CAPÍTULO 52. Un seguro de vida

Era el antro más exclusivo de la ciudad, pero Lucio Hamilton no había ido a bailar. Había ido porque uno de los cantineros era amigo suyo y lo había llamado para decirle que Stela estaba borracha como una cuba.

—¡Luciiiiiiiii! —gritó Stela abriendo los brazos al verlo llegar.

—¡Maldición, Stela, no te hagas esto! —rezongó Lucio.

Stela no había tenido ni un solo día de paz desde la muerte de Marianne y cuando no estaba tomando pastillas para dormir, estaba completamente borracha. Ni siquiera había aceptado volver a ver al doctor Reed, y a Lucio le constaba que aquel hombre también la estaba pasando mal.

—Vamos, niña, vámonos… —dijo pasando un brazo alrededor de ella para levantarla y la sostuvo mientras se tambaleaba hacia la puerta, pero antes de que la alcanzaran, los dos se detuvieron, petrificados.

Lucio tiro de Stela para sacarla del camino y se camuflaron detrás de una esquina para ver pasar a Astor con paso de rey feudal.

—¿Y ese qué hace aquí? —murmuró Lucio—. ¿Esa gente no se
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