CAPÍTULO 49. Su propio infierno

Marianne abrió los ojos.

Le dolían hasta los pensamientos y apenas podía sentir su cuerpo. Tenía la cabeza pesada como si tuviera una resaca muy grande… o la hubieran golpeado muy fuerte.

El mundo era un lugar difuso y lleno de bruma, y a su mente regresó la última imagen que había tenido ante ella: su hermano Astor disparándole en medio del pecho.

Intentó incorporarse, pero era demasiado difícil.

—No te aconsejo que hagas eso, se supone que todavía no te debes mover.

El timbre de aquella voz hizo que Marianne se moviera bruscamente, tratando de retroceder, sin poder evitar el grito de dolor.

—¡O muévete! ¡Te va a funcionar muy bien! —se rio Astor viéndola encogerse sobre sí misma en una esquina de la camita.

Marianne trató de enfocar la vista y por fin logro distinguirlo. Estaba sentado en una silla a los pies de la cama, con su actitud arrogante y la satisfacción dibujada en el rostro.

—¿No estoy…? —balbuceó Marianne.

—¿Muerta? —terminó Astor—. Parece que no, pero te aseguro que des
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