspiró, besando su cabeza, y luego tiró de ella hacia la sala de la casa. Encendió el televisor y sintonizó uno de los canales.Marianne se acurrucó contra él en el sofá y
Marianne suspiró cuando la sonrisa pícara de Stela asomó por aquella puerta en el mismo avión en el que habían mandado a buscar a Gabriel. No le sorprendía porque después de todo era una organización privada y arreglar un viaje adicional con ellos no era difícil.—Te voy a extrañar mucho, mocosa. Diviértete con Stela —dijo él dándole un beso antes de subir al avión.Se suponía que no durara más de cuatro días aquella misión, pero aunque Marianne tenía a Stela tratando de mantenerla tranquila, pasó aquellos días como si caminara sobre brasas ardientes.Por más que se dijera que Gabriel hacía lo mismo desde hacía catorce años, no era tan simple.—De verdad estabas enamorada… —murmuró Stela viendo aquellos cuadros, de los que una gran parte tenían que ver con el capitán—. ¿Me regalas uno? ¡Digo… no de Gabriel! Este me gusta —murmuró señalando a un paisaje del lago que Marianne había pintado.—Claro que sí, todos los que quieras —le sonrió su amiga.—Oye tienes que calmarte, va a regresar
Todavía debían faltar tres o cuatro días para que Gabriel regresara, y Stela debía estar a punto de atravesar aquella puerta en cualquier momento. Siempre aprovechaba las misiones de Gabriel para visitarla, así que cuando Marianne abrió aquella puerta y la vio del otro lado no se asombró.Lo que sí le causó cierto asombro fue verla llegar con Reed, y antes de que Marianne pudiera siquiera saludarlos, la expresión vacía en los ojos del médico la hizo retroceder.No tuvo que hablar, ni siquiera necesitaba hacerlo. Stela tenía los ojos llenos de lágrimas en un segundo y Reed miraba al suelo mientras apretaba los dientes con fuerza.—Marianne…Su nombre en la boca de Stela le sonó lejano mientras retrocedía. Sentía que el mundo se estaba deteniendo de una forma terrible, como si solo pudiera parpadear en cámara lenta mientras negaba y trataba de alejarse.—¡Marianne!—No… —susurró porque no le salía nada más—. No, no es verdad…—Marianne lo siento —murmuró Reed tratando de alcanzarla, per
Marianne sabía que alguien estaba tirando de la manga de su blusa, pero no podía ver quién. Solo avanzaba mientras todo el mundo iba dejando atrás el cementerio para subirse a las oscuras camionetas. Tenía el cerebro embotado, sombrío, confuso. Se subió a un auto, donde la sentaron, y Stela cerró suavemente la puerta.Ella también estaba aturdida y dolida, así que no se dio cuenta de que la ventanilla había quedado un poco abierta y que Marianne todavía podía escucharla cuando se acercó a Reed.—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Stela al médico.—Es mejor si se quedan conmigo… —murmuró Reed—. Tenemos muchos trámites que poner en orden.—¿Trámites? —preguntó Stela confundida y Reed se cruzó de brazos con tristeza.—Gabriel no tenía más familia —le explicó—. En caso de que algo pasara, me designó como el albacea de sus bienes. No era una cosa espectacular pero tampoco era poco, según escuché el gobierno le pagaba millones por la tierra de Mount Rainier, pero su familia jamás quiso vender
Reed sacudió a Stela por los hombros para llamar su atención y luego tiró de ella para sacarla del auto.—¡Oye, tienes que calmarte! ¡Así no vas a lograr nada! —dijo abriendo su departamento y haciéndola entrar.—¡Es que no aparece Reed! ¿Dónde diablos se metió? —se desesperó Stela—. ¡En un momento estaba en la camioneta y en el otro ya no estaba! ¿A dónde se fue?Reed se llevó una mano al puente de la nariz y negó con cansancio. Llevaban toda la noche buscándola y no habían logrado encontrarla por ningún lado.—Quizás… no sé, vamos de nuevo a mi departamento, a la cabaña de Mount Rainier… ¡A algún lado! —exclamó Stela y el médico asintió.—Claro… vamos a donde quieras, pero déjame hacernos un par de cafés porque estoy desorientado, ¿sí?Stela asintió y se sentó por un instante en una de las banquetas del departamento de Reed. Estaba más que preocupada por Marianne, porque sabía lo mucho que estaba sufriendo y no quería que hiciera ninguna locura.Reed estaba apenas poniendo la cafete
Marianne abrió los ojos.Le dolían hasta los pensamientos y apenas podía sentir su cuerpo. Tenía la cabeza pesada como si tuviera una resaca muy grande… o la hubieran golpeado muy fuerte.El mundo era un lugar difuso y lleno de bruma, y a su mente regresó la última imagen que había tenido ante ella: su hermano Astor disparándole en medio del pecho.Intentó incorporarse, pero era demasiado difícil.—No te aconsejo que hagas eso, se supone que todavía no te debes mover.El timbre de aquella voz hizo que Marianne se moviera bruscamente, tratando de retroceder, sin poder evitar el grito de dolor.—¡O muévete! ¡Te va a funcionar muy bien! —se rio Astor viéndola encogerse sobre sí misma en una esquina de la camita.Marianne trató de enfocar la vista y por fin logro distinguirlo. Estaba sentado en una silla a los pies de la cama, con su actitud arrogante y la satisfacción dibujada en el rostro.—¿No estoy…? —balbuceó Marianne.—¿Muerta? —terminó Astor—. Parece que no, pero te aseguro que des
Gabriel abrió los ojos, o al menos creyó que lo hacía, pero era como si tuviera una película oscura sobre ellos. A su lado las voces no cesaban.—¿Todavía crees que va a sobrevivir? —decía una.—Ya pasó una semana, si no se ha muerto hasta ahora, no creo que se muera, pero no esperes que despierte de un día para el otro, después de todo, le lanzaste un maldito misil —decía alguien más.—Pues debió morirse, pero ahí sigue, aferrado a la vida… Bueno, peor para él, porque yo necesito información, y esto no será nada comparado con l…Las voces se perdieron en una distancia llena de ruidos extraños y Gabriel volvió a caer en la inconciencia.No estaba seguro de por cuánto tiempo había estado entrando y saliendo de aquel estado agónico de duermevela. Solo podía sentir que no estaba precisamente entre amigos. Finalmente, un día su cerebro se obligó a reaccionar y abrió lo ojos del todo.Tenía los pensamientos embotados, y paso una mirada perdida alrededor. Aquella pequeña habitación tenía to
—¡No me toquen! ¡No me toquen! ¡No me…! ¡Aaaaaaaahhhhhh!El grito de Marianne resonó en aquel pequeño cuarto y se sacudió, lastimándose incluso con las correas mientras trataba de escapar de ese tacto hostil que eran las manos de las enfermeras.Astor apoyó la espalda en la pared del corredor y esperó a que terminaran con ella, mientras se regodeaba con cada uno de aquellos ataques.Iba a visitarla cada semana, muy temprano en el día, para disfrutar de los gritos de Marianne cuando las enfermeras intentaban limpiarla. Verla amarrada a aquella cama siempre le provocaba un placer especial, una satisfacción enfermiza que él no era capaz de ver, pero que lo hacía salir del hospital psiquiátrico para ir a pagarse una puta y follársela en un hotel barato como si eso fuera el colofón de un día perfecto.Esperó a que las enfermeras retiraran las sábanas llenas de suciedad de la noche, porque ni para ir al baño la soltaban, y los gritos solo fueron pasando media hora después de que Marianne ha