Caminó despacio, no porque quisiera pasar desapercibido, sino porque sentía que apenas si podía arrastrar los pies. ¡Marianne estaba viva! Pero ¿por qué actuaba como si no lo conociera? ¿O era que no estaba actuando y de verdad…? ¿Y si no era ella?La mente de Gabriel volvió a las fotos, había insistido en que Reed le enseñara las fotos del archivo forense y ella… estaba muerta, ¡Reed la había visto…! ¿¡Cómo era posible!?Decían que todos en le mundo tenían un doble, ¡pero aquella muchacha era como una copia exacta de Marianne! ¡Y se llamaba igual! ¡No podía haber tanta coincidencia!La siguió, a ella y al hombre que la llevaba, y los vio entrar en una hermosa mansión en medio de la ciudad. Sabía que tenia que hacer algo, pero no tenía idea de qué, simplemente estaba aturdido, paralizado.Todavía estaba allí cuando una limusina se detuvo frente a la casa y los vio salir, ella colgada de su brazo, con un largo y elegante vestido. Gabriel detuvo un taxi y le pidió al taxista que los sig
Era como autómata. Como una de esas marionetas a las que un ser superior gobernaba y solo podía moverse sin reaccionar, sin rebelarse.Sus pasos lo llevaron de vuelta al hotel, a aquella cama y a mirar aquel techo mientras sentía que su corazón se hacía pequeños pedazos.Su mocosa estaba viva, pero no lo recordaba. Lo había visto a los ojos y no lo había reconocido. Y acababa de comprometerse con el hermano de Stela. ¿Qué demonios estaba pasando?Para cualquier otro hombre, largarse de vuelta a América era la opción más inteligente, pero no para él. ¡Algo estaba pasando! ¡Algo le habían hecho! ¡Pero Lucio Hamilton no parecía la clase de hombre que…!La verdad era que no lo sabía, no sabía nada. ¡Pero tenía que averiguarlo!Estaba medio amodorrado y medio teniendo pesadillas cuando sintió que tocaban a su puerta.—¿Listo para irnos? —preguntó Lennox entrando y Gabriel se sentó en la cama con expresión cansada.—No, no puedo irme, me voy a quedar aquí —respondió Gabriel y su amigo frunc
El departamento de huéspedes de la mansión estaba separado de ella por unos cincuenta metros, y Lucio le indicó que podía dejar allí su maleta apenas llegaron.—Venga a la casa cuando termine de instalarse, señor Scott. No hay mucha gente a la que conocer, pero igual hacemos las presentaciones.Gabriel solo tenía una pequeña maleta, así que la dejó en una esquina mientras miraba alrededor. Dos habitaciones cómodas con sus baños. Y un espacio de salón, comedor y cocina. Más que suficiente para quien viniera de visita, más que suficiente para él.Gabriel buscó los lugares estratégicos en los que esconder el par de armas que había traído y cinco minutos después caminaba hacia la casa. Estaba entrando por una de las puertas laterales que daban al jardín cuando se topó de frente con un cuadro.No, no era una persona. Era un cuadro enorme que avanzaba mientras alguien trastabillaba intentando cargarlo.—A ver, a ver, yo ayudo —dijo levantándolo del otro lado y llevándolo hacia la puerta.—G
Aquella palabra, aquel acento, aquella voz retumbó en su cerebro como un trueno, haciendo que Marianne se detuviera en su sitio, inmóvil, aterrada, aturdida. El mundo empezó a girar demasiado rápido y Gabriel la vio soltar la playera con un gesto ausente mientras se sostenía la cabeza.Su mano se dirigió a la pared más cercana para apoyarse, pero simplemente no llegó. Su cuerpo se fue hacia un lado y el capitán sintió que perdía todo el aire mientras corría para sostenerla antes de que chocara contra el suelo.—¡Mocosa! —jadeó espantado mientras se sentaba en el suelo y la abrazaba con fuerza contra su pecho—. Vamos, Marianne, mírame… todo está bien, mírame…Le palmeó el rostro con suavidad y le besó la frente mientras sentía cómo su corazón se aceleraba y ella empezaba a respirar pesadamente. Sabía que allá en algún lugar dentro de ella sus recuerdos estaban peleando, y no iba a dejar que lo hiciera sola.—Tranquila, mocosa, te estoy abrazando… te estoy abrazando mucho, ¿ves?Mariann
Lucio Hamilton no le había mentido: era un trabajo sin movimiento. Él estaba en la empresa la mayor parte del día y no quería tenerlo de florero en una esquina. Marianne se pasaba el día encerrada pintando y él deambulaba por la casa, sin saber cómo acercarse a ella después de lo que había pasado. Apenas salían, y cuando eso pasaba Gabriel veía a Marianne cada vez más ensimismada.—¿Quieres que salgamos a comer? —le preguntó Lucio varios días después y la vio negar.—No… tengo mucho que hacer, me atrasé con los cuadros que debo entregarle a la tienda —murmuró ella sin mirarlo—. Lo siento ¿podemos hacerlo otro día?Lucio arrugó el ceño.—Marianne, si esto es por el compromiso, no… ¡maldición, no lo hice para que te sintieras mal! —replicó.—No, Lucio, no es por el compromiso, de verdad —lo tranquilizó ella mirándolo a los ojos—. Es que tengo trabajo y no… no me he sentido bien estos días. Me ha estado doliendo la cabeza.—¿En serio? ¿Eso no es después de la boda? —preguntó Lucio sacánd
Debía ser quizás mediodía cuando Marianne despertó de nuevo. Sentía el cuerpo relajado y suave, y agradeció estar sola y poder fingir durante un momento que todo aquello no había sido más que un sueño.Miró al techo y sus ojos se humedecieron.¿Cómo era posible? No recordaba que nadie la hubiera tocado nunca, que nadie hubiera estado siquiera tan cerca.No tenerle rechazo a su tacto era una cosa, pero que la besara, que la dominara de aquella manera, era casi terrible. Sabía que había olvidado mucho, pero se le encogía el corazón pensando que algo tan maravilloso también se había perdido para ella.Ni siquiera fue capaz de seguir pintando ese día. Se encerró en su habitación y solo salió a comer, para que Lucio no la atormentara con tantas preguntas.—¿Estás bien? —preguntó él al verla revolver la comida.—Sí… te hice caso y descansé la tarde… así que es probable que esta noche me desvele y me la pase pintando.Para Lucio Marianne estaba distraída, pero la realidad era que aquella mar
Una bomba hubiera causado menos efecto. La mano de Marianne se separó de la manija y cayó a su lado. No quería irse. Su cuerpo no quería irse…Lanzó una maldición muy poco digna de una dama mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.—¡Me voy a ir al infierno por esto! —sollozó en el único instante en que pensó en Lucio.—Yo ya llevo un año en él —dijo Gabriel y Marianne levantó los ojos.Un segundo después corría de regreso a sus brazos. Gabriel la recibió, levantándola por la cintura mientras las manos de Marianne se prendían de su cuello y sus labios lo buscaban con desesperación.El capitán exhaló como si acabaran de quitarle una horca de la garganta, y hundió la lengua en su boca, mientras la de Marianne salía a jugar. No sabía explicarlo, pero eran como dos personas perdidas en el desierto. La deseaba más que a su vida y Marianne parecía llena de la misma urgencia.No se molestó en preguntarle si estaba segura, ninguno de los dos estaba seguro de nada, solo que no podían segu
Cada una de las personas en aquella sala estaba experimentando una emoción diferente en aquel momento.A Stela le había durado el shock solo un par de segundos y luego había corrido a abrazarlo.Gabriel la había abrazado con fuerza porque aquella reacción era un alivio enorme para él. Fuera lo que fuera que hubiera pasado, Stela estaba feliz de verlo.—¡Por Dios! ¡No lo puedo creer! ¡Estás…! —le dio un beso en cada mejilla y Gabriel pudo ver una felicidad sincera en su mirada—. ¿Cómo…? ¿Cuándo…? ¡Marianne! —Pero cuando Stela se giró hacia su mejor amiga, solo pudo ver una incomprensión profunda en su rostro.Se volvió para mirar a Gabriel con el ceño fruncido y él negó suavemente con la cabeza. Stela pasó saliva. ¿Ella no lo había recordado todavía? Con lo que había pasado entre ellos Stela había pensado que apenas verlo lo recordaría.Pero Marianne los miraba como si no entendiera la forma tan cercana en que se trataban y la mirada de Lucio vagaba entre Gabriel y ella. Marianne casi